Plan B
Lydia Cacho
La tropa solitaria
Manejo por la avenida Kukulcan, en Cancún. De mi lado derecho el mar transparente y luminoso, a mi izquierda dos camiones del Ejército mexicano.
Cada cinco metros un soldado, con casco y arma larga a la mano, dispuesto a lo que parece un operativo especial. Más tarde me entero de que lo que atestigüé fue un simple operativo de práctica para la próxima visita del presidente Calderón a Cancún.
Dos días después logro entrevistar a tres soldados. Vestidos de civiles llegan a la cafetería. Animosos hablan de sus familias, de cómo y por qué entraron al Ejército como su única opción para estudiar. ¿Tienen miedo? Pregunté. Miedo de que la guerra contra el narco acabe con sus vidas. Miedo de que su comandante o general se venda a los traficantes y los traicione. Miedo a que Los Zetas de Cancún les hagan un tentador ofrecimiento económico.
“Miedo, miedo, yo no tengo”, asegura Francisco J, “a veces uno siente temor de todo eso que usted menciona. Yo tengo 26 años y tengo estudios y estoy para defender a mi país. Aunque luego a uno le pega saber que ya están hablando mal de nosotros, que si somos violadores y esas cosas”. Aseguran que jamás violarían a una mujer, aunque saben de compañeros que cuando traen adrenalina del combate “hacen cosas indebidas sin pensar”.
¿Están entrenados para matar? Pregunto. “Pues no… para defender, y si defendiendo uno tiene que matar, pues mata, eso es parte de la defensa de la nación”. Pregunto si creen que los narcotraficantes están mejor en la cárcel o muertos, los tres cruzan miradas. Silencio. Uno se anima: “Pues honestamente, muertos” y argumenta la cantidad de policías que se arriesgaron para arrestar al Chapo Guzmán y luego lo dejaron libre; otro acota que es mejor que los manden a Estados Unidos porque allá les dan cárcel de por vida o pena de muerte. Entre risas explican que son como los Gremlins de su infancia: si se moja un bicho de esos, de él salen otros 10, o 20… así es con los narcos.
Nos despedimos, uno saca de un periódico doblado un libro de mi autoría, me pide que se lo dedique y pregunta cómo sé en qué policías confiar, para entrevistarlos. ¿Cómo sé quiénes son los buenos y quiénes los vendidos?
Si los cálculos de un fiscal de SIEDO son correctos, uno de esos tres jóvenes frente a mí, ante la disyuntiva de venderse al narco o morir, decidirá aceptar el dinero.
Traicionará al Ejército y a lo que él llama su patria.
Nos despedimos con la esperanza de que esta violencia moral y social termine algún día. De que ante la disyuntiva de corromperse o defender sus principios, cada vez más personas opten por sus principios. Francisco J dice: “Le puede a uno tener que dar la vida por culpa de los políticos que nos dejaron este país así”.
El soldado recuerda que el narco no llegó solo a México, que los cárteles entraron por la puerta grande, del brazo de los gobernadores y procuradores.
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