El sospechosismo sigue, la patria vive
jairo.calixto@milenio.com
Nadie que haya leído esta humilde atalaya me puede acusar de ser un fanático ni de Juan Camilo Mouriño ni de José Luis Santiago Vasconcelos. Sin embargo, además de lamentar la tragedia que les arrebató la vida, no me queda más remedio que solidarizarme con su memoria ahora que sus defensores a ultranza no hacen con las nubes de su memoria precisamente terciopelo.
Nadie que haya leído esta humilde atalaya me puede acusar de ser un fanático ni de Juan Camilo Mouriño ni de José Luis Santiago Vasconcelos. Sin embargo, además de lamentar la tragedia que les arrebató la vida, no me queda más remedio que solidarizarme con su memoria ahora que sus defensores a ultranza no hacen con las nubes de su memoria precisamente terciopelo.
Una cosa es que sea de mal gusto buitrear a los muertos y otra elevarlos a niveles innecesarios de santidad que no contribuyen necesariamente a homenajear su figura y sí la ensombrecen. Las biografías artificialmente perfectas producen dudas y escepticismo más que admiración. No inspiran, rechazan.
Basta con escuchar el discurso de Calderón, cuyas exaltaciones sobre la figura del secretario de Gobernación parecían más bien destinadas al Padre de la Patria o al Benemérito de las Américas. Eso, y los innumerables panegíricos disueltos a profundidad en la prensa nacional sobre estos personajes, no pueden sino producir agnósticos anónimos y unánimes. Nadie verdaderamente humano puede ser tan bueno, ni tan capaz, ni tan santo ni tan puro. Ni tú ni nadie. Ni siquiera las víctimas de los atentados en Morelia recibieron tanta pompa y circunstancia.
La tragedia se ha vuelto sofocante y cuajada de sofismas. Hay que respetar a los muertos, pero de ahí a enaltecerlos hasta la ignominia les resta dignidad.
En ese tenor está el caso del presidente del PAN, Germán Martínez, quien no encontró mejor manera de elogiar a Mouriño que por su lealtad irrestricta al Presidente. Es decir, cualquiera de las virtudes del campechano palidece ante su capacidad de serle leal a Calderón. O sea, no importa que haya sido buen padre, buen amigo, o mejor marido, o poseedor de alguna virtud inesperada.
Pero peor que eso es el regaño que recibe cualquiera que intente siquiera, no digamos manchar la inmaculada estatua de los nuevos próceres, sino ejercer su derecho al sospechosismo. Si bien hay quienes en su adicción a los complós piensan que todo fue obra de los extraterrestres o que el propio Salinas está detrás del atentado, resulta un poco perturbador estar obligado a creer a pie juntillas las informaciones oficiales como si estuvieran escritas en mármol.
Hemos vivido la Matanza del 68, el halconazo del 71, el temblor del 85, los asesinatos de Buendía, Ruiz Massieu, varias devaluaciones, crisis en las crisis, las elecciones del 2006 y ¿todavía esperan que no seamos sospechosistas?
Simplemente no se podría sobrevivir sin ese credo.
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