¡¡Exijamos lo Imposible!!Calderón y su narcoguerra
Escrutinio
Juan José Morales
En 2006, cuando Felipe Calderón ocupó la presidencia de la República, Estados Unidos tenía un problema —que no quería o no podía resolver— de consumo de estupefacientes. Era un problema muy grande, pues grande era el consumo y grande en consecuencia la demanda, parte de la cual se satisfacía con mariguana cultivada en México —Estados Unidos es ya desde hace tiempo gran productor de la hierba— y con cocaína sudamericana que pasaba por territorio mexicano.
Era un problema ajeno a nuestro país, y a quien correspondía resolverlo era al gobierno de Washington, ya fuera combatiendo el narcotráfico en su territorio, ya fuera mediante campañas educativas para evitar el consumo de drogas, ya fuera legalizándolas como sugieren algunos. Al gobierno mexicano, en todo caso, tocaba impedir que de ser país de paso, nos convirtiéramos en país consumidor de narcóticos, como ya empezaba a ocurrir, y a ello debió concentrar esfuerzos y recursos.
Sin embargo, Calderón —por razones que sólo él sabe pero sobre las cuales puede especularse mucho— decidió ser el adalid, el campeón justiciero que resolviera el problema a nuestros vecinos. ¿Cómo? Cortando los suministros. Así fue como, para impedir que la droga llegara al ávido mercado norteamericano, se embarcó en lo que primero llamó guerra y después lucha contra el narcotráfico, que terminó siendo tardía y modestamente rebautizada lucha por la seguridad.
Los resultados están a la vista, y no es necesario mencionarlos, pues son de todos conocidos y pan de todos los días. El traje de héroe le quedó grande a Calderón. No sólo en sentido literal —recuérdese aquella foto en que aparece, con facha de espantapájaros, ridículamente enfundado en un traje militar una o dos tallas más grande que la suya—, sino también en sentido figurado. Ni logró derrotar a los malos en México, ni detuvo el flujo de drogas hacia Estados Unidos, ni logró reducir un ápice el consumo en ese país. La cocaína, la mariguana y las drogas sintéticas siguen circulando a raudales en las ciudades norteamericanas, mientras en México lo único que circula a raudales son sangre, miedo y terror.
Me pregunto —y creo que no es muy difícil imaginarlo— cuál sería la situación si —como diría mi tía Euforia— en vez de andar de acomedido ofreciéndose a resolverle el problema de la drogadicción al gobierno del país más poderoso de la Tierra, hubiera dejado que él lo resolviera —después de todo, medios y recursos no le faltan— y en vez de derrochar estérilmente dinero, esfuerzos y vidas humanas en esa guerra contra el narcotráfico que ha ensangrentado y llenado de luto a México, se hubiera concentrado en evitar la proliferación del consumo en nuestro país. Por ejemplo, creando oportunidades de estudio o de trabajo para los cientos de miles de jóvenes desempleados que hoy nutren las filas de los sicarios.
Ahora —ya muy tardíamente— Calderón pontifica con una verdad de Perogrullo: que el problema del narcotráfico lo creó Estados Unidos con su insaciable demanda de estupefacientes y que la ola de violencia que nos ahoga es posible porque los norteamericanos venden a los criminales las armas que utilizan. Pero sigue empecinado en esa guerra que responde a los intereses de Estados Unidos pero se libra en suelo mexicano.
Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx
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