Estado e Iglesia: ¿quién da más?
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La manera abrupta y contradictoria con la
que actuó para reformar el artículo 24 de la Constitución, exhibe una
vez más los afanes de la clase política por congraciarse con la
jerarquía católica. Con madruguetes y artificios legislativos, tal como
ocurrió con las reformas en las 19 entidades en las que se repenalizó el
aborto en 2009, se evita el debate y se impone el albazo.
El PAN y
el PRI hicieron mancuerna de nuevo para avalar una vieja pretensión de
la Iglesia católica: elevar a rango constitucional la libertad
religiosa.
Ante la próxima visita de Benedicto XVI a México, ambos
partidos registran y aun admiten el creciente peso político del clero
que incide ya en el ánimo electoral; ceden también ante él, por
conveniencia, temor o chantaje. ¿Por qué la libertad religiosa? Porque
la agenda moral que ostenta la Iglesia (aborto, familia patriarcal y
sexualidad) requiere una mayor facilidad de acción de sus representantes
y de espacios de actuación institucional.
Esto es ir más allá de
la libertad individual de creer o no. La libertad religiosa incluye la
capacidad de maniobra societal y de acción política de la propia
Iglesia. En una reveladora entrevista concedida a este semanario en
2006, Carlos Aguiar Retes, presidente de la Conferencia del Episcopado
Mexicano, destapó la intención de la Iglesia para reformar el artículo
24 y reconoció que enfocaría su presión sobre el Poder Legislativo,
fundamentalmente con los líderes de las bancadas.
“Hay que entrar
en relación personal con ellos, porque muchos políticos piensan que, en
materia de relaciones Iglesia-Estado, ya no hay nada qué hacer”, dijo en
esa ocasión (Proceso 1574).
El pragmatismo de la clase política
mexicana es un factor de riesgo real, no sólo para la consolidación de
la laicidad del Estado, sino para el desarrollo de la propia democracia
en el país. Bajo la consigna del “realismo político” subyace el imperio
del resultado electoral cortoplacista que ha venido liquidando las
identidades y tradiciones políticas. La búsqueda del todo para la
siguiente elección se impone, así como la lógica de la codicia de los
grupos por el poder, dispuestos a sacrificar raíces políticas y
trayectorias ideológicas.
En ese rango nadie se salva. El mismo
Emilio Chuayffet, quien se presume liberal, declaró a finales de
noviembre pasado que quería lejos a los católicos: “No queremos que
intervengan en la vida política porque sabemos cuán lejos pueden
llegar”. Semanas después se convirtió en el principal artífice de la
reforma.
Ese gesto no pasó inadvertido para el diputado Porfirio
Muñoz Ledo: “¿De cuando acá Chuayffet es tan católico?”, declaró. Lo
mismo puede decirse de otros actores, como Beatriz Paredes, sacudida por
las feministas que le reprochan su complacencia por las reformas de
2009 que ahora tienen a muchas mujeres en la prisión.
También del
perredista Pablo Gómez, magnánimo con las libertades de la Iglesia
católica, quien apeló a una consigna de un grupo de la vieja izquierda; o
de Emilio González Márquez, el góber piadoso, conocido por sus
donativos a la Iglesia cristera de Jalisco a costa del erario estatal; o
el propio Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, quien con frecuencia se
reafirma católico y guadalupano, e incluso ha mantenido relaciones
políticas poco católicas desde su campaña política de 2006 con grupos
neocarismáticos encabezados por la secta cristiana Casa Sobre la Roca.
Hay muchos otros casos que tienen el mismo talante: el cálculo de la
rentabilidad política a costa de la congruencia.
A Enrique Peña
Nieto se le señala como uno de los promotores de la concesión
legislativa al clero católico. Él ha venido cultivado la imagen del
político priista moderado con posturas religiosas conservadoras acorde
con la atmósfera actual. Su look e impostura religiosa se asemejan más a
las características distintivas de un personaje panista: joven,
metrosexual, conservador, eficiente, dinámico, católico, patriota,
defensor de la familia, apasionado, apuesto y poco leído.
Es el
embozo para satisfacer los altos niveles de audiencia, posicionándolo a
tal grado que asegure el inevitable retorno del PRI a Los Pinos. Como
candidato a la Presidencia de la República parece desempolvar las viejas
tesis salinistas sobre el papel político de la Iglesia y asignarle un
destacado rol de aliada estratégica.
Durante su mandato como
gobernador desarrolló una política de cercanía y arropó a los 14 obispos
mexiquenses que de buena gana se dejaron consentir y con sumo agrado le
acompañaron a Roma en diciembre de 2009 a visitar al Papa Benedicto XVI
para anunciar su enlace matrimonial con la actriz Angélica Rivera. Así
tendríamos que leer la postura de Víctor René Rodríguez, obispo auxiliar
de Texcoco y secretario general de la CEM, quien calificó como
“exitosa” la gestión del mexiquense.
Peña Nieto se ha convertido
en los últimos años en un invitado permanente a las asambleas generales
de los obispos. Tras un análisis comparativo, el autor puede afirmar que
más de 30% de los obispos ubicados principalmente en el centro y norte
del país miran con simpatía a Peña Nieto; puede decirse que, más que
priistas, los obispos se comportan como peñistas.
Por el lado del
PAN, sobre todo del presidente Felipe Calderón, la relación con los
obispos ha sido sinuosa. Pese a que el presidente proviene de “cuna
azul”, los sectores duros del CEM miran con recelo y desconfianza el
pragmatismo político del presidente y en especial sus alianzas con
grupos neopentecostales ultraconservadores encabezados por Rosi y
Alejandro Orozco.
El presidente se ha empeñado en demostrar su
catolicidad y es un hecho su intervención en la polémica reforma al 24
constitucional. Josefina Vázquez Mota, a su vez, es la precandidata
panista con la agenda clerical más abierta hacia los obispos mexicanos.
En su equipo de campaña destacan católicos conservadores afines al
Yunque; también entra a la competencia por la generosidad y la
benevolencia, obsequiando a cada obispo, en enero de 2011, un iPad, cuyo
costo unitario es de 12 mil pesos.
La disputa por granjearse la
benevolencia religiosa se incrementará hacia 2012. Y el juego sucio está
contemplado. Además, la Iglesia católica posee por naturaleza, una
sólida complexión política propia; su alto clero tiene experiencia
probada. La jerarquía sabe, sobre todo en las coyunturas electorales,
insertar con firmeza su agenda e intereses propios.
Así lo hizo en
las reformas al artículo 130 constitucional hace 20 años. Un proceso
electoral implica el reacomodo de actores, de proyectos y de grupos. Es
la oportunidad porque es el momento de mayor debilidad del sistema
político, y los prelados aprendieron, siguiendo la escuela de Girolamo
Prigione, a presionar y a sacar el máximo provecho. La pregunta es si la
Iglesia realmente tiene mayor poder o es la clase política la que se
alejado de la sociedad
Estudios sobre el comportamiento de la
jerarquía católica indican que los obispos con mayor arraigo en la
permanencia al frente de sus diócesis tienen mayor peso social y
político. El proceso de descentralización y la aparición de gobernadores
virreyes favorecen también la gravitación política de los prelados. De
un universo de 110 obispos en activo, 56% tienen un arraigo entre cuatro
y 10 años; 22% de los prelados tienen más de 11 años de residencia.
En
esta franja algunos se convierten en actores fácticos del poder. Por
ejemplo, el jalisciense Juan Sandoval Íñiguez, quien adquirió un
desmedido peso político; el arzobispo Emilio Berlié, quien ha actuado en
política en Yucatán y es uno de los factores de ascenso del PRI en la
entidad, antaño bastión panista; o el “daltónico” Onésimo Cepeda,
capellán de la élites políticas del PRI.
Hay una paradoja, que
poco importa a la clase política: mientras más peso y poder político
tiene la estructura eclesiástica católica, menos influencia espiritual y
pastoral posee entre la población. Así lo indican los datos duros de
los últimos censos: en 1970, 96.2% de la población se declaró católica;
en 2010 el índice bajó a 83%. Y aun cuando la clase política habla de la
trascendencia de la laicidad del Estado en la democracia y en la
convivencia social, en la práctica esta es transgredida.
Señores: ¿quién da más?
* Especialista en el estudio de las religiones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario