¡¡Exijamos lo Imposible!!
Otro santo varón en problemas
Escrutinio
Juan José Morales
Onésimo Cepeda era un funcionario bancario y corredor de bolsa joven y exitoso —aunque no precisamente acaudalado— cuando a los 29 años, allá por 1966, decidió dejar las finanzas y consagrarse al sacerdocio. Tal vez lo hizo en un arrebato de fe, o tal vez porque pensó que los negocios de la fe podían ser mucho más lucrativos que los de la banca. Sea como fuere, hoy día Don Onésimo, obispo de Ecatepec, una de las zonas más pobres del área metropolitana de la Ciudad de México, es famoso por su opulenta vida, que le ha valido el mote de Millonésimo Cepeda: juega al golf, viste elegantes trajes, se codea con los hombres más ricos de México, gusta de la buena mesa y no bebe vinos de menor calidad que Petrus, de tres mil dólares la botella (lo que un trabajador de salario mínimo ganaría en dos años). El también famoso Carlos Ahumada —corruptor de políticos— recuerda en sus memorias que en una ocasión Don Onésimo le pidió un millón de pesos —en efectivo, aclaró, no en cheque ni transferencia bancaria— porque quería comprar un lujoso automóvil último modelo a su madrecita y realizar algunas otras obras de caridad.
Así se las gasta, pues, el señor obispo. Y para tener una idea de quiénes forman su círculo social, basta señalar que entre los asistentes a sus últimas fiestas de cumpleaños cuentan personajes de la importancia —o calaña, si así prefiere decirse— de Arturo Montiel y Enrique Peña Nieto, gobernadores del Estado de México, Ismael Hernández de Durango, Mario Marín (el célebre “góber precioso”) de Puebla, Fidel Herrera Beltrán de Veracruz, los secretarios de Gobernación Francisco Ramírez Acuña y Juan Camilo Mouriño, el senador Fernández de Cevallos, el líder petrolero Carlos Romero Deschamps, el secretario de Salud José Angel Córdova, Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, y otros prominentes empresarios y políticos. Si en tales convivios hubo simples feligreses o devotas monjitas no fue como invitados, sino en calidad de meseros, cocineras y sirvientas.
Pues bien, Don Onésimo —quien por sus andanzas políticas se ha ganado también el mote de capellán del PRI— está ahora nuevamente en líos con la justicia, acusado de lavado de dinero. O, para decirlo en términos legales, del delito de operaciones con recursos de procedencia ilícita tipificado en el artículo 400 Bis del Código Penal Federal.
La acusación deriva del caso, al cual nos referimos en esta columna el 13 de noviembre de 2008, del pagaré por 130 millones de dólares (casi 1,600 millones de pesos) que Don Onésimo asegura le firmó una linajuda dama ya fallecida a cambio de un préstamo por dicha cantidad, y para cobrar la cual —más los intereses, pues este hombre del Señor no presta gratis— se ha adueñado de una valiosísima colección de obras de arte.
Ya hace dos años los abogados de la familia de la dama en cuestión lograron que se anulara un dudoso testamento que beneficiaba a Don Onésimo y su socio en este asunto, y acusaron a ambos de fraude procesal, delito que consiste en “simular un acto jurídico“ y/o “alterar otros elementos de prueba”, pues según los abogados, el pagaré fue escrito a posteriori sobre una hoja de papel que la señora había firmado en blanco a instancias del obispo, en quien confiaba plenamente ya que era su confesor y consejero espiritual. En ese entonces Don Onésimo dijo despectivamente que sus acusadores “se la persignaban”, confiado al parecer en que gracias a sus influencias en los más altos niveles de la política, saldrá bien librado de la denuncia y se dictaminará que el pagaré es legítimo.
Ahora, para cubrir tal posibilidad, los abogados lo acusan de lavado de dinero. Aducen que, si efectivamente el prelado entregó semejante dineral, tuvo que haber sido en efectivo, pues no existe registro alguno de una transacción bancaria por esa suma. Y de haber tenido tanto dinero guardado en su casa (imagínese la montaña de billetes que son 130 millones de dólares, o 1,600 millones de pesos), tendría que explicar de dónde salió y porqué no se manejó por los conductos bancarios usuales. Ciertamente, Don Millonésimo necesitará ahora de muchas influencias, divinas y terrenas, para salir del brete en que anda metido.
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