viernes, 7 de enero de 2011

Esos escritores que paga el poder

¡¡Exijamos lo Imposible!!
La sumisión
Luis Javier Garrido

El papel de escritores y académicos mexicanos avalando las atrocidades del gobierno panista no tiene paralelo en nuestra historia reciente, de ahí que 2011 se abra con la necesidad de reflexionar sobre esta cuestión fundamental y hay material para ello.

1. En un artículo memorable titulado El dandy y el histrión. La crítica y la paradoja del comediante (Proceso, número 1783), José Emilio Pacheco analiza el papel de los escritores y de la crítica en México, y acaso sin proponérselo al hablar del siglo XIX plantea esta cuestión en toda su actualidad.

2. El punto de partida de la reflexión de Pacheco, lo constituyen sus estudios sobre Juan de Dios Peza, poeta destacado de finales del XIX, pero olvidado, a quien la mafia de la época, encabezada entre otros por Manuel Puga y Acal, que escribía con el seudónimo de Brummel, buscó ningunear, y es notable por todo lo que sugiere el que es uno de los más grandes escritores mexicanos, con el que el gobierno español quiso el año pasado dar lustre a su Premio Cervantes, y quien conoce como pocos la vida intelectual del país, marcada por esa difícil relación de artistas y escritores con el poder político.

3. La historia del afán de algunos escritores por erigirse como un poder cultural y literario en estrecha vinculación con el poder político se remonta en México, como recuerda Pacheco, al triunfo de la República, cuando se creó la que se llamó República de las Letras, cuyo primer presidente fue Ignacio Manuel Altamirano, remplazado pronto por su discípulo Justo Sierra, quien por su fama literaria creciente y su exitosa carrera política en el porfiriato asumió el papel de autoridad cultural y de jefe, sin decirse, de un poderoso grupo de poder. Ya como ministro de Instrucción Pública, a partir de 1905 controló las revistas, las editoriales, los periódicos, las becas para los pintores y los cargos diplomáticos para escritores, lo que sin proponérselo sentó un precedente para el nuevo siglo.

4. Entre el régimen porfirista y el posrevolucionario muchas son las diferencias, pero también múltiples las coincidencias, y la tentación de muchos escritores siguió siendo la misma. Enrique González Martínez habría ejercido el cargo intangible de esa República cada vez más dictatorial a partir de 1915, y de 1939 a 1959 ocupó la presidencia Alfonso Reyes en un periodo poco estudiado, en el que esos grupos se transformaron cuando a inicios de los 60 la conocida entonces como Sociedad de Elogios Mutuos derivó en La Mafiatérmino creado no por Luis Guillermo Piazza, como muchos creen, sino por Luis Spota o Margarita Michelena–, y en la que Pacheco no se detiene, acaso por ser sus contemporáneos.

5. La descomposición de las elites culturales en las últimas décadas del siglo XX no es motivo de su artículo y Pacheco no llegó ya a reflexionar sobre el proceso desastroso para la cultura mexicana de finales de los años del neoliberalismo, limitándose a apuntar que desde los 60 hasta su muerte, en esa República, que de monarquía había pasado a ser una Iglesia con todo y sacerdotes y eunucos, ocupó esa posición Octavio Paz, que el siglo XXI encontró en su lugar a Carlos Monsiváis, y que ahora la gente se pregunta si existe aún la República de las letras y si están a su cargo Héctor Aguilar Camín y/o Enrique Krauze.

6. José Emilio no pontifica, sino sugiere, y ojalá algún día hable del proceso reciente de los escritores en relación con el poder. El momento determinante de la consolidación de un grupo mafioso con la pretensión de decidir lo que vale y lo que es artística y políticamente correcto en México, se produjo en la parte final del siglo XX, precisamente cuando otra mafia, ésta política y empresarial, empezó a privatizar al Estado mexicano y a entregar los recursos de la nación al capital multinacional, y su sacerdote supremo fue Octavio Paz. Olvidándose de lo que había escrito sobre la necesidad de que el escritor se mantuviese alejado del poder, Paz se convirtió en el consejero del Príncipe en los años del salinismo y, prevaliéndose de su asociación con Televisa, se autoimpuso como el zar de la cultura mexicana en las dos últimas décadas del siglo, alcanzando un poder del que no soñó Sierra, pues dictó las políticas culturales del Estado y como él decidió las becas gubernamentales para los artistas por conducto del CNCA e influyó en que se le diesen cargos diplomáticos a escritores, pero sobre todo contribuyó a legitimar un poder espurio.

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