María Teresa Jardí
No suelen equivocarse los dichos y hay uno que dice que no hay mal que dure cien años. Pero aquí es incluso posible que rebasemos la cifra que contiene los años con los que computamos los humanos cada siglo.
La derecha, lo mismo yanqui, que alemana y también la mexicana, la que además carga con el estigma de hacerlo todo a la mexicana, subiendo en la escala de corrupción que mata neuronas y “levanta” valores para ejecutarlos de cara a la pared, al lado de los los principios, es igual del todo predecible.
Mientras, el imperio, usando a la DEA, ensucia también a la entreguista Marina con la falsa entrega de información equivocada. Como antes Calderón ya se había encargado de hacer hasta lo inaudito con el Ejército nacional. Porque el imperio busca imponernos al general Naranjo, quien finge en programas de alta audiencia como el de la conductora Carmen Aristegui: “que entiende que la guerra no es lo que va ni siquiera a controlar el fenómeno del narcotráfico”. Lo que tampoco es que sea necesario que lo diga ese impresentable de quien ya va saliendo su verdadera historia de asesino de luchadores sociales e impulsor de narcoestados a conveniencia del imperio yanqui.
Unos buenos y otros no tan buenos, pero contenedores todos los libros de investigaciones que nos interiorizan en el sentimiento de derrota, que resume el profesor universitario Luis Astorga en “El siglo de las Drogas”, recién llevado a los puestos de diarios para su venta apenas el viernes, diciendo lo que salta a la vista: “que la guerra contra el narcotráfico es interminable”, invitándonos “a reflexionar sobre la necesidad urgente de alternativas --- a las militarizaciones que lo único que logran es corromper también a los ejércitos– a ese paradigma”.
Es claro que la imposición que se pretende hacer del general Naranjo, como encargado de esa falsa guerra impuesta por el imperio gringo, es para que en México continúe su marcha destructiva el narcoestado que hoy Calderón encabeza.
Es obvio que para eso lo envían aquí, que nadie lo dude, para imponerlo sobre el Ejército nacional al que para eso se ha desprestigiado hasta el punto de encontrarse hoy hecho trizas por el usurpador entreguista, que, hoy, dejará de ser. Aunque todavía le hará al país todo el daño que pueda Felipe Calderón, antes de ir a guardarse como las alimañas probablemente en el búnker de Roberto Hernández. Quizá ese sea el fin de esa construcción horrenda que se ha permitido, a ese otro canalla, construir en medio de la selva yucateca.
La derecha es del todo previsible. Cada pueblo tiene peculiaridades distintas incluso como elección para dar la lucha violenta. Y el mexicano no fue nunca ni un pueblo cortador de cabezas ni tampoco un pueblo que usara las bombas ni siquiera para combatir las brutales atrocidades a las que ha sido condenado el pueblo mexicano a sufrir por su clase política a lo largo de su historia.
Y como el pueblo mexicano no era proclive a cortar la cabeza del otro, a los kaibiles se les abrió las puertas del país, como a “El Chapo” las del presidio, por el gobierno de Fox.
Y es posible que lo de “las bombas” esté copiado del actuar del pueblo colombiano. Lo de las “bombas” que, sin la menor de las dudas, por estos días se ha puesto la CFE en algunas sucursales del sur del Distrito Federal. Al igual que en la clase política desgobernante se debe encontrar, sin la menor de las dudas, la autoría del terror logrado con el estallido de un coche bomba en Tamaulipas de cara a desanimar el voto ciudadano.
La puesta de bombas por parte de la CFE es con dos probables objetivos: arruinar los aparatos de los usuarios cautivos con la bajada que, desde ese día, se viene haciendo de la luz en los hogares por parte de esa infame empresa. Lo que además sirve a las otras empresas “amigas” de la corrupta clase política que maneja el poder, para que también con eso lucren. Y más grave aún, si cabe, quizá como antecedente a la caída del sistema, para poder impulsar otro fraude.
Y es del todo posible que la puesta de “las bombas” y la escalada a los “coche-bomba” sean la primera sugerencia del general Naranjo.
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