¡¡Exijamos lo Imposible!!
Los despechados
Porfirio Muñoz Ledo
Esta fue una semana significativa y definitoria. Dos proyectos de alianza estallaron simultáneamente: el contubernio legislativo entre el PRI y el PAN para la aprobación al vapor de una reforma laboral retrógrada y la pretendida coalición electoral que el gobierno federal impulsó en el Estado de México para consolidar su asociación con un segmento colaboracionista de la izquierda.
Las dos son excelentes noticias. Revel decía que la esencia del despotismo es la mentira, mientras que el sustento de la democracia, la verdad; ambos se corrompen cuando aceptan los valores de su contrario. En este caso, los dos reveses sufridos por el régimen precario en el poder dejan al desnudo su carácter maniobrero y su operar fallido. Muestran la traición a principios democráticos en favor de intereses económicos compartidos, tanto como la insuficiencia de éstos para consolidar mayorías políticas.
El “aliancismo” fue derrotado en sus dos frentes: el de la consumación del ciclo neoliberal que ha unido a los partidos de la derecha durante más de dos decenios y el del disfraz transicionista que ha encubierto el aprovechamiento panista de los movimientos democráticos en el terreno electoral. El pasado reciente debiera ser repensado a la luz de estas novedades y cualquier estrategia política futura habría de colocar el doble descalabro de la usurpación en el centro de la toma de decisiones.
El hecho demoledor es que Calderón ha perdido el espacio de manipulación que le quedaba. Su tándem oligárquico con los sobrevivientes del antiguo régimen se ha desarticulado nuevamente: difícilmente prosperará una reforma fiscal regresiva y la ley laboral que pretendía reestablecer la encomienda se ha vuelto inasequible por el calendario electoral y la cerrada oposición de las fuerzas progresistas. Se tornó incompatible la colusión de patrones y líderes corruptos con la búsqueda de los votos.
Existen las razones de la historia o al menos la lógica de la política. Se ha confirmado la prevalencia de dos grandes y opuestos proyectos de país –expresados en bloques hegemónicos posibles- aunque haya tres actores aparenciales en la escena. Tras diez años de catástrofe el tercero se ha vuelto inútil, nocivo e inverosímil. Ha expirado el papel del PAN como pivote de la coyuntura –o manes de Adolfo Suárez- ya que en su indecible torpeza y avaricia ha sepultado la gobernabilidad democrática que las circunstancias le confiaron.
Los partidos cimarrones sirven para acolchonar disputas mayores, rara vez para conducirlas. Pueden jugar al centrismo posicional ya que encarna valores tradicionales e intereses concretos de los viejos regímenes, al tiempo que ofrecen la frescura de la oposición marginal que protagonizaron. El PAN devino en tragedia nacional porque ni tuvo los arrestos para reedificar un régimen conservador ni el talento para promover un nuevo sistema de relaciones políticas, propio del pluralismo democrático.
Los argumentos esgrimidos en cada uno de los últimos hundimientos exhiben el reinado intacto de la doble moral y el testimonio irrefutable de la estulticia política. La señora Vázquez Mota increpa a sus extintos socios parlamentarios porque se han colocado en contra de la “modernidad”, mientras el señor Bravo Mena deturpa a los desertores del proyecto aliancista porque han dado la espalda a la “sociedad”. La verdad es otra: los plañideros de hoy son quienes fallaron a su responsabilidad primaria con el cambio verdadero.
Réquiem por el PAN, en tanto compendio de ineficacia e hipocresía. Han sido destronados de un efímero sitial al que nunca debieron haberse encaramado. Su despecho proviene del rechazo ciudadano a una política devastadora y enajenante de soberanía. Mientras Calderón se enterca: basta de narcos; el pueblo clama: basta de Calderón.
Los Wikileaks no engañan: todos describen un escenario de traición a la patria que nos impele a exigir la rendición de cuentas antes de que sea demasiado tarde. No reeditemos la leyenda de los zombies: los muertos que caminan sólo conducen al precipicio.
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