Parentesco infame
Rosario Ibarra
13 noviembre 2008
La tarde era hermosa. Un cielo limpio, como pocas veces en esta capital, dejaba ver a lo lejos la redondez perfecta de la luna tempranera; un vientecillo cálido movía con vaivenes olas multicolores de banderas y estandartes y se llevaba el eco de miles de voces jubilosas que coreaban la rima sencilla del ingenio popular: “¡Es un honor luchar con Obrador!”, “Pre-si-den-te, Pre-si-den-te”.
Rosario Ibarra
13 noviembre 2008
La tarde era hermosa. Un cielo limpio, como pocas veces en esta capital, dejaba ver a lo lejos la redondez perfecta de la luna tempranera; un vientecillo cálido movía con vaivenes olas multicolores de banderas y estandartes y se llevaba el eco de miles de voces jubilosas que coreaban la rima sencilla del ingenio popular: “¡Es un honor luchar con Obrador!”, “Pre-si-den-te, Pre-si-den-te”.
De lado a lado de la avenida Chapultepec, frente al “búnker” de Televisa, la abigarrada multitud alzaba su grito colectivo en reclamo del respeto al derecho a la información, vulnerado por años impunemente por la empresa mendaz, protegida por los poderosos.
El pueblo mexicano, además de noble y generoso, es inteligente. La mayoría carece —eso sí— de la instrucción que los malos gobiernos le han negado y pretenden seguirle escatimando, pero comprende a la perfección lo que es en su beneficio y lo que es falacia aderezada de hipocresía, por eso colmó el lugar y elevó su voz en rechazo a la mentira contumaz de la empresa, dispersada a diario por las imágenes y las voces cómplices que desde allí se proyectan.
Se había acordado entregar una carta a dicha empresa, una misiva respetuosa pero con la exigencia del reclamo que nos movía y que nos hizo llegar hasta sus puertas. Éstas nunca se abrieron para dar paso a quienes teníamos la encomienda de entregarla y, tras larga espera, salió de una puerta que no logramos ubicar una mínima comisión que la recibió, en manos del señor Carlos González, coordinador de Información Nacional del consorcio.
Durante la espera obligada, mi mente se llenaba de ideas y pensamientos diversos. En un momento y al ver la tardanza en la decisión de los destinatarios de la misiva, pensé en el parentesco infame entre la soberbia y la torpeza.
Qué otra razón que no fuera la soberbia de los dignatarios de la empresa, que sentían como ofensa del populacho la osadía de su exigencia, se unía a la torpeza como su hermana siamesa. Ojalá puedan meditar en ello y entiendan que en el pueblo somos millones y ellos, los poderosos, son unos cuantos y que no es justo que los millones sobrevivan en la miseria, y ellos, los unos cuantos, engañen y dilapiden y pretendan enajenar el suelo patrio que a todos los millones del pueblo pertenece. Soberbia y torpeza van siempre de la mano... ¡Ojalá tenga fin ese parentesco infame!
Dirigente del comité ¡Eureka!
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