viernes, 15 de febrero de 2013

Podría haber un frentazo con EsPurioII?

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Homozapping
Elba Esther y Romero Deschamps, fin de ciclo


 
Un singular paralelismo existe entre el inicio de la administración de Enrique Peña Nieto y la de Carlos Salinas de Gortari: ambos necesitan enfrentar no sólo a las disidencias reales que se articularon en contra de su llegada a la presidencia sino a los poderes corporativos más importantes que obstaculizan proyectos y negocios más ambiciosos en su sexenio.

El poder de Salinas se inauguró con el quinazo que destronó a Joaquín Hernández Galicia al frente del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. El quinismo se convirtió en una profesión de fe y en una extensa y compleja red de intereses y negocios al interior de la principal paraestatal en México. Fueron adversarios durante toda la campaña de 1988, tanto, que la impresión y distribución del libelo Un Asesino en la Presidencia se le atribuyó a La Quina.

La Quina se fue, su poder se desmanteló y lo encarcelaron, pero no se democratizó el sindicato. Por el contrario, el autoritarismo de la élite sindical se agudizó. Llegó Sebastián Guzmán Cabrera, un líder de papel, dócil al proyecto modernizador de Pemex que aplicó el salinismo. Y en 1996, en pleno sexenio zedillista, se encumbró Carlos Romero Deschamps, que en 16 años acumuló poder, dinero y fuero: tres veces diputado federal, dos veces senador, dueño de una fortuna incalculable.

En paralelo al quinazo, Salinas también decidió dar un “golpe espectacular” en el SNTE, el sindicato más numeroso, influyente y priista en ese momento. El poder de Carlos Jonguitud Barrios fue desmantelado, en medio de una disidencia sindical creciente. La traición operó en el más puro estilo del manual de Maquiavelo. Elba Esther Gordillo, aliada de Jonguitud, ascendió de la mano de Manuel Camacho y de Carlos Salinas, desde entonces. En el mismo periodo, el elbismo no sólo acrecentó sino superó con creces el poder del jonguitudismo.

Sin ser las mismas circunstancias, pero necesidades políticas similares, el gobierno de Peña Nieto ha emprendido una operación para sustituir o relevar a ambos liderazgos.

De hecho, la historia en ambos casos se comenzó a escribir en octubre de 2012, dos meses antes de que Peña Nieto tomara el poder.

El 19 de octubre de ese año, con el apoyo del 71 por ciento de los delegados sindicales reunidos en la Cámara de Comercio de la Ciudad de México, los petroleros reunidos eligieron a Jorge Hernández Lira como su candidato único a secretario general del STPRM.

La noticia pasó prácticamente desapercibida. Pero el golpe fue registrado por Romero Deschamps. En perfecta sincronía con Elba Esther Gordillo, ambos dieron un “sabadazo” sindical el 22 de octubre de ese mismo año. Romero aceleró su reelección hasta el 2018 en la 25 Convención Ordinaria del STPRM, donde se reunieron 108 delegados de 36 secciones sindicales. El mismo día, Elba Esther se eternizó en el SNTE y los 3 mil 25 delegados del sindicato eligieron a Juan Díaz Torre como secretario general “tutelado” por el gordillismo.

Para esas fechas, Peña Nieto realizaba su primera gira por Europa, ofreciendo rescatar a España y abriendo las compuertas del próximo negocio energético en México.

El proceso se aceleró en los dos primeros meses de su gobierno. Lo que iba a ser un relevo o una transición tersa en ambos sindicatos adquirió tintes de tragedia y de “epitafios” mediáticos.

La explosión en el edificio B del complejo administrativo de Pemex, con un saldo de 37 sindicalizados muertos, y la promulgación de una reforma educativa que incorpora el mecanismo de la evaluación magisterial sin la venia del SNTE le dio otra connotación a los sucesos.

Los escándalos de Romero Deschamps han revivido. La prensa tabasqueña y columnistas del Distrito Federal han vuelto a documentar los excesos de sus hijos. Ya no se trata de las fotos en Facebook de su hija Paulina Romero sino la adquisición de dos lujosos departamentos en Miami de su hijo Carlos Romero Durán, con un valor de 7.5 millones de dólares. La información pronto llegará a las pantallas televisivas, como ocurrió con el golpe mortal contra Arturo Montiel en 2005.

Romero Deschamps estuvo ausente en las labores de rescate y de control de la información sobre la tragedia en la Torre de Pemex. Las sospechas que vinculan lo sucedido con el coletazo de Romero crecen y se mencionan en algunos medios

Reporte Indigo publicó esta semana que el relevo en STPRM dependerá de la “toma de nota” que haga la Secretaría del Trabajo, encabezada por Alfonso Navarrete Prida. El rotativo publicó que el 2 de enero de este año una carta dirigida al secretario de Gobernación, Miguel Angel Osorio Chong, que acredita la elección de Jorge Hernández Lira como nuevo líder del sindicato petrolero.

Como contexto, el principal apoyo de Hernández Lira fue Sergio Gutiérrez Rojas, líder de la Sección Metropolitana número 34 que, casual o trágicamente, tiene su sede en el edificio colapsado el 31 de enero pasado de Pemex.

La ausencia de Romero Deschamps en el acto de homenaje a las víctimas de Pemex, encabezado por Peña Nieto y  la plana mayor del gabinete, no fue una casualidad. El astuto dirigente sindical ya “aclaró” en algunas columnas periodísticas que no pudo asistir por razones de salud, pero ahí estuvo Ricardo Aldana, uno de sus hombres de confianza.

En paralelo, Elba Esther Gordillo hizo saber de manera pública y notoria, que su interlocutor con Peña Nieto será el gobernador del Estado de México, Eruviel Avilaa quien, en buena medida ella impulsó para ser el candidato priista en 2011-, y que no está de acuerdo en una reforma educativa “que tiene espíritu de mercado con intenciones privatizadoras”.

Lo mismo podría decir Romero Deschamps si quiere envolverse en la bandera de la defensa del petróleo para salvar su enorme coto de poder. No lo ha hecho porque detrás de la pugna sindical está la peor tragedia reciente de Pemex y un largo expediente de corrupción en su contra.

El “salinismo terso” que quería aplicar Peña Nieto tal vez se modifique frente a estos desafíos al poder presidencial, desde adentro de la coalición que lo llevó a Los Pinos.

Lo que aún nadie puede pronosticar es de qué dimensiones será la reacción en ambos cacicazgos que aprendieron a hacer negocio en la alternancia y ahora no dirán, como en 1989: , señor presidente”.

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