Lo peor ahora son las revelaciones de que PGR y SSP están al servicio de bandas del narcotráfico
Puede estallar en cualquier momento. Y será un salpicadero que alcanzará alturas insospechadas. Ya desde ahora es un verdadero escándalo.
No se trata sólo de corroborar lo que desde hace tiempo era más que sospecha: que nuestras corporaciones policiacas y de justicia están infiltradas por el crimen organizado; más aún, que muchos mandos medios y altos son verdaderos empleados a sueldo de los narcos. Lo peor ahora son las revelaciones de que la Procuraduría General de la República está penetrada por el cártel de los Beltrán Leyva, mientras que la Secretaría de Seguridad Pública está al servicio de los hermanos Zambada. Bandas que luchan ferozmente por el control del Pacífico.
Da escalofrío pensar que esa sea la explicación a los enfrentamientos inocultables entre la PGR y la SSP y a la animadversión pública que se profesan el procurador Eduardo Medina Mora y el secretario Genaro García Luna. Dos personajes a los que nadie les ha pegado un manotazo en la mesa para que se dejen de maniobras y trampas que han costado ya muchas vidas entre sus respectivos agentes.
Por esta batalla interinstitucional sin cuartel, más las delaciones a los medios uno en contra del otro, da la impresión de que la famosa Operación Limpieza fue una medida inevitable más que una decisión política. De cualquier modo esa sospechosa disputa, sumada a la ausencia de una estrategia oportuna e inteligente, anticipa ya como perdida la llamada guerra contra el narcotráfico y sus derivados de violencia.
Ya son muchos los muertos y pocos los resultados. Por el contrario, el desgaste ha sido brutal no sólo para los aparatos policiacos y de justicia, sino para todo el gobierno calderonista. Y es que a dos años ya de distancia todo el esfuerzo parece dedicado prioritariamente a ese propósito de un exterminio que ahora parece selectivo. Mientras tanto se pudren temas torales como una estrategia convocante e incluyente para enfrentar la crisis económica, medidas urgentes para evitar el desempleo masivo o la elaboración de una agenda bilateral con el nuevo gobierno de Obama que está por arrancar.
No. Nada de eso parece urgirle al actual gobierno federal. Y cuando acaso se mencionan estos temas, la prioridad sigue siendo la guerra contra el narco. Ya perdimos de plano la fe en algún cambio estructural de fondo a un modelo económico que es la fábrica de pobres más grande del planeta. El gobierno se conformó con seguir aplicando las viejas recetas de subsidariedad salinistas y zedillistas porque no quiere distraerse de su guerra particular que cree que lo legitima cada día.
Por el contrario, si bien las encuestas muestran una aprobación apenas de panzazo, la percepción en las calles es de hartazgo, de orfandad y de abandono de un gobierno que pelea pero no crea en lo absoluto.
Mientras tanto, el mapa de la violencia, la sangre y la muerte, que antes se focalizaba en ciertas regiones del país, ahora se ha extendido a todo el territorio con una irracionalidad absoluta, que incluye la ejecución de inocentes jornaleros como si de reses se tratara, o de víctimas civiles atrapadas por el fuego cruzado o asesinadas por error de un piquete de soldados. Por cierto, en el Ejército están cada vez más irritados por este error histórico: el crimen organizado contra un gobierno desorganizado.
Y todavía nos dicen que vamos ganando la guerra aunque no lo parezca. Lo cierto es que siguen sin caer los peces verdaderamente gordos. Que ahora pueden estar en cualquiera de los dos bandos.
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