Desde Morelia: carta de un gran amigo
María Teresa Jardí
María Teresa Jardí
Hola Tere, te escribo ya desde la primera "ciudad-pánico", desde Morelia. Es una antes del 15 y otra luego de las granadas. El ambiente es pesado e incierto. Caminas por la calle sabiendo ya que cualquier cosa puede suceder. La sensación de desprotección empieza a regir con más certeza que cualquier discurso. Se vuelven necesarias, pues, las palabras de políticos, investigadores o de quienes rápido andan haciendo hipótesis, no alcanzan lo hecho y deshecho: la posibilidad de transitar libremente, con la certeza de que lo que te pase será fruto de tus acciones o, en caso de desgracia, de algún accidente. Surgieron como civiles, entre civiles. A partir de ahí pareciera que cada policía o soldado, los formales o los que se van implantando en la cabeza de cada quien, posee un derecho irrestricto a vigilar, a escudriñar, a prever tus intenciones, gestos, posiciones. Los enojos no saben hacia dónde disparar: "para que sigan votando por el PRD", decía una mujer en una tienda. En otra conversación, en un café, dos hombre mayores, proponían organizar una matanza de narcos y delincuentes de Michoacán, con todo y sus familias, unas 60, decían, ¡para que volvamos a la paz!
Más tortuosos, activistas sociales te describen el intrincado mapa de la geopolítica estatal, las rencillas, los juegos para torcerle la mano al enemigo y así deducen al culpable. Pero esos grupos de soldados que están en cada una de las entradas de una plaza comercial ¿por qué están ahí? y ¿para quién? No sabe uno si saben algo o si andan tratando de saber, si creen que uno sabe algo. Saberse desprotegido es la conclusión a la que puede llegar uno, luego de estos años de luchar por la vigencia de los derechos humanos en el país. No poca gente acá permanece en el azoro y en la zozobra, como si se atuvieran a lo hecho y deshecho, ajenos a la desbandada de palabras que se dicen sin dejar hablar a la desgracia y a su torpe lenguaje, en todo lo que tiene que decir, sobre todo cuando se trata de una desgracia producida de manera tan malévola. Un salto en la espiral que sigue haciendo trizas el tejido social desde que el conjunto de los poderes optaron por abandonar el suelo y erigir un más allá donde disputarse el control. En el más acá, a partir de entonces, lo que ocurre es descontrolado de manera creciente y desmesurada. Las víctimas se convierten en parte del escenario televisivo, actores y actrices de reparto para el guión que nos da digerido el sentido de los acontecimientos.
Que yo sepa nadie ha decretado unas horas de silencio, unos momentos de escucha para oír la desgracia, para mirarla. En las pesquisas más bien pareciera prevalecer la idea de saber quién fue el verdaderamente golpeado con los muertos y los heridos, no las mujeres y hombres que cayeron, sino el política o económicamente afectado: que si Godoy, si Calderón, si las fuerzas de seguridad, si algún partido… Interpretar, interpretar e interpretar nos veda el acceso a lo que esos otros, víctimas reales, tienen que decir y que hacer ver. Colosio, hace unos años, apenas ayer Tabasco, o el Fobaproa, como las granadas estalladas en lo que parecía una festividad normal de la cotidianidad provinciana, no cesan de suceder y dejar rastros de guerra: heridos, muertos, pérdidas, sobre todo, el cambio súbito de una realidad en la que, de pronto, ya no se sabe cómo hay que orientarse. Al menos saberse desprotegido sirve de orientación.
Tan suficientemente dividida y desarticulada se encuentra la sociedad, tan hecha al modo de una sociedad delatora, tan llena de jueces de primera instancia en cada rincón, que la libertad de expresión y movimiento cada vez más sólo pertenece a la violencia y a la pueril complacencia en ella. Habría que recomenzar, suscitar las fuerzas que requiere un recomienzo, para no ir al despeñadero al que vamos a gran velocidad. ¿Demasiado catastrófico? Yo digo que no es catastrofismo ver la catástrofe que está ahí y que siempre hay que querer eso que pasa con la suficiente fuerza y voluntad de vivir, como para poder combatirlo y vivirlo con dignidad, con respeto por el dolor de quienes fueron a transitar libremente y a festejar en familia una festividad tradicional. No decir nada y no hacer nada que ofenda el dolor de inocentes ya sería un primer mandamiento para apartarse del microfascismo que pulula en tantas cabezas, sensibilidades e imaginaciones, más acá de las desdibujadas fronteras de los mapas políticos, morales o culturales que parecían definitivas. Otra vez estallaron y fueron transgredidas, ahora con mayor fuerza y expresándose en cuerpos mutilados, en vidas cortadas de tajo, en existencias trastornadas.
Entre esas fuerzas del recomienzo, tal vez necesitamos otro tipo de crítica, una que sea como la talla de madera, una que quite a las expresiones de todo tipo aquello que les sobra, que está de más, que trata de recubrir lo que los hechos expresan en su desnudez.Ya te conté mis impresiones y lo que modestamente alcanzo a percibir, pues, en verdad, estoy impresionado. Tengo poco de estar en Morelia y ya me llamaba la atención su desterritorialización, las prótesis "defeñas" que se han instalado aquí. Apenas comenzaba a ubicarme. El lunes 15 esa desterritorialización se hizo brutal: la población al descubierto, expuesta, descalificada para la elección que determina su estatuto victimal, su ofrecimiento en el altar del nihilismo.Un abrazo, Jesús.
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