Tarascadas a la democracia
Luis Linares Zapata
Los sucesivos fraudes 
electorales sufridos durante las tres últimas décadas han profundizado 
el tajo abierto en el cuerpo de la nación. Dicho quiebre ha ocasionado 
innumerables reacciones que se han ramificado por incontables 
vertientes. La percepción del estado de derecho vigente se ha disociado 
por completo de la justicia e imparcialidad en la conducta 
institucional. Lo que en un principio (1988) provocó irritación y 
desencanto, desembocó, al repetirse más tarde (2006) en mayor capacidad 
ciudadana para actuar y pensar el futuro. La formación de nuevos 
agrupamientos partidarios fueron algunos productos de esos choques 
continuos. Un pleito, ya secular, entre las intenciones de hacer valer 
la voluntad ciudadana frente a las murallas erigidas por los intereses y
 privilegios de los poderes fácticos. El traumático golpe en curso a la 
esperanza mayoritaria por un renovado proyecto transformador de 
izquierda (2012) ha desencadenado un intenso proceso de concientización 
popular. La inminencia de la declaratoria de validez de la elección, a 
pesar de los serios recursos de impugnación interpuestos, va trasmutando
 la herida, abierta por el fraudulento tajo, en nítida percepción de que
 la ley, y las instituciones para aplicarla, están trampeadas y 
responden en exclusiva a los núcleos del poder establecido.
No ha sido fácil ni terso el progreso democratizante en este país atribulado por la precariedad, la violencia y las cortapisas a libertades y derechos. Se cae, con frecuencia inusitada, en retrocesos sumamente cruentos para los horizontes de individuos, familias y de grupos poblacionales enteros. Las élites y poderes fácticos han mostrado sus feroces arrestos y cínico desprecio por las leyes, las instituciones y la humanidad de las masas. Sus intereses, ambiciones y privilegios han prevalecido por sobre los deseos de esa vida digna que empollan los mexicanos. La crisis económica que se enseñorea por el mundo, especialmente en el desarrollado, ha contribuido a percibir un sistema depredador y en favor de unos cuantos suertudos. Leyes e instituciones han sido diseñadas para favorecer la rampante acumulación y su inevitable correlato: la desigualdad imperante. Al emparejarse tan clara y ahora notoria circunstancia económica con su similar electoral, da como resultado el quiebre que hoy en día se abre sin que nada pueda evitarlo. ¿A dónde llevará este fenómeno disonante entre las aspiraciones colectivas a elegir a sus representantes y los dictados de los poderosos que pugnan por prevalecer? Es, por el momento al menos, un asunto que no puede estimarse con exactitud. Pero en el seno de la sociedad, sobre todo en su parte agraviada, se incuba un sentimiento de hostilidad innegable que tendrá desembocaduras múltiples.

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