Notas de la semana
Carlos Monsiváis
¿Quién defiende a los líderes obreros? 19 octubre 2008
A la memoria de Fidel Velázquez (la que quede)
Carlos Monsiváis
¿Quién defiende a los líderes obreros? 19 octubre 2008
A la memoria de Fidel Velázquez (la que quede)
En la peor crisis de la que aún no existen los recuerdos, está a punto de la invisibilidad perfecta el liderazgo obrero, una de cuyas últimas salidas al exterior fue el apoyo al gobierno de Felipe Calderón quien, por cierto, correspondió elogiando el patriotismo y la certera dirección de sus agremiados de dos próceres mal comprendidos por el pasado, el presente y el porvenir:
El líder petrolero, digo, es un decir, Carlos Romero Deschamps, y el gran exterminador de especies en África, Joaquín Gamboa Pascoe, líder supremo de la CTM, y bien merecido que se lo tiene. En estos días, el liderazgo obrero, de algún modo hay que nombrarlo, no ha dicho una palabra, no intenta movilizaciones, quiere pasar desapercibido, no regala Hummers y ni siquiera se acuerda del fantasma del salario mínimo. Desaparecido el presidencialismo, la CTM no tiene a quién dirigir sus plegarias.
* * *
Las instituciones, si han durado lo suficiente, sobreviven algunas temporadas a su muerte y por ello mismo aún son capaces de victorias postreras. Y la tardanza del obituario oficial podría evitar el despliegue de lo póstumo, algo que no está en las intenciones de estos líderes cetemistas, que prefieren la soledad de las alcobas de la agonía.
Y las instituciones fallecidas, que abundan, al no corresponder a ninguna de las formas de lo actual, se atienen por entero a rituales ininteligibles y ahora inaudibles; nada más dejan ver su aletargamiento en las conmemoraciones. Un gran ejemplo, la Confederación de Trabajadores de México (CTM), instrumento de control férreo que es hoy un manejo de inercias nebulosas.
De 1936 a la década de 1980, la CTM parece invicta. Cierto, la arrinconan los empresarios y desde la década de 1960 es más bien un tigre de papel especializado en amenazas y ultimátums, pero el apoyo gubernamental le suprime a sus adversarios (la cárcel para los líderes del sindicato ferrocarrilero en 1959 y 1960; el aplastamiento de la Tendencia Democrática del SUTERM en 1972; la represión continua del sindicalismo independiente).
Fidel Velázquez, el líder sempiterno, retiene el poder a cambio de lealtad incondicional, y de asumir a fondo su prepotencia. Es el autor más ardoroso partidario de la guerra fría, el linchador moral de los disidentes, el obsequioso cantor de las glorias presidenciales (elogia a Miguel Alemán Valdés: “El Primer Obrero de la Patria”, apoya la reelección de Carlos Salinas), el cruzado de la fe antiindígena que exige el exterminio del EZLN. Los cetemistas lo buscan para obtener a raudales nombramientos de gobernadores, senadores, diputados, funcionarios de nivel medio y él, en el centro de un sueño progresivo, decora el presídium, el símbolo casi diamantino del control y el apoyo.
En sus años últimos, Fidel Velázquez es apenas decorativo, y un hecho que minimiza al símbolo es su retirada de los desfiles del 1 de mayo, antes su marcha triunfal, y el confinamiento ese día en el Teatro Ferrocarrilero. Se le traspasa la celebración de la fecha a la disidencia o a los paseantes y, humillada, la CTM acepta sin verbalizarlo que sería un desastre el desfile con líderes hostigados por sus bases sindicales. Al líder indiscutible de la CTM el poder se le deshace en las manos y debe cederle su prestigio a la memoria nacional: “Es poderoso porque fue poderoso y porque tanta fuerza acumulada sólo se dispersará a su muerte”. Esto se dice para exceptuarlo de la jubilación.
A su muerte, el imperio está en ruinas, vigilado por una nube de cortesanos decrépitos, no tanto por la edad como porque la edad revela con dureza lo que siempre han sido. Y el sucesor de don Fidel no es un golpe del azar, sino la consecuencia lógica de este proceso. Líder electricista, personaje folclórico (léase de un pintoresquismo vergonzoso), sólo dotado para la lealtad cerril y el abuso de autoridad, Leonardo Rodríguez Alcaine es, más que un líder, una alusión distorsionada a uno de los poderes complementarios del sistema en demolición.
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