Humanamente necesario y urgente
Ricardo Andrade Jardí
Cerca de 40 mil ejecutados, cifra conservadora, es el resultado de lo que le debemos los mexicanos al Consejo Coordinador Empresarial (CCE) desde el momento que decidió apostar todo al fraude electoral del 2006, que terminó por imponernos como jefe del Ejecutivo federal al antidemocrático Fecal, incapaz de comprender el proceso histórico que demandaba México.
Ya no sólo es urgente la salida de Fecal del desgobierno, sino que urge un replanteamiento de las posibilidades de futuro, si es que aún queda alguna que logre dar un giro radical en el rumbo de este país.
Un giro que sólo será posible cuando la ciudadanía, hoy tan permisiva, asuma que no puede seguir dejando en manos de una clase corrupta hasta la médula la toma de las decisiones que afectan a nuestras vidas.
La historia del México contemporáneo, hoy, se puede sintetizar en: la mentira, la corrupción y la impunidad.
En esa trinidad se desenvuelve el rumbo de una nación que ha renunciado a su soberanía generando una dependencia que no permite vislumbrar una esperanza real de cambio.
Muy tarde estamos “hasta la madre”, y no será “obligando” a la corrupta clase política a firmar acuerdos como se logrará la transformación del país.
Al odioso escritor de origen peruano, aunque intente ser otra cosa, no le falta la razón cuando dice que el futuro de América Latina será como el presente de México si no se legaliza la droga.
En realidad se trata de abandonar la estúpida doble moral que como lastre nos acompaña desde la Colonia. De abrir el debate sobre la prohibición o no del consumo de lo que hoy denominamos droga, en la comprensión de que existen convenientemente una buena cantidad de drogas que la doble moral intenta negar que están en todas sus formas permitidas. El alcohol, el tabaco y la Coca-Cola bastan como ejemplos de que la prohibición del resto de las otras “drogas” no es más que un pretexto para que una pandilla de cretinos, ligados a la corrupción que promueve el capitalismo, hagan un fantástico negocio que además les garantiza no pagar impuestos, mientras las recaudaciones fiscales se utilizan para el gasto militar en nombre del combate a la producción y consumo de las drogas prohibidas. Lo que en México es el pretexto a la vez para perseguir la disidencia social ante la incapacidad de legitimizar lo que es ilegitimizable.
La renuncia, pues, de Felipe Calderón, es urgente.
Pero es igualmente urgente que la ciudadanía comprenda que la corrupción existe en todos los niveles y que la salida, del caballerito impostor de Los Pinos, no resolverá nada mientras no se enjuicie por su responsabilidad a los poderes fácticos agrupados en el CCE, que son tan responsables de cada muerto, de cada joven que se une a las huestes del “crimen organizado” ante la desesperanza de futuro, cancelada por los empresarios que en su egoísta e insaciable rapiña han minado toda posibilidad de construir un porvenir digno y justo para todos.
Cada bala, que los yanquis venden en México, es una bala que tiene el sello del empresariado nacional que ha renunciado a la imaginación, incluso capitalista, a cambio de “inversiones” sin riesgo y con la seguridad de que toda pérdida será siempre asumida como deuda pública y toda ganancia será una ganancia individual, para ese empresariado mediocre, que lo mismo compran perdones divinos que conciencias legislativas, ante una sociedad tan permisiva y tan enajenada que hasta hoy no logra entender que cada uno de los 40 mil muertos de Calderón no es más que el principio del exterminio, que partidos políticos que los empresarios promueven ante la incapacidad de ofrecer un futuro a millones de ciudadanos.
Cada muerto es hijo de uno de nosotros y la cifra que no deja de ser conservadora supera ya las más atroces estadísticas de las dictaduras del Cono Sur de la década de los setenta. Y el exterminio de migrantes en tránsito por México es igualmente una estrategia dictada por el imperio y seguida al pie de la letra por un desgobierno ilegítimo que renunció, desde el fraude electoral del priísta chupacabras Carlos Salinas de Gortari, en 1988, a la soberanía nacional, para dar paso a la rapiña transnacional y a la mediocridad de una oligarquía sin imaginación que sólo busca el beneficio propio, aunque el costo de ese beneficio signifique la destrucción del país entero, en tanto una mayoría de la ciudadanía es mal educada por los López Doriga y por los Chespirito, en la inmovilidad.
Inmovilidad que nos hace igualmente cómplices de la barbarie, pues nuestro ¡ya basta! debió darse con la primera mujer asesinada en Ciudad Juárez o con los primeros niños ejecutados en un retén del Ejército. Nuestro “ya estamos hasta la madre” debió nacer mucho antes, debió ser una rabia ciudadana incontenible ante la ejecución de 49 niños en una guardería pública y tendría que ser incontenible ante las 400 maletas “abandonas” en una estación de camiones que son el presagio de que los muertos encontrados en San Fernando serán al final del día más de cuatro centenares.
Toda convocatoria a salir a la calle no puede limitarse a pretender que la corrupción de la clase política se comprometa a parar lo que ella misma ha fomentado. La salida a la calle debe ser con la consigna de que nadie regrese a sus casas hasta que Fecal renuncie y se juzgue con toda la severidad a quienes lo impusieron contra la voluntad popular. Fecal solo no es el problema, sino todos los que están detrás de su imposición, solapados, en principio, por las siglas CCE. Muy particularmente el duopolio telecrático que tanto daño le ha hecho este país, junto con los exbanqueros ladrones y los líderes vitalicios/as de los “sindicatos corporativos”. Es la ciudadanía entera la que debe decir basta y ese decir debe ser una acción comprometida hasta el límite lejos de lo políticamente correcto, porque lo humanamente necesario y urgente difícilmente es correcto para quienes se han apropiado de la política, que en realidad nos pertenece a todos. O se van ellos o el exterminio alcanzará a cada una de las familias mexicanas y México se quedará sin posibilidad de construir ningún futuro. 30 años de neoliberalismo han terminado por demostrar que de seguir este rumbo México no será más que un infierno sin fin.
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