Jorge Canto Alcocer
Al cúmulo de frases estúpidas que han enmarcado la campaña de Josefina Vázquez Mota, la más reciente, en la que prácticamente reivindica como suyo el “voto de Dios” es tal vez la más desafortunada. Introducir en una campaña política elementos de lo sagrado es no sólo una enorme irresponsabilidad, sino una injustificable falta de respeto a un pueblo que se ha caracterizado desde tiempos inmemoriales por su fe y su veneración a la divinidad. Con su lamentable dicho, Vázquez Mota presumiblemente pretende captar el voto religioso, pero seguramente su tonta maniobra tendrá una trayectoria de bumerang, ya que el pueblo mexicano, si bien mayoritariamente creyente, también es ampliamente partidario del Estado Laico, siguiendo fielmente las bíblicas palabras de “al César lo que es del César…”.
También yerra Vázquez Mota al parafrasear a Manuel Clouthier, acaso el último heredero del heroico panismo democrático, el que luchó contra el Partido Único en condiciones de franca represión desde 1940 y hasta 1988, cuando precisamente un grupo de líderes de Acción Nacional consintió en venderse descaradamente al sistema priísta, aceptar las migajas que ilegal e inmoralmente les aventaba Salinas de Gortari y traicionar, precisamente, al empresario sinaloense que hizo de sus últimos cuatro años de vida una cruzada por la democratización nacional.
Recordemos que, siendo un exitoso empresario agrícola, Clouthier encabezó en 1982 una larguísima y polémica campaña de protesta contra la nacionalización de la banca decretada por José López Portillo. Años después, en 1986, el también llamado “Maquío” se lanzó como candidato del PAN a la gubernatura de Sinaloa, contendiendo con Francisco Labastida, el priísta de gris trayectoria que terminaría perdiendo la presidencia ante el salinista Vicente Fox en 2000. La contienda de 1986 tuvo todos los ribetes de las elecciones de aquellos tiempos, incluidos el descarado robo de ánforas, rasurado del padrón, urnas embarazadas, sustitución de actas y demás chistecitos de los mapaches de aquellas épocas. Todo Sinaloa sabía que Clouthier había ganado la elección, y el valiente político se enzarzó en una serie de acciones de resistencia para, al menos, dejar constancia de que el “triunfo” de Labastida fue ilegal.
La lucha democrática Sinaloa le valió a “Maquío” la candidatura presidencial del PAN en 1988, la competida elección protagonizada además por Carlos Salinas de Gortari y el izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas. Con su estilo valiente y bravío, Clouthier contribuyó al despertar ciudadano y dedicó buena parte de su campaña a perseguir y desenmascarar las fraudulentas acciones del PRI en favor de su impopular candidato.
La noche de la jornada electoral, los mexicanos nos asombramos ante la inédita imagen de los tres candidatos opositores –Clouthier, Cárdenas y Rosario Ibarra, quien obtuvo una mínima votación- llegando juntos y en protesta a la Secretaría de Gobernación. El sistema tembló ante esa imagen, y los largos tentáculos de la corrupción y la inmoralidad alcanzaron al PAN, pero no a su candidato. De la Madrid y Salinas negociaron directamente con la dirigencia panista, encabezada por Luis H. Álvarez y Carlos Castillo Peraza, la aceptación del fraude y la imposición de Salinas, a cambio de una promesa de democratización, que en realidad se materializó en las famosas y oprobiosas “concertaciones”. “Maquío” no se prestó a la componenda, y a pesar de saber que no fue él el ganador de la elección sino Cuauhtémoc, mantuvo su lucha durante meses, negándose en todo momento a reconocer al impostor.
Clouthier se convirtió en una piedra en el zapato del panismo claudicante. Su muerte, ocurrida en el marco de un inexplicable accidente, llegó en el mejor momento para los neo-panistas: justo cuando Salinas ordenó entregarle al PAN la gubernatura de Baja California. Tras la consumación del pacto y la muerte de Clouthier, podemos decir que surgió el PRIAN, esa rara coalición entre azules y tricolores para proteger, a como dé lugar, los intereses de una oligarquía surgida precisamente al amparo del corrupto e ilegítimo poder de Salinas de Gortari.
Fue entonces cuando Josefina Vázquez Mota, una joven y poco brillante economista de derecha, ingresó a las filas del PAN, donde realmente destacó poco durante sus primeros años. Sin grandes dotes, pero totalmente entregada a las nuevas prácticas panistas de connivencia con el priísmo corrupto, Josefina llegó a una diputación plurinominal y luego, meteóricamente, a la SEDESOL del foxismo.
Desde aquellos sus puestos iniciales, Vázquez Mota demostró no tener más compromisos que la ciega obediencia a los mandatos de los poderosos. En la SEDESOL se dedicó a armar el tinglado de compra y coacción del voto a favor de los gobiernos panistas, en clara imitación de las prácticas que por años denunció su partido; luego, para la fraudulenta elección de Calderón, fue vocera cínica que negó hasta las evidencias más palpables del nuevo mapachismo, del mismo modo que los priístas hicieron durante décadas; al frente de la SEP primero se alió con la deleznable Gordillo para luego, cuando la camaleónica liderzuela le dio la espalda al usurpador para pasarse al bando de Peña Nieto, darse a la denuncia interesada de algunos de los malos manejos de la nefasta salinista.
Vázquez Mota es, pues, la emblemática representante del neopanismo corrupto, inmoral y ajeno a principios; es decir, las antípodas del Manuel Clouthier al que cita sin sonrojo. “Maquío”, un demócrata conservador y patriota, sin ninguna duda estaría en la coyuntura actual en la trinchera de la democracia, aunque no compartiera cabalmente las propuestas del movimiento progresista. No por casualidad su hijo fue invitado por Andrés Manuel a colaborar en el nuevo gobierno en la crucial función de encabezar la contraloría ciudadana. Su inmediata aceptación habla de que es hijo de tigre, uno más de los honestos y leales mexicanos que se suma a la lucha por transformar a México.
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