100 días; 100 meses
Pablo Gómez
28 noviembre 2008
pgomez@milenio.com
La más ruidosa y temida delincuencia organizada del país es el narcotráfico y sus actividades colaterales. Se trata de una delincuencia construida en tanto que la producción y comercio de drogas es un delito construido. No existe una moral general contra las drogas pues se trata de un problema de falta de felicidad de los consumidores, de búsqueda de placer mediante sustancias que pueden causar daños a la salud. Pero también pueden causar daños el alcohol y el tabaco sin estar prohibidos.
Pablo Gómez
28 noviembre 2008
pgomez@milenio.com
La más ruidosa y temida delincuencia organizada del país es el narcotráfico y sus actividades colaterales. Se trata de una delincuencia construida en tanto que la producción y comercio de drogas es un delito construido. No existe una moral general contra las drogas pues se trata de un problema de falta de felicidad de los consumidores, de búsqueda de placer mediante sustancias que pueden causar daños a la salud. Pero también pueden causar daños el alcohol y el tabaco sin estar prohibidos.
La clase dominante y, por tanto, el Estado, ha construido ese delito bajo el imperativo de que hay que salvar a la juventud de las drogas, lo cual no quiere decir que a través de la prohibición total se pueda hacer tal salvamento. El thinner no está prohibido y mata las neuronas de quienes lo consumen, los drogadictos más pobres: aquí no hay salvamento por la vía penal ni por ninguna otra.
Los Zetas son rebeldes aunque carezcan de programa político. Resultan ser una escoria de la sociedad. Si el Estado es corrupto, si la clase dominante es corrupta, muchos excluidos se sienten con el mismo derecho de violar la ley y se la juegan.
Esta no es una película de buenos y malos. Es México el que se retrata en la delincuencia organizada que ha llegado a meter en una crisis al Estado nacional. Mientras, las autoridades han declarado una guerra que no puede ser ganada ni puede perderse sencillamente porque no es guerra. Los militares son capaces de enfrentarse a una banda de pistoleros y, aún más, de tener agencias de inteligencia, pero no pueden perseguir con éxito a delincuentes. La policía, por su lado, no existe para el propósito de hacer una guerra y, como vemos, tampoco está en condiciones de hacer frente a los carteles y a los sicarios de éstos, pues ha resultado torpe e infiltrada, lo cual, por cierto, no es ninguna novedad.
Una idea criminológica nueva es lo que está haciendo falta para intentar el control de esta clase de delincuencia organizada. No es una cuestión de cien días para un agudo problema que lleva más de cien meses. Dentro de esa nueva visión criminológica debe incluirse el tema del Estado. La corrupción de la policía es tan sólo una parte de la gran corrupción del Estado en México. Si no se observa esta situación, tampoco habrá respuestas eficaces por más leyes que expida el Congreso.
Felipe Calderón, en cambio, nos quiere llevar a decretar una profundización inaceptable del Estado de policía bajo el falso argumento de que estamos en guerra, la cual implicaría una supresión de garantías. Más facultades a los cuerpos policíacos y al gobierno federal sólo llevará a una disminución de las libertades y a mayores atropellos a los derechos humanos. Frente a una crisis de incapacidad estructural del gobierno, la sociedad debe defender las libertades y no dejarse arrastrar por unas autoridades incapaces de reformar el Estado que ellas dirigen pero empeñadas en inculcar una reacción bélica, cobertura de dictaduras sin freno.
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