Carlos Monsiváis
Notas de la semana
30 noviembre 2008
Hidalgo 6, Iturbide 10
No ha sido muy afortunado el manejo del gobierno federal en lo tocante al Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.
Luego del relevo constante de directores, por fin el presidente Calderón se ha decidido por José Manuel Villalpando, aficionado a la divulgación volandera de la historia, una de cuyas expresiones más logradas es su afirmación, palabras más o palabras menos, pero concepto firme: “Si Juárez viviera militaría en el Partido Acción Nacional”. Certeza credencialística que va de la mano con el currículum que necesitó Villalpando: profesor de historia en la Escuela Libre de Derecho, institución desde la cual le impartió sus conocimientos al propio Felipe Calderón.
Por lo visto, el PAN ha encontrado la oportunidad de dar vuelta a la página de la visión maniquea de la historia en México y su primer defendido es, cómo dudarlo, el emperador (fallidito) Agustín de Iturbide.
De acuerdo a Reforma (23/XI/08, nota de Carole Simonnet), Francisco Fraile, presidente de la comisión de la Cámara de Diputados encargada de los festejos, no se paró en mientes (expresión antigua para saludar a los panistas de antes): “Aquí tiene un valor enorme un don Miguel Hidalgo que inicia la Independencia, pero tiene un valor de la misma proporción o quizá con un poco más de magnitud el hecho de que hubo un hombre que logró conjuntar las firmas de los insulares, de los criollos y de indígenas incluso, y sumarlos en esta idea nueva de nación para caminar diferente”. De inmediato, la legisladora panista María Elena Álvarez pidió ampliar el abanico de actores que intervinieron en ambos procesos y valorarlos en su debida dimensión (conste que somos los primeros en anunciar la reivindicación yúnquica de Miguel Miramón, el joven macabeo).
Los panistas, cuando eran oposición, lo que pronto volverán a ser, incluían en su grito del 15 de septiembre, celebrado en el Ángel de la Independencia, un “¡Viva Iturbide!” (no sólo en el Ángel, Calderón, en su etapa de dirigente panista, vitoreó al emperador alguna vez en Michoacán). Los liberales jamás lo reconocieron por su crueldad en la persecución de los insurgentes, en especial Mariano Matamoros y José María Morelos, y por su delirio aristocratizante que lo lleva a contratar los servicios del publicista, el Dick Morris de la época, un sargento Pío Marcha, que recorrió la ciudad lanzando vivas a Iturbide (la ciudad era más pequeña). Más tarde, los liberales excluyeron del Himno Nacional la estrofa con el verso mortal “De Iturbide la sacra bandera”, escrito por el partidario entusiasta de los conservadores y de Santa Anna, don Francisco González Bocanegra. En el siglo XX ni los revolucionarios ni los priístas reconocieron a Iturbide. Los priístas insistieron en la hispanofilia radical de Iturbide y, con la autoridad moral de que disponían, lo criticaron entre otras cosas por su oportunismo. Consumó la Independencia, pero como un trámite para dirigirse al trono.
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“Diste oído a falaz ambición”. El verso del siglo XIX debe parecerle una herejía a José Espina, ex secretario del PAN, que ha urgido “a los académicos, estudiosos e historiadores a analizar con objetividad a los héroes mexicanos. Ni las autoridades ni los partidos deben imponer su visión. Es necesario que se haga una justa valoración de la aportación y del papel de todos los actores destacados, que todos los protagonistas de estos dos episodios de nuestra historia sean reconocidos”. Supongo que el otro episodio es la reforma liberal.
¿Por qué le parece al PAN tan radicalmente injusta la exaltación de Hidalgo, al fin y al cabo un pobre mártir y un cura excomulgado por la Santa Inquisición? Muy probablemente porque este partido, para sobrevivir al acoso de quienes lo calificaban de reaccionario, calificativo que no desmentía ni desmienten los pronunciamientos de esta organización, necesitaba hacerse de su propio grupo selecto de héroes. Y el más ad hoc tenía que ser un emperador.
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