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No sólo en la escuela
Laura Bolaños Cadena
Es penoso que sólo porque el tema viene de los EU y se llama en inglés, se ponga hoy el acento en un aspecto recurrente en la sociedad mexicana, causa de graves daños, sobre todo en niños y gente muy joven. Hace muchos años publiqué en la revista Contenido, un artículo titulado “Cómo destruimos la personalidad de nuestros hijos”, referente al acoso que se hace a las criaturas desde el hogar. Hoy se hace hincapié en el problema en la escuela, porque ahí es más visible, pero ocurre por lo menos con igual frecuencia en la familia.
Es penoso que sólo porque el tema viene de los EU y se llama en inglés, se ponga hoy el acento en un aspecto recurrente en la sociedad mexicana, causa de graves daños, sobre todo en niños y gente muy joven. Hace muchos años publiqué en la revista Contenido, un artículo titulado “Cómo destruimos la personalidad de nuestros hijos”, referente al acoso que se hace a las criaturas desde el hogar. Hoy se hace hincapié en el problema en la escuela, porque ahí es más visible, pero ocurre por lo menos con igual frecuencia en la familia.
A veces el acoso se ejerce con apoditos denigrantes y humillaciones continuas por parte de los propios padres o consentido por éstos. También por medio de palabras altisonantes en los regaños. Se puede calificar algún acto como tontería, aun estupidez, pero no se debe llamar al niño tonto o estúpido. Para la criatura, sobre todo de corta edad, sus padres son su mundo y lo que ellos dicen es verdad. Por tanto si ellos lo llaman estúpido, asume que es cierto. Y más lo convencerán cuanto más se lo repitan.
No será privativo de nuestra gente, pero algo muy mexicano es “agarrar a alguien de puerquito”. Y esto se da, insisto, dentro del propio hogar. La costumbre de hacer bromitas hirientes y constantes a alguien. Los padres lo permiten entre hermanos o por parte de otros familiares cercanos, o ellos mismos lo llevan a cabo. De pronto por haber dicho alguna tontería, uno de los pequeños queda, sin remedio, como el tonto de la familia. O el feo o la fea. O el flojo. Y de ahí para adelante llueven las pullitas sobre la víctima, convertidas a veces en verdadero acoso.
Algo más frecuente, aunque parezca mentira en un país como México, es la burla, el señalamiento por ser “prieto”. Los chistes denigrantes al moreno abundan en el lenguaje corriente. (Nunca he oído que le hagan un chiste a alguien por ser blanco). “Cuando nació, todos gritaron: ¡Petróleo!”. “El teléfono”. “A ti te trajo el carbonero”. Negro o negra se utilizan como sobrenombres supuestamente cariñosos, pero que entrañan un señalamiento discriminatorio. “Es morenito pero está bonito”. Y las distinciones con “el güero” o “la güera” de la familia son más que notables. Detrás está el profundo racismo de los mexicanos, que se sienten a salvo de tal pecado porque aquí no se lincha a alguien por ser prietito ni se les segrega en la escuela o el transporte, pero ¡ay del mexicano que sea un poco más morenito que el resto de sus compatriotas! Ya tuvo para ser blanco de los chistes de por vida.
Y no digamos si tiene características negroides muy evidentes. Aquí mismo, he mencionado el caso de una niña costeña adoptada por una familia del D.F., de clase media alta, que ha tenido que ser cambiada tres veces de escuela por el rechazo de sus compañeritas. Rechazo del que no están exentas las maestras, pues se ve que nada hicieron por evitarlo.
Uno de tantos casos como abundan de discriminación por color, se dio en familia conocida mía. Nació una niña, morena, como era lógico dado el color de sus padres. Como fue la primera nieta y la primera sobrina recibió grandes atenciones de abuelos y tíos. La desgracia ocurrió cuando ya tenía tres años. Nació una hermanita de cabello castaño y ojos claros, explicable por la ascendencia de una de las dos abuelas. En cuanto apareció en este mundo, la morena fue totalmente hecha a un lado. Abuelos y tíos volcaron cariño, atenciones, admiración a “la güera”. La morena fue relegada. Resultado: ésta creció con el síndrome del rechazo. Ya adolescente, presenta irregularidades de conducta. No encuentra su camino. Abandonó los estudios en primero de prepa. Lo peor: la barrera de odio que la separa de su hermana.
Es muy común el abuso de adultos de la familia con los chicos, ejercido por tíos en especial. El daño psicológico por haber sido señalado como el tonto de la familia y ser blanco predilecto de las burlas de dos de sus tíos, rebajó irreparablemente la autoestima de otro niño, cuestión que sobrevive hasta su edad adulta.
Por supuesto que las raíces del fenómeno se encuentran en el propio conglomerado social, en este caso con cargo muy señalado a la familia. Es el seno de ésta donde se incuba y consiente el acoso al más débil. Y que conste que he defendido muchas veces a los padres y a la familia de la acusación de ser los causantes de los males de la sociedad, pero en este caso específico son actores determinantes. El ser víctimas a su vez de una mala educación, un mal ambiente, unas malas costumbres, no los exime de su responsabilidad.
El papel de la sociedad, gobernantes, maestros en primer lugar, estriba en hacer conciencia y no consentir costumbres nefastas que dañan a veces, en forma permanente, a las personalidades en desarrollo. La campaña debe ser principalmente educativa, pero en todos los órdenes, empezando por los propios maestros que, en ocasiones, marcan a los educandos como el burro o la burra, el flojo o la floja del salón. Y con llamados de atención a los padres, con información y pláticas. Ignoro cómo se está abordando el problema por parte de la SEP, pero no será a base de castigos como se erradique el fenómeno sino por medio de educación, convencimiento, conciencia. Por supuesto, no se pueden excluir del todo las sanciones a los infractores, pero siempre con la tendencia a convencerlos de lo erróneo de su conducta.
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