Francisco Rodríguez
Indice Político
Estamos muy lejos de ser “la Suiza americana”, pero cada vez nos acercamos más a ser la Swazilandia de este continente. Porque, de acuerdo a datos de la organización Transparencia Internacional, en materia de corrupción estamos en el mismo escalón que el pequeño reino sudafricano. El 72 de 180, nada más.
Y no nada más en ese terreno somos como los mexicanos cual los swazi, que provienen de la etnia bantú. Porque si el pequeño país al este de Mozambique no tiene salida al mar, los mexicanos ya no tenemos salidas de ningún tipo.
Allá, como aquí, los gobierna una monarquía absoluta. Aquella es dinástica, la nuestra es también hereditaria pero sexenal. Debido al VIH, allá tienen una de las más bajas esperanzas de vida, apenas 32 años y medio.
Por la violencia y el narcotráfico, la impunidad y la corrupción, en México los niños mueren a los 13 años, las jóvenes desaparecen apenas saliendo de la pubertad.
Las principales características de la organización política swazi son idénticas a las de aquí. El rey nombra a los ministros y ejerce simultáneamente las ramas ejecutiva y legislativa. El parlamento o Libandla se limita a debatir las propuestas del gobierno y a aconsejar al rey.
Por ejemplo, si uno de sus ministros es acusado de contagio por el extendido mal de la corrupción, le persuaden que ahí lo deje, para que la enfermedad se vuelva endémica, terminal.
Los jueces del Tribunal Supremo y del Tribunal de Apelaciones son también nombrados por el Rey. Idéntico a lo que sucede acá.
Electoralmente, en Swazilandia entonan bien las rancheras. A pesar de la aparente apertura política impulsada por el rey, debido principalmente a presiones internacionales, varios partidos políticos todavía se encuentran en la ilegalidad, existiendo incluso persecuciones políticas a aquellos miembros de los partidos antimonárquicos. ¿Le suena?
Por lo que hace a los derechos humanos el panorama se antoja similar. No ha mucho, Amnistía Internacional denunció las torturas policíacas. Un poco más civilizados que acá, allá no “corrieron” del país al equivalente de Amérigo Incalcaterra, cual sí aconteció por “este Laredo”.
El Rey Mswati III es frecuentemente criticado por vivir tan lujosamente en una nación afligida por la tasa de infección de VIH más alta del mundo. Su multitud de coches de lujo, los millones gastados en restaurar las ostentosas mansiones de sus numerosas mujeres, no es acorde a la realidad de un país en el cual aproximadamente el 34 por ciento de la población activa se encuentra desempleada, de los cuales casi el 70 por ciento vive con menos de un dólar al día, y alrededor del 39 por ciento de los adultos se encuentran infectados por el VIH.
Muy parecido, lo anterior, a las desoídas críticas que aquí frecuentemente se vierten sobre los escandalosos salarios del ocupante en turno de Los Pinos y los de su respectiva corte imperial, que en nada corresponden a los ingresos de los habitantes de una nación a la que se prometió dar empleo –aunque la oferta nunca tocó aquello de “bien remunerado”—, seguridad, salud, educación, vivienda digna, rubros en los que nuestro querido país se encuentra en los lugares más rezagados del Continente. Haití, incluido but of course.
Lejos de Suiza y de Dios. Cada vez más cerca de Swazilandia, ¿o no?
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