Álvaro Cepeda Neri
No había transcurrido un mes de haber sido ungido Peña Nieto como
candidato único del Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuando
entre desatinos, errores y tropiezos se desmoronó el figurín
creado por Televisa y demás medios de comunicación que, a cambio de muy
bien pagada publicidad, le pusieron las alas de Ícaro (a quien su padre
Dédalo le fabricó dos extremidades torácicas para volar) que el sol de
su vanidad y populismo han derretido, y en su caída a la realidad está
hecho añicos, demostrando que no estaba preparado para volar… Va en
caída libre y peligra él, lo cual no importa; pero en su desplome
arrastra al PRI a una tercera derrota de la que no se volverá a
levantar.
Peña lo puede enterrar. Y no tanto por el refrán de que la tercera
es la vencida, como porque en el mediano plazo se vislumbra una
transformación de los partidos que sólo resistirán aquellos capaces de
contar con éxitos electorales este julio respondiendo al renovarse o morir.
El PRI ya pasó por sus tres etapas: Partido Nacional Revolucionario,
Partido de la Revolución Mexicana y PRI, yendo de más a menos cuando fue
vencido en 2000, y puede no recuperarse de perder esta elección
presidencial en un México que, a gran velocidad, busca a través de sus
individualidades ciudadanas la alternativa de más democracia o una
inestabilidad de revueltas en busca de su primavera política.
La vanidad (uno de los “pecados” de la política –mortal– dice Max
Weber) y falta de finalidades que caracterizan a Peña y su facción
priísta, lo han llevado a exhibirse como un politiquillo que no estaba preparado (y es casi imposible que lo eduquen
políticamente) para la competencia electoral. De tontería en tontería,
de respuestas estúpidas a aclaraciones idiotas, sosteniendo que le
tienen envidia por ser el “puntero”, el mexiquense del copete bonito ha
demostrado que es un cabeza hueca.
Y que sin el “chip” en la oreja de los locutores de Televisa, es un hombre al agua
que no sabe nadar, y sus asesores (Luis Videgaray y David López, sobre
todo) son incapaces de prepararlo cuando se atreve a salir en público
donde no está su porra ni sus 300 mujeres que le gritan: “¡papacito!”.
De burro no lo bajan. Nadie lo respeta. Perdió la poca
credibilidad que tuvo, si la tuvo. Y lleva al PRI a su final, puesto que
hay hechos irreversibles de que el Partido de la Revolución Democrática
y el Partido Acción Nacional, con su artillería (y las embestidas
perversas de Calderón), lo van a acabar. Ya se dieron cuenta sus
adversarios y enemigos que Peña está de pechito, fuera de sí y teme que sepan que todos sus frentes son débiles.
Blanco al que no fallan los caricaturistas y las críticas; lo tiene
temeroso la discusión en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(la cual lleva ya varios fallos contra Calderón) por la sangrienta
represión de Atenco. Lo tiene nervioso que vayan a exhibir a su hombre
de confianza (Luis Videgaray, el llamado hombre del maletín, ya sabrán los lectores por qué) con la información de la Unidad de Inteligencia Financiera creada por Calderón para agarrar de la cola a priístas, perredistas e incluso panistas. Se le nota sacado de onda.
Algo lo perturba y más cuando se hace bolas ante las preguntas de los
reporteros (“¡no se hagan bolas! –dijo Salinas– es Colosio”… Y resultó
Zedillo).
Ya ha bajado varios puntos en las encuestas privadas, mientras le
inflan las que se dan a conocer. Desde Los Pinos salen rumores de Quique y la Gaviota.
Aparecerán libros de análisis sobre su mal gobierno mexiquense, el
dinero invertido en Televisa, Tv Azteca y medios escritos (Loret de Mola
hijo lo defiende en su columna) para resaltar su figura de galán, pero
con poses de guapo no se ganan las elecciones. Cordero lo ha traído de
la oreja. Creel lo ningunea y Josefina se burla de él. Igual que López
Obrador, a pesar de sus mensajes amorosos. Atrapado en sus errores que
lo han vuelto más vulnerable, los priístas temen lo peor. Ya no están
seguros de ir solos y que, con su vieja estructura y la subcultura
política de los medios rurales donde hablan de “la PRI”, nada tienen
asegurado.
Lo han des-pe-ña-do del pedestal donde estaba (calladito se
veía más bonito). Si nunca demostró calidad de político, disfrazado de
gobernador como que parecía tener madera. Pero a las primeras de cambio
se desinfló. Y hoy los priístas escuchan pasos en la azotea. El
nuevo dirigente del PRI le ha tomado el pulso a la angustia y
nerviosismo de sus militantes, quienes están desilusionados de Peña por
sus constantes errores políticos que lo han hecho desacreditarse y caer
bajo sospecha de que puede perder la competencia; y el PRI no quiere ser
derrotado por tercera y última vez, ya que una derrota más sería su
final tras casi 70 años de existencia (1946-2012).
Como los malos peleadores, Peña en el primer round anda groggy (atontado, tambaleante, y en la jerga mexicana: apendejado) y lo saben sus adversarios y quienes ejercen la crítica en Twitter. Su copete se despeinó a las primeras de cambio. No sabe replicar. Ni huir. Se queda como canguro lampareado.
No tiene junto a él a alguien que sepa y le enseñe habilidades para
escapar de los atolladeros. Al contrario, se mete más en líos cuando
quiere parecer inteligente. Es un hombre de arena que se desmorona a los ojos de sus “admiradoras” y sus acarreados.
El PRI, es decir, los dos PRI, donde la unidad se ha desembocado
como unión de la escisión, debió hacer la sustitución del candidato a
tiempo, pues Peña va derecho a perder y el Revolucionario Institucional
ya no puede recurrir a las trampas antiguas con tal cantidad que le
permita ganar. No son tiempos de los asesores de Peña: de Salinas, de
Montiel, de Chuayffet, de Pancho Rojas… Peña está marcado
por sus incapacidades, limitaciones y nula cualidad política que le
permita desandar sus fracasos. Habla y tropieza. Habla y se contradice.
Habla y dice puras estupideces… Y la campaña electoral es de hablar. No
hay otra: el PRI se enfila a la derrota. Y a su muerte política.
*Periodista
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