Huelga de piernas caídas
Por Conrado Roche Reyes
“Carmina Burana” en Bellas Artes
Los de la alta. Los de la media, y hasta uno que otro de la media baja, haciendo estos últimos un enorme sacrificio por su afición al “arte mayor”, ilustrados a base de robarle minutos a la existencia.
Palacio de Bellas Artes. Ciudad de México. En tropel acuden al espectáculo de moda “Carmina Burana”, multidisciplinario. La democracia del automóvil provoca embotellamientos. Además del boleto, habrán de pagar al “chota” habilitado como acomodador o valet parking.
Y luego la hecatombe de un concierto desconcertante. “¿Dónde está la butaca 37, joven?”. Y nadie encuentra la puerta que le corresponde en el “máximo templo del arte del país”. Si no, pregúntenle a “Juanga”, a Raphael y demás demases. Todo es desorden de edecanes y edecanos. Y la función no comienza. A codazos la gran dama le grita “pobretón” al “seguridad”. Medio guarura. “Ignorante, no me hables así que yo he estado en ¡Toda Europa!”. Con esto lo apantalla y dice al cónyuge: “Ya la hicimos, porque podemos decir que estuvimos en “Carmina”, faltaba más. La distinción se mide en un desfile de modas. En ver quién trae el celular “más mejor”. “Bueno, sí, habla “La Chula”. “Ay, hola, qué bueno que me llamas, estamos aquí en Bellas Artes”. Es el reino del celular.
Ya en las llenas butacas, con un atraso más que considerable, se levanta el telón, a lo lejos la orquesta se ve pequeñita.
Las luces se han apagado. “Shh”. Están en el gigantesco escenario los cantantes, el coro, los segundos; aparece el concertino y todos aplauden villamelonamente. El músico (de más que obvias facciones eslavas), sonríe y toma su lugar en la orquesta.
Bailarines y bailarinas en posición de “comenzamos”. Toda la compañía viste con los trajes adecuados a cada sección. De pronto, ante el asombro de tan distinguida concurrencia habla, y lo hace fuerte, un bailarín. “Señoras y señores, tengo el doloroso deber de informarles que no habrá función”…Asombro y confusión en el lunetario. Los de las alturas inclinan el dorso al vacío para escuchar bien.
“Y no lo haremos por una sencilla razón. Hace seis meses que estamos pidiendo la destitución del director –prosigue el bailarín- y las autoridades no nos hacen el menor caso. El señor, a quien todos, a quienes ustedes miran en escena, nos trata como si fuéramos sus esclavos. Trabajamos más de 16 horas en condiciones infrahumanas. Esa es la razón que nos hace llegar a este extremo.
Los compañeros músicos, cantantes, coros, tramoyistas, apoyan nuestro movimiento”. En ese instante, los antes mencionados, aplauden en señal de solidaridad con los bailarines. Los tramoyistas salen al escenario adhiriéndose.
El respetable, repuesto del primer impacto, los apoya en sentido de no protestar. Entre la asistencia, una chica se levanta de su butaca y expresa su sentir: “Soy bailarina de la Compañía Nacional de Teatro, como los compañeros en el escenario. Es verdad, el señor director (un extranjero) nos hace trabajar horas extras, mismas que no se nos pagan.
Trata despóticamente a todos, que si la raza, que si nuestra indolencia, etc. mi sueldo es de $2,500 a $4,000 mensuales. ¿Ustedes creen en realidad que se puede vivir con eso?”. Sonora ovación. Muchos espectadores abandonan el recinto, pero más o menos la mitad, se queda.
Minutos después el mismo bailarín regresa y anuncia visiblemente emocionado. “Respetable público, gracias a ustedes, acaba de llamar alguien de “arriba”, y mañana a la 1.30 p.m. tenemos una junta en conciliación”. Aplausos.
“Colaboramos a una causa justa”, le dice la Sra. Lascuráin a su esposo.
Corolario:
En México, si no se ejerce este tipo de presión, la movilización social, nadie nos hará caso. El caso “Carmina Burana” no sé en qué habrá terminado, pero al menos hubo espontánea solidaridad de artistas con los bailarines. ¡Igualito que en Mérida! ¡Ajá!
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