Calderón, al hoyo
Francisco Rodríguez
Indice Político
¿Qué
pasa por la mente de Felipe Calderón que busca autoinmolarse? ¿Verlo
lanzarse a un hoyo “de 400 metros de profundidad” en aras de generar
empleos –su incumplido y único compromiso de campaña— es lo que la
ciudadanía espera de él? ¿Tan mal está su psique ante tantos reveses y
tantas derrotas? ¿Está al fin consciente de que lo que mal empieza, peor
acaba?
Mal arranque del sexto año –y último, gracias a Dios— de su ocupación de Los Pinos.
Disminuido en su autoestima… funesto, anímicamente... irritado casi
siempre, Calderón podría girar órdenes aún más disparatadas que las
hasta ahora recetadas a nuestra languideciente y cada vez más
empobrecida población. Podría incluso adoptar posiciones tan radicales
que, una de dos, provocaran una algarada o de plano la inviabilidad del
país.
Ante los golpes que la realidad le propina, Calderón no se crece. Eso
sí, empequeñece y, cual monje budista, se acerca al fuego para peor
acabar su vida política.
Algo de místico hay en las autoinmolaciones. Siempre suceden en
“momentos de oscuridad”. Los autoinmolados parecieran querer convertir
sus cuerpos en antorchas que ayuden a otros a encontrar el camino que
ellos creen es el correcto, aunque los demás estemos conscientes de que
están equivocados.
Y los actuales de Calderón –y del país— son, efectivamente, “momentos de oscuridad”.
Su fallida gestión cosecha ya los resultados: la miseria y la indigencia
crecen bajo su égida en el país, mientras en la región latinoamericana
son exitosamente abatidas. Hay más analfabetas, más desnutridos, muchos
más desesperanzados. Más de la mitad de los habitantes del país carecen
de todo tipo de expectativas de salud, educación, alimentación y
vivienda.
Presume la creación mensual mínima de empleos, cuando la mayoría, si no
es que la totalidad, han sido generados por las grandes obras de
infraestructura que erige el gobierno de la capital nacional. De mínimo
salario mínimo, además.
Y su bandera, la que él mismo llamó “guerra en contra del narcotráfico”
está perdida. Su propia hermana –otro dolor, otra de las causales de su
rencor— Luisa María ha descalificado la presencia de las Fuerzas
Armadas, de policías federales, en porciones de la geografía. De nada
sirven, si “los malos” continúan acumulando influencia, producto de su
cada vez mayor poder económico y ahora, dice ella, hasta político.
Calderón también carga rencores en contra de la vida misma. Le ha
arrebatado a dos amigos, que también fueron colaboradores, en
coincidentes –y sospechosos, por tanto— accidentes aéreos.
De verdad, ¿Calderón se lanzaría a un hoyo de 400 metros de profundidad?
Yo creo que sí. Su estado anímico lo conduce a ese precipicio. Nos
conduce a todos, porque para que se dé la autoinmolación –explican los
teóricos— es necesario un sentimiento de culpa, pues nada alimenta mejor
la historia del martirio.
Porque el martirio (el martirio político incluido) es un acto que
pertenece tanto a quien lo realiza como a quien lo atestigua. La muerte
del autoinmolado, sin importar qué tan espectacular sea, permanecerá
absolutamente sin sentido a menos que una mirada receptiva la capte, es
decir, a menos que suceda en el seno de una comunidad devorada por
sentimientos de culpa.
Y esa culpa puede responder a varios factores: injusticias toleradas
habitualmente, cobardía colectiva e insensibilidad ética, pasividad
frente a la opresión política, sentimiento de derrota frente a fuerzas
percibidas como invencibles, aunque legítimas: gobiernos totalitarios,
ocupación militar extranjera, etc.
En otras palabras, los autoinmolados como Calderón quiere serlo, surgen
en sociedades que de cierto modo se sienten responsables de su opresión,
donde no sólo sentimientos de complicidad, resentimiento mutuo y
desconfianza envenenan la vida privada de la gente, sino que también la
socavan en lo social.
Los autoinmolados hacen algo que es cautivadoramente simple: rompen el
hechizo que es exactamente lo que se necesita para detonar el cambio,
como resultado, son adoptados en calidad de “salvadores” y “redentores”,
no obstante que en algunas circunstancias, como en el caso de Calderón,
sólo sean quienes encienden el cerillo en el momento exacto en que la
tensión social se ha vuelto explosiva.
Y el país está como yesca y en cualquier momento se podría incendiar.
Todo porque Calderón quiere lanzarse al hoyo… antes de tiempo.
Índice Flamígero: Decía el admirado escritor y soberbio poeta Mario
Benedetti que “un torturador no se redime suicidándose… pero algo es
algo”.
www.indicepolitico.com / pacorodriguez@journalist.com
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