¡¡Exijamos lo Imposible!!
¿La farsa de un farsante con pantomima de secuestro?
Por Alvaro Cepeda Neri
cepedaneri@prodigy.net.mx
Conjeturas
La reaparición del septuagenario panista ultraderechista: Diego Fernández de Cevallos y Ramos, desde siempre con sus barbas al estilo de Maximiliano, ahora ya blancas (bañadito, ropa nueva, tenis elegantes y corte de cabello… ¡a unas horas, dijo, de haber sido liberado y haber caminado más de tres kilómetros!), que asemejó a un Santa Claus de carne y hueso, con un ramo de rosas rojas (como en aquello de “para una dama triste”), para llevárselas a su novia, está transitando de una historia (truculenta) a una serie de engaños. Resulta que Diego fue dejado en libertad por lo menos con diez días de anticipación a su teatral presentación en un lujoso automóvil… perdonando a sus captores, pero deslizando que la PGR tome cartas en el asunto para (sin flagelazos) sancione a los que osaron secuestrarlo y, dicen, haber entregado, previamente, 30 millones de dólares.
Conforme ha transcurrido el tiempo desde el martes 21 de diciembre, se ha ido develando lo que tras bambalinas lleva visos de una pantomima más de Fernández de Cevallos, quien siempre ha usado su religión como escudo para abusar de poder (como politiquillo y litigante) desde que se alió a Salinas, luego a Zedillo (quien incluso le ofreció la titularidad de la PGR, cosa que no rechazó del todo, pues puso en su lugar a Lozano Gracia, su socio en el despacho; después de que al primero que se la ofreció, Santiago Creel, no aceptó). Con Fox y Calderón (con quien guarda tensiones por diferencias en eso de cada quien “mata pulgas a su modo”), se pasó distante, pero cobijado por el temor que ellos le tienen, mantuvo su influencia en el Poder Judicial federal donde sus asuntos obtuvieron resoluciones favorables a sus millonarios clientes.
La nota-crónica de los reporteros Gustavo Castillo y Alfredo Méndez (La Jornada: 23/XII/10) nos muestra que Fernández de Cevallos estaba libre de sus secuestradores desde el sábado 11 y durante los diez días posteriores, recibió asistencia médica y psicológica. Lo llevaron a bañarse y emparejarse la abundante barba (especie de “manda” religiosa). Y compró traje deportista para que cuando diera la cara a los reporteros, tuviera toda su personalidad (“genio y figura hasta la sepultura”) y no se le notaran las huellas del cautiverio, si en realidad lo fue, y no la farsa que acusan en los medios de comunicación (no se diga cuando los radioescuchas tienen acceso directo y lo han estado desenmascarando porque no han creído ni se han tragado la teatral desaparición). Continuarán sabiéndose los hechos. Y es que gran parte de la obra, titulada: “Los misteriosos desaparecedores”, ha sido una farsa, un engaño. Y el texto que circula sobre las explicaciones de su secuestro, todavía resta de ser desentrañado. Lo que sea cierto se sabrá, pero lleva visos de que hay mucho de exageración y de que protagonista desde siempre de la escena pública, hay sospechas de que tuvo un final de farsa, de espectáculo político que, como sea no salvará al PAN aunque Diego imponga (o se imponga) candidato.
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