La espada de Damocles
Porfirio Muñoz Ledo
30 de Abril de 2011
En pocas semanas se han frustrado dos embates rápidos y furiosos de la mayoría parlamentaria para aprobar reformas contrarias a los derechos humanos: los proyectos de ley del trabajo y de seguridad nacional. En ambos fue definitoria la reacción coordinada de las izquierdas, el vivo sobresalto de la opinión pública y de las organizaciones civiles y las contradicciones electorales surgidas entre las personalidades y segmentos del bloque dominante.
Describí en la Cámara los elementos que determinaron el intento y posterior fracaso de imponer en México un Estado flexible de excepción. Primero el albazo, bajo un esquema de pizarrón: así como en la reforma laboral se pretendió aprovechar la semana santa para acorralar a los diputados, en la de seguridad se buscaba aprovechar la confusión desaforada del final de sesiones para asestar un dictamen ajeno al proceso parlamentario y cancelar la competencia de las comisiones.
En los dos casos hubo confusión y engaño. La reforma laboral presentada en marzo por el PRI era distinta de la que había introducido en marzo y luego retirado de modo ilegal. La segunda coincidía puntualmente con la que había avanzado el PAN, al grado que el gobierno la hizo suya y fue conocida como “reforma Lozano”. La movilización sindical y social en la proximidad de los comicios del Estado de México obligaron al PRI a recular y lo vuelven ahora víctima de los reclamos de azules desairados.
En el último rojazo se llegó al galimatías: una minuta proveniente del Senado fue turnada a cinco comisiones de la Cámara, ninguna de las cuales la había dictaminado. Se elaboró entonces un documento que respondía fielmente a las exigencias del secretario de la Defensa y se buscó forzar su adopción al margen del reglamento. El enredo se disolvió cuando fue evidente su origen en la bancada de Toluca y quedó de manifiesto el interés del gobernador por congraciarse con las fuerzas armadas.
Para colmo, los dirigentes del Senado anunciaron su decisión de rechazarlo, con lo que encabezarían durante el tiempo que les fuese conveniente las negociaciones y concesiones al Ejército, a favor del segundo de los precandidatos del tricolor. Los panistas cayeron tardíamente en la cuenta de que ese calendario no era útil al Ejecutivo ya que otorgaba autonomía de vuelo a los titulares de las fuerzas armadas y casi el arbitraje de la sucesión presidencial. Un Televisa con uniforme.
Las rivalidades futuristas entre las dirigencias de los partidos cavaron la tumba de esta legislatura. Así sucumbió la reforma fiscal y así habrá de empantanarse ese esperpento de reforma política con el que cantaron las golondrinas a Xicoténcatl. La oferta de períodos extraordinarios para desahogar los pendientes es sólo una escapatoria, por la precipitación de los tiempos políticos que haría nugatorio el trabajo de conferencia y por la inevitabilidad de un amplio debate, que exhibiría a los golpistas y a sus acólitos.
La sociedad no podría cantar victoria: las derrotas que les infringimos son sólo parlamentarias. La legendaria espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas sostenida por un hilo frágil, que simboliza nuestra extrema vulnerabilidad. Los argumentos de los proponentes no podían ser más amenazantes: es mejor legalizar fenómenos que ya ocurren y empeoran día con día. El huevo de la serpiente seguirá creciendo a despecho de la voluntad colectiva.
El proyecto se funda en la teoría de los “grises”: nunca hay paz completa ni guerra declarada y cada definición depende de decisiones circunstanciales y absolutistas. El objetivo es “proteger al ejército”, quien a su vez sería intérprete de la política exterior, sin miramiento alguno por los ciudadanos ni menos por la salud de la democracia y la integridad del país. Bien decía Schedler que las “regresiones autoritarias llevan a un régimen difuso, cercano a la dictadura”. Condenados a la “lenta extinción de las instituciones”, de la que sólo podría salvarnos un proceso de regeneración nacional.
Diputado federal por el PT
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