¡¡Exijamos lo Imposible!!
Cuánto nos gustaría
Jorge Lara Rivera
El, por su régimen, manido recurso de la “cadena nacional” que recreó aquel apresuramiento oportunista del Ejecutivo por sacar raja política tras la temprana muerte en funciones del primer titular de Gobernación de la administración actual, Juan Camilo Mouriño (y todo el melodrama mercadológico subsecuente a que es tan proclive su jefe, queriendo hacer pasar a su favorito por “héroe” cuando su accidente fatal encuadraba sólo en un riesgo de trabajo) el viernes por la noche incluyó la novedad del término recién esa mañana incorporado al discurso oficial: terrorismo.
Y es que hasta antes del ataque al Casino Royale de Monterrey, N.L., su existencia había sido negada de modo tozudo y contra la evidencia de hechos como el sanguinario agravio al pueblo mexicano la noche de El Grito en Morelia, Mich., hace casi 3 años; los autos-bomba en Ciudad Juárez, Chih., las ejecuciones contra activistas sociales y periodistas críticos al régimen y a criminales, el “granadazo” en Veracruz, la balacera fuera del estadio de fútbol de Torreón, Coah., etc. Pero su empleo, tras las recientes infamias reveladas por el Washington Post, resulta perturbador por implicaciones como justificante de actos represivos que podría recibir. Y es que los indicios para temer la instrumentalización del país por este gobierno panista vendepatrias, subordinándole a los intereses estadounidenses, son abrumadores. Paralelismos entre vilezas de la administración pelele de Álvaro Uribe, así como las recetas neoliberales aplicadas en Chile (que a los mexicanos se quiere enjaretar a rajatabla desde el foxiato) resultan innegables. Lo prueba el afán del gobierno por lograr “reformas estructurales” para malbaratar el patrimonio nacional privatizándolo; legalizar la expoliación contra el pueblo y la “Iniciativa Mérida” que además de sobrevuelos militares estadounidenses en la República y presencia masiva de agentes y mercenarios de ese país –prohibidos por la Constitución–, permite abusos como “Rápido y furioso” con aquiescencia y solapamiento de la actual administración, resignada a hacer el trabajo sucio de los gringos. ¿Le cambiarán el nombre añadiendo el nuevo término a la gubernamental “Guerra contra el narcotráfico y la delincuencia organizada”, ahora “Lucha por la Seguridad” que tanto recuerdan la colombiana “Lucha contra el terrorismo y el tráfico de drogas” de Uribe, bajo cuyo pretexto se perpetró atroces abusos de poder y acciones ilegales, espionaje y campañas de difamación contra magistrados del Tribunal Superior de Justicia, la oposición y otros grupos de la sociedad civil críticos, para seguir cometiendo felonías equivalentes aquí?
Cierto, el llamado a la sociedad en su conjunto a la que había ignorado para unirse en la condena al cobarde, sanguinario, ataque a civiles en Nuevo León formulado por el titular del Ejecutivo tiene sentido; es sólo que carece de autoridad moral para formularlo cuando, por 5 años, se ha dedicado con ardides, triquiñuelas, añagazas y subterfugios a socavar la confianza ciudadana, minando con engaños la credibilidad social a las instituciones y dilapidado prepotente la oportunidad de respeto que él mismo pudiese merecer considerando sus antecedentes y los resultados dudosos de la elección de 2006. Y es que ha incumplido hasta el presente sus ofrecimientos de campaña, envileciendo por violar la ley en el ejercicio del cargo, y artero deshonra su palabra un día sí y el otro también con simulaciones y empecinamiento.
En su alocución “en cadena” el Ejecutivo se hizo el valentón al demandar de Estados Unidos medidas urgentes que mermen la rentabilidad del narcotráfico. Bien, pero ¿no tendría mayor sentido práctico dada la emergencia, en lugar de suplicar por soluciones a un país extraño, que el gobierno soberano en pleno, con sus 3 poderes, en uso de sus facultades autorizara el consumo de drogas “suaves” en aras del superior interés de la nación y apoyándose en ésta?
Pero este gabinete de cuates avorazados no tiene la menor idea de cómo gustaría al pueblo de México poder creerle y sumársele sin reservas para el rescate de los espacios sociales y la vida en comunidad, cuánto quisieran los mexicanos confiar en sus autoridades. Una lástima pues, como dice el refrán, “la mula no era arisca…”
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