La Jornada
Esperando a Max, ¿o es sólo a Miramón?
Enrique Calderón Alzati
Con una brillante jornada, histórica y a la vez visionaria, el pasado 14 de diciembre los diputados lograron llevar al país nuevamente al siglo XIX, del cual nunca debió salir, a decir de algunos de los hombres y mujeres más importantes de este país, incluidos el Presidente, su flamante secretario de Gobernación, algunos ilustres empresarios y, desde luego, los máximos dignatarios de la segunda más antigua institución que existe en esta región del mundo, conocida como Occidente.
Fue así que ese día memorable de 2011 los diputados federales, luego de discutir por cerca de siete horas (sin que se aclarara bien a bien el propósito de la discusión), dieron este importantísimo paso, que otorga a los mexicanos nuevamente el derecho de expresar libremente, en las calles y plazas de este país, su devoción a los claros preceptos del cristianismo, dando así cumplimiento a la promesa que recibiera el propio Papa, de una comisión unipersonal, aparentemente formada por un culto representante de quienes hoy gobiernan nuestro país (en una clara reminiscencia de lo que sucedió hace unos 150 años, cuando otra comisión de patriotas ofreció el trono de México a un distinguido príncipe de la casa de Habsburgo), para restituir este derecho de todos los mexicanos de ser conducidos por el único camino posible a la felicidad, el cual les había sido arrebatado cobardemente desde aquellos años por un grupo de facciosos, intolerantes y amargados, que en un albazo sacrílego habían logrado establecer el Estado laico, defendiéndolo luego de manera incomprensible en contra de las mayorías silenciosas de los mexicanos creyentes y de buenas familias, cometiendo todo tipo de hechos violentos, que culminaron de manera cobarde y vergonzosa con el asesinato del emperador que representaba las únicas posibilidades de progreso para nuestra nación en aquel tiempo.
Aunque podría decirse que algunas razones hubo en el comportamiento de aquellos hombres, a partir de pequeños errores de unos pocos líderes religiosos y políticos que en su afán de cuidar el orden público habían reprimido a quienes encabezaban el movimiento insurgente, aplicándoles castigos que hoy nos parecen un tanto extremos, pero que luego corrigieron (nuestros lideres religiosos, por supuesto), dando su apoyo a Iturbide en sus afanes libertadores, y que si bien habían apoyado también a López de Santana, lo hicieron siempre de buena fe, engañados por los ardides de aquel militar autoritario, como tantos otros, que en el siglo pasado se dedicaron a perseguir a hombres y mujeres creyentes, cerrándoles sus templos y martirizándolos ante la imposibilidad de hacerles renunciar a su fe.
Por ello, los príncipes de la Iglesia, los altos funcionarios del gobierno, los hombres de negocios y la gente de bien han manifestado de manera unánime su muy justificada alegría por tan importantes reivindicaciones libertarias, que de ahora en adelante permitirán poner en el lugar que les corresponde a los marxistas y talibanes, enemigos del orden y del progreso.
Ahora vendrán los tiempos en los que las personas decentes podremos expresar con júbilo nuestra fe y nuestros compromisos, imponiendo nuestras ideas y principios a quienes se oponen y se han opuesto a nosotros, no sólo en aspectos de la conciencia, sino también para apoyar otras causas relacionadas con la conducción del país y con la buenas costumbres.
Muchas son las cosas que hemos logrado imponer aun en contra de las leyes establecidas, gracias a la firmeza de nuestros principios, a las relaciones que hemos sabido tejer con paciencia y sabiduría; el paso siguiente será lograr que algunas otras leyes sean derogadas por inútiles y contrarias a la realidad en todos los campos de la vida política y social, desde la educación y la cultura que reciben nuestros hijos, y en especial los hijos de quienes no tienen recursos para pagar colegiaturas y se ven obligados a recurrir a las escuelas públicas, hasta los relacionados con el derecho a la vida y la proscripción del libertinaje.
Las nuevas libertades logradas con la derogación del anacrónico artículo 24 nos permitirán, en el futuro, no sólo aislar a quienes profesan religiones, creencias y maneras de pensar diferentes a las nuestras, sino hacerles ver que son minoría y que por ello deben sujetarse a la voluntad mayoritaria de nuestro pueblo, comprendiendo que es sólo por nuestra tolerancia que les permitimos coexistir con nosotros.
Sin embargo, no debemos pensar que todos estos logros están asegurados, las modificaciones a la Constitución, aprobadas por los diputados, habrán de enfrentar duras críticas de nuestros enemigos, antes de su confirmación en la Cámara de Senadores, por ello es necesario estar alertas desde ahora, para impedir que nuestros enemigos detengan este noble proceso que ha sido posible, gracias al apoyo de gobernadores, funcionarios y legisladores comprometidos con el actual proceso de modernización que ha tenido el país durante los últimos 11 años, como nunca se habían dado en la historia moderna de México.
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