La otra caja negra
11 Noviembre, 2008
11 Noviembre, 2008
Seis de cada 10 mexicanos no creen que la tragedia de hace una semana, donde perdiera la vida el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y 13 ciudadanos más, haya sido un accidente (la encuesta de María de las Heras el día de ayer en MILENIO Diario señala que son 56 de cada 100 mexicanos).
Una larga tradición de mentiras, manipulación y ocultamiento de información desde el poder público alimenta esta percepción. Pero también hay otros factores concretos que estimulan este implacable veredicto colectivo.
La primera evaluación de la información oficial disponible (la bitácora de mantenimiento, la difusión de las conversaciones entre los controladores y la nave, las imágenes del radar, el expediente de los pilotos) deja más preguntas que respuestas. Si todo estaba en orden, si la nave acababa de pasar una revisión rigurosa en Estados Unidos, si nunca hubo un aviso de emergencia, si guardaba la distancia, la altitud y la velocidad requeridas para su seguridad, si la tripulación del secretario era de las más capacitadas y expertas en este tipo de aeronave, en suma, si todo transcurría a la perfección y en la normalidad, ¿por qué de manera súbita y repentina viró la nave y se desplomó? Si ninguna de las fallas usualmente presentes en este tipo de incidentes se detectó el pasado 4 de noviembre, ¿qué otro factor distinto a un accidente pudo haber ocasionado la caída?
Un accidente remite a un hecho fortuito, no maquinado ni programado por voluntad humana alguna. En cambio, el discurso de la “victimización” nos ubica en el centro de una acción humana premeditada, planeada y concertada; una suerte de persecución contra el ex secretario de Gobernación, que habría encontrado en la tragedia un hecho asociado, vinculado y probado por sí mismo.
En la misma lógica debemos apuntar los “funerales de Estado”. Al tratar como héroe de guerra al responsable de la política y la seguridad interior se proyectó la imagen de un general caído en pleno campo de batalla, no de un funcionario civil que perdió la vida en un accidente fatal.
La afirmación categórica lanzada desde el hangar presidencial “no nos doblegaremos” nos remitió también a algo más que un accidente, nos ubicó de lleno en la existencia de una acción concertada para que el gobierno deje atrás esa guerra no convencional contra el crimen organizado.
El doble tratamiento oficial alimenta en el imaginario colectivo la percepción de que estamos frente a un atentado, un sabotaje o una conspiración criminal, y no frente a un accidente. ¿A qué se debe este doble discurso? ¿Qué objetivos se persiguen?
La mayor parte de los mexicanos que piensan en un atentado ubican con claridad al responsable: el narco, esa categoría genérica que se ha popularizado para definir esa nueva realidad, ese cáncer y esa amenaza inminente para el país. Y confrontados frente a la disyuntiva de el narco o “el gobierno”, ese grupo mayoritario de mexicanos se coloca del lado de “el gobierno” y se solidariza con Felipe Calderón.
En estos términos, la creencia popular en un atentado (más que certeza judicial) es funcional al gobierno. Le genera una corriente de apoyo y simpatía que podrá ser políticamente incorrecta pero estratégicamente importante para respirar oxígeno mientras llega la cruda realidad que será el “año nuevo 2009”, con su secuela de recesión, desempleo, carestía, criminalidad y elecciones intermedias.
Por ello, mientras llegan los 11 meses que requiere una investigación seria, profesional y técnica para determinar si fue accidente o atentado, el discurso presidencial surfea sobre la cresta de la percepción popular y politiza la tragedia. Habla de “víctima de calumnias” y no de víctima de un accidente. Por ello, el PAN partidiza el incidente y arma su propio martirologio.
Después de todo así se montó el PRI en la elección de 1994, sobre la muerte de Colosio y el miedo colectivo que ello generó. Así también, al parecer, busca ahora sostenerse el PAN: sobre sus héroes de guerra y sobre el miedo colectivo a la inseguridad. Ésta es la otra caja negra cuyo contenido también debemos decodificar.
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