¡¡Exijamos lo Imposible!!
En el casino Royale la muerte, también, tenía permiso
Por María Teresa Jardí
Lo señala magistralmente la caricatura de ayer, de Hernández, publicada en La Jornada, en la que un Calderón, enano, refiriéndose al infierno vivido por amas de casa adictas al juego en casino Royal, dice que: “se trata del peor atentado en muchos años, y no tiene nombre... ”. Y un mexicano, normal de altura y común y corriente de aspecto, aunque vestido de pobre, le responde sensatamente que: “sí tiene, se llama Iniciativa Mérida...”.
No puede ser que los casinos, malditos de entrada porque lo mismo sirven para lavar dinero, que como productores de enfermos y más aún en sociedades donde el salario para inmensas mayorías no alcanza como garantía de una vida digna. Lugares, que desde antes de darles aquí, como a la muerte, por la misma derecha panista, permiso, ya se sabía que son también productores de violencia, no hayan sido vigilados, ni siquiera por lo que toca a la existencia de las salidas de emergencia, sin que esa desatención no tuviera un objetivo.
La corrupción de la clase política en México, desde la llegada del PAN a Los Pinos, se ha convertido en infinita. Pero ya no cabe pensar que sólo de corrupción y de impunidad habla la no existencia de salidas de emergencia en el casino elegido en un estado del norte. Elegido para descomponer, un poco más, al país, que se deja en manos de los yanquis.
No cabe pensar que dado el horario en el que el crimen se cometiera y la clase de jugadores que a esa hora acudía a ese lugar a ganar unos pesos. Incluso puede ser que en algunos casos para comer ese día. No cabe pensar que no haya estado planeado el acto de terrorismo de Estado, desde el desgobierno federal, impulsor del Plan Mérida, con el que el territorio de la nación mexicana se regala a los gringos que ya operan en México. Imperio asesino que, es obvio, que al usurpador mexicano, que hace la entrega, le ha exigido deshacerse del contenido de pobres que en territorio mexicano habitan y pasan. Y buena cuenta de ello dan los muchos más que cincuenta mil pobres limpiados, impunemente, de la faz del planeta.
No. Ya no cabe pensar que la desatención, por cuanto a la ausencia de salidas de emergencia de ese casino, sea un simple acto de corrupción de la derecha mexicana. La mano de Calderón, ensangrentada, detrás de los autores intelectuales, se evidencia.
En la política, como en el resto de las cosas de la vida, cuando algo se acaba, se termina. Llamar una y otra vez a ratificar, a quien no va a hacerlo porque no quiere hacerlo o incluso no puede hacerlo. A quien se le terminó el tiempo que tenía para hacerlo. A quien, porque criminal hasta la nausea, no le queda más que obedecer al amo que eligió y al que entrega el país de forma acelerada, es una pérdida de un tiempo que tampoco se recobra. La situación atroz por la que México atraviesa amerita dejar de creer en las “buenas intenciones” y dejar a “las buenas recomendaciones” de lado.
Es un sinsentido, que nada aporta a la construcción de un futuro menos atroz para las mayorías en México, el no entender que llamar a Calderón a rectificar, es una pérdida atroz de un tiempo precioso, en el que construir a partir de nuevas reglas se tendría ya que estar haciendo por la inmensa mayoría, que, solo unida, lograría quizá revertir a largo plazo lo que se ha instalado aquí a lo largo de muchas, demasiadas, décadas.
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