Dudas externas, respuestas incompletas
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El resultado de las elecciones en México no
ha despertado entusiasmo en el extranjero. Las felicitaciones enviadas a
Enrique Peña Nieto por jefes de Estado y de gobierno no son suficientes
para ocultar el hecho de que en la mayoría de los medios de
comunicación internacionales están presentes el escepticismo y la
desconfianza. Tales sentimientos se explican por diversas
circunstancias: la memoria del PRI como un partido de corrupción y
autoritarismo; los resultados de las elecciones para el Congreso, que
estrechan el margen de maniobra para tomar decisiones; la incertidumbre
sobre las acciones que se emprenderán en el tema de la lucha contra el
narcotráfico. Con el propósito de hacer frente a esa situación, el
virtual presidente electo ha buscado afanosamente espacios en el
exterior; al hacerlo, pone en evidencia que recuperar la confianza en
México será una tarea muy compleja.
Es notable el grado en que la
frase del ahora Premio Nobel Mario Vargas Llosa sobre la “dictadura
perfecta” ha permeado la visión del México del siglo XX. Pocos
comentarios en la prensa internacional evitaron aludir a ella al
referirse al posible regreso del PRI. Lo deseable sería una reflexión
más compleja en torno a lo que ese partido significó y a lo que puede
significar en el futuro. Por lo pronto, tal reflexión es sustituida por
la evocación de un partido que gobernó durante demasiado tiempo, fue
autoritario y corrupto, y del que muchos anhelaban liberarse. De allí
proceden las dudas contenidas en el editorial del New York Times del 3
de julio sobre la posibilidad de que Peña Nieto “pueda separarse de la
vieja guardia corrupta del PRI y actuar sobre los cuasi-monopolios en
energía, telecomunicaciones, finanzas, alimentos, televisión, que
apoyaron el retorno del PRI al poder”.
La segunda circunstancia
que invita al escepticismo tiene que ver con el hecho de que, a pesar de
las dimensiones del triunfo pronosticado por las encuestas, éste no
resultó tan amplio; no se alcanzó el deseado “carro completo” que
hubiese permitido proceder de inmediato a las reformas –laboral, fiscal,
energética– a las que se viene refiriendo Peña Nieto. Se trata,
entonces, de un Regreso condicionado del PRI, como se titula un largo
artículo de la revista The Economist del 7 de julio que termina
afirmando: “México votó para que el PRI tenga el gobierno, pero no
necesariamente el poder”.
Ahora bien, lo que mayormente incita a
la desconfianza es la incertidumbre sobre el camino que seguirá Peña
Nieto para realizar la lucha contra el narcotráfico. Es sobre todo en
Estados Unidos, a través de la voz de miembros del Ejecutivo y del
Congreso, donde se expresan las mayores dudas alrededor de lo que
significa la llegada del PRI para dar continuidad, o no, a las líneas de
cooperación en las que vienen trabajando ambos países.
Para
responder a esa desconfianza, Peña Nieto ha desarrollado una campaña muy
activa para presentarse en el exterior. Ha ofrecido entrevistas de
radio y televisión a diestra y siniestra, ha dado conferencias de prensa
y ha publicado artículos en periódicos extranjeros de gran circulación,
como The New York Times. Su artículo Un nuevo capítulo para México,
aparecido en ese diario pocos días después de la elección (el 3 de
julio), es un trabajo útil para advertir las posibilidades y límites con
que cuenta para enfrentar esa desconfianza.
Más allá de la
reiteración de las promesas de campaña en materia de reformas pendientes
y crecimiento económico, el artículo trata de responder a las dudas
respecto al futuro de la lucha contra el narcotráfico. Enfatiza, una vez
más, que “no habrá negociaciones ni tregua”. Sin embargo, reconoce:
“Las políticas actuales deben ser reexaminadas”.
Refiriéndose a
los elementos para que nuevas acciones tengan éxito, Peña Nieto señala:
“La comunidad internacional debe entender dos cosas: Primero, los
esfuerzos deben estar acompañados de profundas reformas sociales y
económicas (…) Segundo, otras naciones, particularmente Estados Unidos,
deben hacer más para reducir la demanda de drogas”.
Esto último es
un punto discutible. Los datos sobre la evolución del precio y la
demanda de droga en Estados Unidos contenidos, por ejemplo, en el
estupendo artículo de Eduardo Porter aparecido en The New York Times el 7
de julio, confirman que tal consumo no disminuye y que ni Washington
tiene el propósito o siquiera la posibilidad de lograrlo. Por lo tanto,
asumir ese consumo como una realidad es una de las bases para evitar
reclamos continuos pero ineficaces, los cuales, finalmente, encubren una
estrategia que no responde a los hechos pero sí a los designios de una
política estadunidense con alto costo para países productores y de
tránsito.
El reto para vencer la desconfianza en los medios
internacionales está en lograr el respeto a una posición mexicana que
sabe lo que quiere, lo que debe afrontar y lo que debe coordinar con
otros países respecto al tema del crimen organizado. Entre éstos
figuran, primordialmente, los centroamericanos y, desde luego, Estados
Unidos. Una posición que no parte de supuestos ilusorios sobre reducción
del consumo, ni de dogmas de persecución inalterables. En otras
palabras, una posición bien sustentada que lleve a reformular los
términos del diálogo y las prioridades existentes hasta ahora en materia
de lucha contra el narcotráfico.
Responder efectivamente a las
dudas que hoy suscita el futuro político de México tiene que ser
producto de debates y reflexiones plurales; del profesionalismo más
respetable que pueda surgir de los diversos partidos, los académicos,
las organizaciones de la sociedad civil y los jóvenes. El reto no es
colocarse bajo los reflectores, sino comenzar a construir una buena
argumentación sobre temas centrales para la vida del país y sus
relaciones exteriores.
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