¡¡Exijamos lo Imposible!!
Otro caso de pederastia clerical
Juan José Morales
Escrutinio
Algunos lectores me han escrito diciendo que ya debería yo dejar de ensañarme con la Iglesia Católica al escribir con tanta frecuencia sobre sacerdotes pederastas y efebófilos, como discretamente los calificó un obispo mexicano.
Qué más quisiera yo que no tener que abordar tan desagradables asuntos. No para dejar de “ensañarme” con la Iglesia —cosa que nunca he hecho— sino simplemente por la satisfacción de saber que ya no ocurren y por tanto no hay niños víctimas de esos abusos. Pero, por desgracia, yo no los invento. Están siendo denunciados por todas partes. Los escándalos sobre curas pederastas brotan como hongos lo mismo en México que en Perú, Irlanda, Argentina, Holanda, Alemania, Estados Unidos y otros muchos países. Y salen a la luz pública a pesar de los esfuerzos de la propia Iglesia por ocultarlos y silenciarlos, incluso presionando, difamando y calumniando a las víctimas para que se desistan o se retracten de las acusaciones.
Un caso muy reciente acaba de ocurrir en Filadelfia, Estados Unidos, donde fue encarcelado Monseñor William Lynn, alto prelado católico, acusado de encubrir, no a uno, dos o tres, sino nada menos que a 21 sacerdotes que habían violado o cometido otros delitos sexuales contra monaguillos y niños que acudían a sus parroquias.
Lynn fue arrestado por la policía junto con otros tres sacerdotes de Filadelfia y un maestro de una escuela católica de la misma ciudad, a quienes según las investigaciones judiciales se considera presuntos culpables de violar niños. A él, sin embargo, no se le acusa de tales delitos, sino de encubrimiento, pues rutinariamente ignoró las denuncias contra esos y otros sacerdotes, los protegió y permitió que continuaran ejerciendo su ministerio... y cometiendo sus tropelías. Contra uno de tales curas, las primeras acusaciones, a las cuales siguieron otras, se presentaron en 1976, pero habrían de pasar nada menos que 35 años antes de que la Arquidiócesis finalmente decidiera —hace unas semanas— suspenderlo en sus funciones eclesiásticas. Contra el propio Lynn, la jerarquía católica simplemente decretó una suspensión administrativa, sin opinar sobre su culpabilidad, pero su abogado defensor asegura que es “víctima de un exceso de celo de la fiscalía”.
En realidad, el escándalo no es nuevo. Estalló hace cinco años, cuando se acumuló tal cantidad de denuncias contra sacerdotes de la Arquidiócesis de Filadelfia, que fue necesario iniciar una indagatoria judicial a cargo de lo que en el sistema legal norteamericano se denomina un gran jurado, el cual llamó a declarar a las autoridades eclesiásticas. Pero, precisamente por la política de solapamiento y encubrimiento rayanos con la complicidad que tradicionalmente sigue el clero en estos casos, nada se avanzó y no se presentaron cargos formales contra ninguno.
Ahora, un nuevo gran jurado, al revisar los procedimientos seguidos en aquella ocasión por las autoridades eclesiásticas que prometieron colaborar en la investigación, encontró numerosas irregularidades en perjuicio de las víctimas, a quienes —dice el informe oficial— virtualmente se perseguía, mientras a los curas se les trataba con excesiva lenidad y se ignoraban las pruebas en su contra. Señala asimismo el informe que las medidas que puso en práctica la Arquidiócesis contra los clérigos eran frívolas, ineficaces, engañosas o meras simulaciones, con lo cual se permitió que 41 curas siguieran ejerciendo el sacerdocio normalmente a pesar de que eran conocidas y muy sólidas las acusaciones en su contra.
Quede claro, pues, que si debo escribir sobre pederastia clerical con más frecuencia de lo que quisiera, es simplemente porque el propio clero me obliga a ello con sus acciones. Ojalá algún día ya no tuviera yo material para hacerlo.
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