Supervía para más abuso del poder
Alvaro Cepeda Neri
2 de Enero 2011
Hemos tomado el gobierno, porque aquí hacemos confusión, dolor, más que en el infierno Nicolás Maquiavelo
Precisamente el juicio-concepto tantas veces citado “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” sintetiza el pensamiento de John Emerich Dalberg Acton (1834-1902), que está en sus Ensayos sobre la libertad y el poder, publicados en español en 1959 por el Instituto de Estudios Políticos; además de su libro todavía no traducido al español Essays on church and statte. Periodista e historiador que hizo de su defensa de las libertades el factor común, sin que nos haya cumplido su promesa de escribir una historia universal de la libertad (inexplicablemente, Lord Acton no fue citado en el texto de Eric Foner La historia de la libertad en Estados Unidos, editorial Península).
Los gobernantes, con sus excepciones y aún en las democracias que además se conducen con republicanismo, por lo general tienden a ciertas dosis de autoritarismo en mayor o menor medida. Pero los que, a pesar de las apariencias con su discurso democrático y poses demagógicas de populismo, llevan dentro la personalidad autoritaria-autocrática constantemente dan muestras de sus abusos de poder, sus arbitrariedades, su corrupción y la impunidad para hacer lo que les viene en gana, por lo cual se hacen necesarios los controles, los pesos, contrapesos y un sinnúmero de instituciones a las cuales, no obstante finalmente le sacan la vuelta para imponer unilateralmente su voluntad contra las peticiones y demandas de los ciudadanos.
Tenemos a la vista los casos de Peña Nieto (en el Estado de México), del troglodita Ulises Ruiz (en Oaxaca), el de Fidel Herrera (en Veracruz), el de Guillermo Padrés (en Sonora), el de Mario Marín (en Puebla), Zeferino Torreblanca (en Guerrero), Emilio González, etcétera. Las entidades, en su mayoría, tienen a neocaciques en las gubernaturas y presidencias municipales, y no pocos de ellos son cómplices de los narcos que roban de los dineros públicos y se embolsan parte del botín del narcotráfico. Esta marea de poder absoluto, corrupción con impunidad y abusos del poder, llega hasta los funcionarios federales. Calderón, con su necedad militaroide y policiaca, y Marcelo Ebrard, con sus actos de prepotencia y despotismo, son otros dos del bestiario político más autocrático.
Marcelo Luis Ebrard Casaubón se formó en el Partido Revolucionario Institucional, PRI (y en el priismo salinista), a cuya afiliación renunció para saltar al Partido Verde Ecologista (partido nacido de las ventas farmacéuticas), y, después, militante del efímero Partido de Centro Democrático (para seguir a su maestro en “nudos históricos”, Manuel Camacho: otro desertor del PRI cuando Salinas lo sacrificó por Colosio y, emberrenchinado, se fue a la oposición para, ahora mismo, con Ebrard, estar culminando la traición contra López Obrador y, con los Chuchos, corromper y destrozar al Partido de la Revolución Democrática). Exjefe policiaco, Ebrard juró lealtad a Andrés Manuel López Obrador, quien lo impuso como jefe de Gobierno del Distrito Federal y, desde este cargo, jefe de la mafia chuchista-camachista, de la corrupción pavorosa, del relajamiento administrativo y del mal gobierno que priva en la capital del país.
Ebrard Casaubón ha decidido, como Calderón, gobernar policiacamente, despreciar a la opinión pública individual y colectiva de la ciudad de México, en todos los problemas que resuelve cupularmente, mientras prosperan los negocios en grúas, taxis, apropiación de terrenos urbanos (por ejemplo, en Villa Coapa, frente al Colegio Mexicano-Inglés); en los bares nocturnos, en el alcoholímetro… en las más de 300 obras que, al mismo tiempo, tienen como bombardeada a la ciudad, lo que representa sobornos de las empresas. Y la necedad, contra viento y marea, de construir su Supervía Poniente (que será de cuota contra el derecho al libre tránsito constitucional) y donde los policías armados hasta los dientes, los célebres granaderos de Díaz Ordaz, de Echeverría, con patrullas y vallas metálicas (solamente falta el apoyo de la delincuencia organizada), blindan las obras.
Esa obra, adjudicada sospechosamente a Copri y OHL, Ebrard la tiene protegida por la policía para una guerra a muerte contra los vecinos de la zona que no han sido escuchados y quienes ejercen sus derechos 8 y 9 constitucionales. Un área aledaña a la avenida Luis Cabrera, desde San Jerónimo hasta el cruce con Ferrocarril de Cuernavaca, parecen Afganistán o Irak. Con claridad, refleja el abuso de poder de Ebrard contra los indefensos ciudadanos que argumentan razones contra la irracionalidad del émulo de Peña Nieto (un Ebrard que se presenta bonito, galán… y paseando por París y Madrid, mientras en Tepito hubo baños de sangre y homicidios al estilo de Ciudad Juárez).
Con esa pésima administración y mal gobierno, Ebrard más suspira que aspira a la candidatura presidencial por una de las más corruptas y temibles tribus del pulverizado perredismo. La Supervía es un ejemplo más del listado de abusos del jefe de Gobierno de la Ciudad de México que, aparte de su terror administrativo al interior del aparato burocrático defeño, expropió 51 predios, despojando a cientos de familias de su patrimonio de modestos inmuebles, en uno más de sus arrebatos de “modernizador”. Y tiene arreglos, de tanto más cuanto, para que algunos comunicadores lo apoyen y a los cuales “trabaja” cara a cara su asesora en medios, Marcela Gómez. Haya o no marcha atrás, lo cual es casi imposible, Ebrard y su equipo de campaña por la candidatura presidencial han demostrado que, perredista y todo, sigue siendo un salinista emboscado con síntomas y conducta al estilo díazordacista.
*Periodista
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