Enrique Peña, el automático
Escrutinio
Juan José Morales
A los caricaturistas se les facilita su labor cuando algún político
importante tiene rasgos físicos característicos que puedan ser
fácilmente destacados, como Carlos Salinas, con su calvicie y sus
prominentes orejas, o Felipe Calderón, chaparrito, pelón y de lentes,
como lo describió el propio presidente del PAN en ese entonces, Manuel
Espino. En el caso de Enrique Peña Nieto, sólo su prominente copete —su
pot, como se diría en el español peninsular— puede ser aprovechado con
fines caricaturescos, pues sus asesores de imagen se han esmerado por
presentarlo como un atildado, elegante y guapo personaje, un verdadero
galán de telenovela. De hecho, lo que se pretende es llegar a los
electores a través de su figura. Lo que la televisión ha venido haciendo
durante años, es precisamente vender a los consumidores —léase
votantes— un llamativo producto que llegado el momento adquieran sin
reflexionar, por su sola apariencia.
Pero a este figurín le ha ocurrido lo mismo que a esas actricillas
bellas como muñecas de porcelana, cuidadosamente peinadas y maquilladas,
andar impecable y cautivadora sonrisa, que no son sino cabecitas
huecas, incultas, carentes de conocimientos e ideas y cuando abren la
boca es sólo para equivocarse, decir tonterías o, en el mejor de los
casos, decir generalidades y vaguedades.
A Peña Nieto bien podría aplicársele aquel viejo chiste de que ya se le
conoce como El Automático, porque cada vez que abre la boca mete la
pata. Pero no porque sea tonto. Por lo contrario, es listo. Muy listo.
Si no lo fuera, no habría llegado a tan altos puestos políticos ni
habría vencido a otros avezados personajes en la lucha interna del PRI
—tan callada como sucia y feroz— para lograr la nominación del partido a
la candidatura presidencial.
No. El problema de Peña Nieto es simplemente de incultura y falta de
conocimiento de la situación y las condiciones del país que pretende
gobernar. No ha faltado columnista o comentarista de televisión que
pretenda justificar su más reciente torpeza —dijo que el salario mínimo
es de 900 pesos mensuales— con el argumento de que la mayoría de la
gente lo ignora. Puede ser que, en efecto, pocos sepan su monto exacto,
pero casi todos tienen una de que anda por los 60 pesos diarios, no 30
como creía o inventó Peña Nieto.
Dicho sea de paso, en este aspecto se parece a Ernesto Cordero,
precandidato presidencial del PAN, quien como secretario de Hacienda y
Crédito Público, declaró que con seis mil pesos mensuales una familia
podía cubrir totalmente sus necesidades, tener casa propia y hasta
comprar un automóvil y enviar a sus hijos a escuelas privadas.
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero por lo general resultan
convenientes y muchas veces necesarias. Y en este caso no puedo menos
que comparar a esos dos personajes —Peña Nieto y Cordero— que parecen
vivir en un limbo allá en las alturas, muy lejos de los terrenales
problemas de nosotros los de abajo, los mexicanos comunes y corrientes,
con López Obrador, quien ha recorrido el país de extremo a extremo —no
en helicóptero, sino por tierra— y conocido directamente la problemática
de todos y cada uno de los municipios.
Y a propósito de AMLO, me gustaría concluir señalando que en el popular
sitio de videos Youtube encontré accidentalmente uno, tomado en Morelia
por Gustavo Aguado, quien describe las imágenes con estas palabras:
“Nos encontramos a Andrés Manuel López Obrador después del evento que
tuvo en Morelia en un semáforo de la ciudad con Fabiola Alanís. Es
increíble la sencillez de AMLO comiendo una torta de milanesa y aparte
baja el vidrio y platica como si nada, quisiera ver qué pasaría si te le
acercas así a Peña Nieto o a Calderón, te fusilan ahí mismo.”
Quien quiera ver el video, lo encontrará en la dirección
http://www.youtube.com/watch?v=0ahSF6CjCAM&feature=g-vrec, o
simplemente escribiendo en un buscador el título del mismo: “AMLO en un
semáforo de Morelia increíble su sencillez”.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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