miércoles, 4 de marzo de 2009

Nada los detendrá en el intento

¡¡Exijamos lo Imposible!!
EL RETORNO DE LOS BRUJOS
por Luis Linares Zapata
Secretario de Desarrollo Económico y
Ecología del gobierno legítimo de México

Armados con un colmillo largo y retorcido tras décadas enteras de ocupar la cúspide del poder, los priístas de alta jerarquía atisban con impaciencia su prometida ascensión a las posiciones del mando supremo. Se han enroscado a la vera de un par de gobiernos panistas de poca monta y plagado de negociantes que exhiben sin recato el doble discurso y la triple moralidad que ya los define. Los priístas de elite han colaborado asiduamente con Felipe Calderón para facilitar las reformas en que ellos también plasman, con habilidad, sus intereses particulares. Controladores de su amplio aparato burocrático, sobrellevan, hasta con cierto decoro, la decadencia de su entorno político. Confiados en sus difundidas capacidades, esperan el momento para dar el zarpazo final y ocupar los sitiales de privilegio que ya sienten al alcance de sus suaves maniobras.

No parten a su aventura electoral guiados por un programa que ofrezca salidas eficaces a una nación angustiada por la confluencia de dos crisis simultáneas acompasadas con una explosión de violencia sin antecedentes cercanos ni estrategia para manejarla. Una de ellas, la más cacareada, es cierto, viene de fuera. Otra, más larvada y con amplias ramificaciones, se ha sembrado desde dentro y durante largos años, más de un cuarto de siglo, y sobre la cual harta responsabilidad y culpas tienen los priístas.

Tampoco portan, los priístas, una visión de futuro republicano que les acerque simpatías y esperanzas ciudadanas. Están enredados en una continuidad atónica que hasta en su epicentro mismo ha sido trastocada. Simplemente transitan por los senderos del ámbito público canturreando una tonada cansina de habilidades personales, de facción o de grupo que, alegan, les permiten gobernar con eficacia. La palanca de apoyo que los sustenta en su aventura tiene varias aristas. La primera se despliega en una amplia plataforma territorial. Las adicionales las encuentra el priísmo en sus tradicionales aliados sectoriales: el obrero, ya con el rostro desfigurado por el deterioro de interminables lustros traficando con los intereses de los trabajadores; el campesino, agotado en el manipuleo de productores exhaustos, y el popular, esa entelequia inaprehensible, resumidero de sobrantes clasemedieros donde, otrora, brilló la profesora Gordillo con sus huestes de maestros trasmutados en mapaches que todavía roen casillas y atemorizan votantes.

Favoritos indiscutibles de las encuestas, los políticos priístas de estos momentos, aunque todavía subyugados por la mentalidad neoliberal y tecnocrática que los sometió desde hace cuatro o cinco sexenios, han encontrado, según los augures de la opinión insertada, una ruta segura e inevitable para seducir al electorado y cumplir así con su destino. Nada los detendrá en el intento. En la base de la pirámide electoral han ido tejiendo una tupida red de complicidades y relaciones esparcida por esta dilatada nación. La capitanean sus gobernadores, reales caciques locales que tiran, cada quien, para el lado que mejor les convenga. Le han cobrado a los panistas sus servicios con la holgura que les da su experiencia en tantas más cuantas lides similares. Llevan ya, en la buchaca, generosos pagos en especie. No les han sido, sin embargo, suficientes. Quieren y han conseguido protecciones varias e impunidad absoluta hacia aquellos de sus correligionarios que las han necesitado. En un saqueo sin fin, esperan echarle el guante al botín principal que tantas veces usufructuaron para su propio recreo y deleite. Cuentan para ello con un sinnúmero de aspirantes a diputados locales y presidentes municipales dispuestos a encaramarse, a como dé lugar, en los puestos de elección popular. Son esos los sitiales provincianos donde tantas veces se engarzan con el crimen organizado. Es ahí, en esa base tan recóndita, tan minúscula como efectiva, donde han de fincar sus posibilidades del siguiente asalto: la Presidencia.

No se desentienden, tampoco, de las gubernaturas en juego. Saben que son estos puestos la corona del pastel, los que garantizan la cobertura política que requieren para llevar a cabo sus tareas con los mínimos contratiempos. Y ahí también pretenden filtrarse, con singular agilidad y pericia, los agentes del crimen organizado. Los recursos que estos personajes esgrimen son fantásticos. Aseguran buenos negocios, éxitos inmediatos, discrecionalidad en el mando para otorgar salvoconductos de vida o sentenciar a muerte, facilidades para el lujo desmedido, capacidad de reproducción y cobertura de impunidad. Un mundo asequible donde las responsabilidades y la ética se diluyen de acuerdo con las ambiciones, las complicidades y la compulsión por escalar los infinitos peldaños del reconocimiento social. Eso que algunos estudiosos llegaron a cifrar como la subcultura del delito y el imperio de los negocios atados al favor público.

Claro está que esta penetración del crimen organizado no es privativa de los priístas de base o de implantación regional, sino que también permea a los militantes de otros partidos e ideologías. Sin embargo, es mucho más natural encontrarlo entre los priístas de rancio cuño. A los panistas los aquejan otros problemas paralelos: ineficiencia, tontería, escasa visión, deshonestidad y su rampante hipocresía, un caldo de cultivo ideal para la anarquía y los fingidos agujeros de poder. A los de estirpe perredista, en cambio, sus antecedentes de sobrevivencia los llevan a navegar sobre aguas turbulentas que desconocen, parecen ignorar o se achiquen para no verlas ni oírlas. Algunos de ellos, panistas y perredistas avezados en el trafique de influencias y la lucha por los peldaños burocráticos, buscan acomodarse, a como dé lugar, con el Ejecutivo federal del cual dependen en exceso. Así, tanto panistas como perredistas encumbrados se distancian de sus bases y dejan pasar y hacer al crimen organizado o se limitan a buscar su precaria contención.

El resultado no se hace esperar. La nación se encamina, a paso seguro, hacia un Estado penetrado por el crimen organizado en cualquiera de sus muchas ramas de actividad. El panorama, como puede aquilatarse, no tiene asideros ciertos y menos aún atractivos que aconsejen votar por la vuelta de los brujos de antaño pero eso, al parecer, será el refugio temporal de muchos mexicanos.

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