Por Federico Arreola
Guillermo Ortiz andaba en la luna… o de parranda
Según la leyenda, o la historia, para el caso es lo mismo, al Tigre de Santa Julia lo atraparon cuando, detrás de unos nopales, descargaba el estómago. Según su propia confesión, así pescó la crisis financiera mundial al gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz: en cuclillas y con los calzones debajo de las rodillas. Irresponsable, Ortiz se fue a Estados Unidos a decir tonterías. Buscó, y logró, quedar en ridículo declarando, tan campante, que el impacto de la turbulencia económica tomó por sorpresa a México: “Tres semanas atrás no sentíamos ningún contagio a través de los canales financieros, pero el contagio financiero se siente ya”. Y, de seguro, quienes lo escuchaban en el Instituto Internacional de Finanzas soltaron la carcajada. Porque desde muchos meses antes de la quiebra de Lehman Brothers los economistas serios de todas partes, también los mexicanos, por supuesto, habían estado pronosticando una gran crisis global causada por el abuso en el otorgamiento, en Estados Unidos, de hipotecas no suficientemente garantizadas.
El principal problema de México es la ausencia de líderes en los puestos relevantes del gobierno. Porque ni Ortiz ni los otros burócratas encumbrados son dirigentes reales incapaces de corromperse y dispuestos a cualquier sacrificio con tal de resolver las dificultades de la población. Ellos son, más bien, parásitos del presupuesto, padrotes que se dan la gran vida con dinero público, divertidos en la cantina tal vez, pero absolutamente buenos para nada a la hora de la verdad.
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