domingo, 8 de mayo de 2011

El sediento de poder pronto caerá

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Cuando la palabra marcha… el tirano tiembla
Lorenzo Salas González

La palabra sufre pero crea conciencia. Cuando habla, la gente escucha porque sabe que esas palabras son suyas, son las que siempre quiso decir y nadie le dio voz, nadie las quiso escuchar, las convirtieron en nadie.

La palabra canta y no siempre de alegría, pero su dolor no la vence, la reta y le dice que no todo está perdido, quedan más palabras, quedan más acciones, permanecen otros hombres que tienen palabras en el hombro, en la espalda, en los puños y en los labios, donde cobran fuerza y claman y reclaman y proclaman su rebeldía, por lo que tiembla el tirano y lo obligan a prestar atención desde su jaula de sordos, ubicada en el zoológico de la impunidad y la estulticia.

El sediento de poder tiene que comprender que una silla no hace inmortal a nadie, aunque desde ella decrete muerte, sangre, dolor, lágrimas y destrucción de todo: de hombres, mujeres, niños, ancianos, quienes no están en la improvisada “guerra” de los disfraces, de las apariencias de triunfo, de las carcomidas e ineficaces instituciones.

La palabra duele cuando lleva duelo, pero incita, excita y concita cuando lleva al justo, al que sabe la verdad y la divulga, la difunde, no la guarda como los cómplices del averno, los que todo solapan a cambio de las monedas de Judas, a cambio de recibir honores y lisonjas.

La palabra gime pero avanza, no se detiene, no claudica, no se derrota ni la derrotan las amenazas de muerte y de represión.

El sanguinario no entiende porque no se siente culpable de nada, que no es responsable de la violencia, que ofende cada vez que habla porque miente, porque desprecia a la Verdad preñada de palabras limpias, reales, simples y contundentes.

La palabra sigue aunque el idiota hable de justicia, de paz, de ahora sí vamos a controlar la delincuencia, a darle paz al Pueblo, a impedir que la droga llegue a nuestros hijos y a que no haya más muertos y la droga incrementa su llegada y los muertos llenan los cementerios y las fosas clandestinas.

La palabra condena a los verdaderos culpables, a los que desataron la ola de crímenes para ocultar su fraude, para robar la historia, para escamotear sus crímenes y satisfacer sus ambiciones.

La palabra se levanta y lanza su grito de reclamo: ¡Estamos hasta la madre! ¡Sólo queremos paz y vivir, poder hablar en libertad, con libertad, con justicia sin precio, sin la impunidad comprada con la vida y la sangre de nuestros hijos!

La madre es límite y principio de todo. La madre es vida y no quiere saber de muerte, del dolor que atrapa a otras madres que perdieron a sus hijos ¡A SUS HIJOS! en el mar de ineptitud de un gobierno que nunca debió ser, porque robó millones de voluntades, de personas que creyeron en la esperanza, en la honestidad como una forma de gobernar, en quien no es cómplice de quienes nos oprimen, nos quitan el producto de nuestro trabajo y sólo ellos progresan para decirnos que todo va bien, que hemos superado el rezago, que México nada en la abundancia que sólo ellos tienen, de la que sólo ellos disfrutan porque han hecho leyes a su beneficio, porque si alguna se escapó y protege al Pueblo, no hay problema, sus lacayos la modificarán para que México siga progresando, pero sin los verdaderos dueños de este suelo, de este calor que llamamos Patria, porque nos pertenece, porque es nuestra, porque no nos la pueden quitar¡Ni nos vamos a dejar!—, porque vive en nosotros, en nuestros corazones, en nuestras almas, en nuestras palabras.

Cuando la palabra calla es porque cree que el silencio es más elocuente, más polisémico y más efectivo. La palabra y el silencio son hermanos de una misma exigencia, de un mismo reclamo, de un mismo dolor y una misma tragedia.

Ambas dicen: ¡Estamos hasta la madre de mafias, crímenes organizados y casuales, daños colaterales y discursos vacíos, carentes de sentido y de sinceridad! ¡Estamos hasta la madre del odio hacia nuestro hermano humano, que aún siente, trabaja y sufre ante el caos creado por las autoridades que no tienen autoridad de nada! Por eso la palabra calla, como que sabe lo que es el silencio.

Hay silencios que gritan porque arrebatan al dolor sus sentimientos. Hay silencios que aniquilan a los usurpadores, a los ilegítimos, a los falsarios y adoradores del Becerro de Oro.

El silencio y la palabra unidos, ¡jamás serán vencidos!

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