Estado de México
17 enero 2011
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Nuevamente se les adelantó; antes de que los partidos en el gobierno federal y en el del estado más poblado de la Federación empezaran a plantear la importancia de las elecciones del año próximo, López Obrador había ya concluido su primero de varios recorridos por los municipios de la entidad, sin estridencias, sin aparato, señalando dos hechos fundamentales, uno obvio: el país está en crisis y la población tensa, y otro, menos aceptado por analistas y expertos, pero no menos cierto, que la gente está en mayor número, decidida a buscar un cambio real y que muchos se convencen, paulatina pero firmemente, de que la organización popular es indispensable.
El atildado gobernador del estado de México declaró hace unos días que debe dejarse que los partidos políticos se hagan cargo de las próximas elecciones, agregando que él no intervendrá en la contienda; por supuesto pura formalidad, todo mundo sabe que ya está en campaña y, también, que lo que suceda en el estado de México tendrá repercusión en el futuro nacional.
En el concepto expuesto por el gobernador hay subyacente una segunda intención, no del todo consciente: desalentar a los ciudadanos de infantería y a los movimientos populares para que no intervengan y dejen que sean las cúpulas partidistas las que tomen resoluciones, hagan o deshagan alianzas y negocien abierta o veladamente los términos, condiciones y hasta resultados del proceso electoral.
Se trasluce su intención; quisiera que así fueran las cosas, que la gente se mantuviera al margen, desempeñando su papel pasivo de callar y obedecer que le asignaba el marqués De Croix, virrey de la Nueva España. No se percata el jovial gobernante, de que su forma y sus fórmulas de hacer política, cada vez son más anacrónicas e inviables; mientras que arriba, en los partidos a los que apela, se obstaculiza y escamotea la democracia, abajo en los múltiples veneros y conductos subterráneos, el pueblo participa y está dispuesto a dejar su papel pasivo de objeto de la política y a transformarse en su protagonista.
Habría que recordar al consentido de Televisa que el papel de los partidos políticos es solamente instrumental; son herramientas que el pueblo puede usar para su participación política; los ciudadanos están por encima de los partidos y éstos deben estar al servicio de los ciudadanos. Son conductos y cauces para la participación, no monopolio de ella. La democracia se pervierte si se deja exclusivamente en manos de las burocracias partidistas; recordar a Duverger y a Michels. Hay que devolver el poder al pueblo y cancelar la partidocracia.
En todo el país, en el estado de México más notoriamente en estos tiempos decisivos, la gente abre los ojos, piensa y se hace resistente a la política espectáculo, montaje teatral de apariencias, discusiones superficiales e intercambio de adjetivos; Burundanga le da a Puchilanga, Puchilanga le da a Bernabé, Lujambio le pega a Moreira, Moreira se va contra el PAN. La trama se descubre y ya sólo sorprende a los más ingenuos y a los más temerosos.
Un dato fundamental ha sido la actitud inteligente y oportuna de Alejandro Encinas, quien logró unificar exactamente a tiempo, a los partidos de avanzada y al movimiento por la regeneración nacional encabezado por AMLO; movió las aguas que parecían estancadas y cambió expectativas.
Se rescata a él mismo, se reincorpora a la corriente política dentro de la que ha jugado un papel destacado, de la que el espejismo del Congreso mantenía alejado y da con ello a los mexiquenses la gran posibilidad de sacudirse a un gobierno que durante varias generaciones, durante casi cien años ha estado en manos de los mismos grupos y familias. Vistoso sin duda el último representante de la dinastía, pero ineficaz. Este gobierno, en el que tan importante papel juegan estilistas, peinadoras y diseñadores de vestuario, debe pasar en los próximos comicios a manos de un poder popular.
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