La crisis más largamente anunciada
Pablo Gómez
17 octubre 2008
pgomez@milenio.com
Hace ya muchos meses se anunció la crisis. Greespan, Soros y muchos más, expertos en finanzas y economía, servidores públicos y grandes especuladores financieros advirtieron al mundo: es inevitable una nueva crisis. George W. Bush, al igual que Calderón, fueron sordos y mudos: hay que dar confianza al mundo de que todo va a ir bien. Sin embargo, la economía existe.
Pablo Gómez
17 octubre 2008
pgomez@milenio.com
Hace ya muchos meses se anunció la crisis. Greespan, Soros y muchos más, expertos en finanzas y economía, servidores públicos y grandes especuladores financieros advirtieron al mundo: es inevitable una nueva crisis. George W. Bush, al igual que Calderón, fueron sordos y mudos: hay que dar confianza al mundo de que todo va a ir bien. Sin embargo, la economía existe.
El sector líder del proceso de acumulación de capital da signos de agotamiento. Los desheredados de la tierra no pueden consumir nada y los mercados se agotan. Las grandes cantidades de dinero –ganancias extraordinarias— no podían ser asimiladas por ese sector de punta de la economía por lo cual inmensos capitales-dinero fueron lanzados hacia el llamado mercado financiero. Ahí surgió la llamada crisis hipotecaria pues los bancos tenían que colocar el dinero donde fuera. Había una liquidez que la economía productiva no podía capturar: empezó la recesión.
En México, las grandes industrias tomaron préstamos baratos en Nueva York y quintuplicaron la deuda privada externa sin meditar en que sus ingresos en divisas no eran tan altos como para servir sus débitos externos. Para ello estaba la reserva del Banco de México.
Tiempo después, las autoridades subían y subían el rédito interno dizque para detener la inflación pero atrajeron a los capitales golondrinos en la búsqueda insaciable de altos rendimientos. El peso mexicano, triunfalmente, se revaluó frente al dólar y nuestra querida balanza de pagos parecía rozagante. Apariencias y mentiras.
Cuando la sobre liquidez en Nueva York se convirtió en quebrantos y caída de Wall Street, vino la falta de crédito disponible y nos llegó la crisis. En México, las grandes empresas reciben menos divisas que las que requieren para hacer frente a sus obligaciones de pago en el exterior, es decir, están sobre endeudadas en términos del dólar. Así, necesitan más divisas que las generadas por ellas mismas.
Cuando el Banco de México aumentaba la tasa de interés, los capitales golondrinos llegaban de Nueva York para ser invertidos en papeles altamente líquidos. Cuando el dinero empezó a escasear en Estados Unidos, los tales golondrinos se empezaron a regresar.
Como consecuencia de estos dos factores –empresas mexicanas sobreendeudadas y capitales extranjeros en fuga— la demanda interna de dólares se hizo enorme y la reserva del Banco de México tuvo que ser usada para defender la paridad del peso a duras penas y sin poder impedir una devaluación significativa. No está nada mal el dólar a 12.50 pesos, el problema es que nadie sabe hasta dónde puede llegar.
Con la devaluación súbita del peso tendremos una mayor inflación y, así, lo que quiso evitar el Banco de México –la inflación misma– será mayor.
Cuando la Bolsa cae, al día siguiente tendrá que caer el peso, pues se saca dinero del mercado de valores para llevarlo a otro mercado. ¿Cuál es ese? El que da más, es decir, donde no hay crédito y éste es más caro. Así, a la voz de vámonos, se van. Ya conocemos esta historia.
Ahora bien, ¿qué piensa hacer el gobierno? Por lo pronto, nada. Pero debería proponer algo. Por ejemplo, un control de la deuda externa privada y otro sobre la inversión foránea en cartera. Como la crisis largamente anunciada y torpemente ignorada va a ser larga, es necesario hacer ahora lo que no se quiso hacer antes.
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