Dicen por ahí que hay dos cosas que no se pueden ocultar: el amor y el dinero. Puede ser cierto, pero yo agregaría una tercera: el ardor. Y es que de repente, leyendo ese variado mosaico que es la prensa mexicana, donde lo mismo encuentra uno periodistas objetivos que jilguerillos lamentables, resulta imposible pasar por alto la bilis que destilan algunas de las autonombradas vacas sagradas del periodismo, que por lo regular de sagradas tienen lo que yo de astronauta, y en vez de vacas más bien le tiran a buey.
Una de esas "glorias" de la prensa escrita (y que ha intentado repetidamente convertirse en estrella de la pantalla chica, sin mucho éxito pues hasta para ser levantacejas se necesita carisma) es Ciro Gómez Leyva, cuya columna de hoy en Milenio deja ver hasta qué punto sigue lamiéndose las heridas de su maltrecha y casi desaparecida credibilidad profesional.
Se queja Ciro: "En septiembre, Andrés Manuel López Obrador, Porfirio Muñoz Ledo y voces afines a ese movimiento llamaron a derrocar al gobierno de Felipe Calderón. Pero algo ocurrió, giraron y cambiaron el lenguaje. Entonces comenzaron a decir que ellos nunca habían dicho eso.
"Falso. Ciro miente, como se le ha hecho costumbre desde que les daba largas a los empleados del Canal 40 de Moreno Valle -exigiéndoles "que se pusieran la camiseta" mientras acumulaban muchas quincenas sin recibir su sueldo-, y miente porque ni AMLO ni Porfirio ni nadie llamó en septiembre a derrocar una chingada. Esa es la interpretación tramposa que dieron Ciro y otros mitoteros de finas maneras como López Dóriga a lo que desde 2006 el Presidente Legítimo de México ha repetido de manera constante: que Felipe Calderón es un presidente espurio, que está llevando al país al despeñadero y que la única salida posible a esto es que renuncie o que se le obligue a dejar el cargo mediante la revocación del mandato o el juicio político. ¿De dónde sacaron los merolicos favoritos del poder lo de "derrocar"? Sencillo: de su obsesión por presentar a AMLO como un agitador, un ambicioso, un dictador en potencia. Un peligro para México, pues.
Solo que desde aquella ocasión fueron varias las voces, incluso de algunos colegas de los propios medios de comunicación que no se tragaron el anzuelo y desnudaron la jugarreta. Así lo cuenta, amargado, Ciro:
"Reclamaron que las declaraciones de Porfirio (hechas a MILENIO, por lo demás) fueron sacadas de contexto, que las versiones del derrocamiento habían salido de los “spin doctors” de Los Pinos (Marcela Gómez Zalce), o de “plumíferos inteligentes bien pagados y colocados en posiciones estratégicas” (José Agustín Ortiz Pinchetti); o que fue una puñalada trapera de “colegas que han señalado con dedo flamígero las intentonas golpistas” (Epigmenio Ibarra)".
Se sintió aludido Ciro en aquel entonces. Por cierto que el episodio originó que, en una verdadera cargada que dice mucho de la hombría de estos "señores", tanto Ciro como López Dóriga (¡y hasta Carlos Marín! ¿se imaginan? ¡HASTA Carlos Marín!) se le fueran encima a su propia compañera de Milenio para desacreditarla. Todo porque Marcela Gómez Zalce los había exhibido como los "spin doctors" de la derecha, los encargados de echar a andar en los medios las "ideas" y posiciones del oficialismo.
Tan amargado quedó Ciro de haber sido evidenciado una vez más en su verdadera talla de periodista y de "lìder de opinión", que hoy escribe su columnna con cierto tono entre revanchista e infantil, en la clásica pataleta del niño de 6 años que berrea: "no que no?":
¡A chingao!, las invenciones de los “spin doctors” y los “plumíferos bien pagados” se han convertido seis meses después en el discurso oficial del movimiento que abandera, sí y sólo sí, las causas del pueblo bueno.
¿O estaremos inventando de nuevo?
Y todo, a propósito, no podría ser de otra manera, del único tema que estos pájaros de cuenta no se cansan jamás de abordar en sus espacios periodísticos: Andrés Manuel López Obrador. El mismo al que el propio Ciro veía "desfondado" hace casi dos años.
Parafraseando al propio Ciro, podríamos decir de este lamentable caso de ardor mediático: qué pena, qué pena...
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