Como rosario de misterios
08 de Noviembre 2008
Jorge Lara Rivera
08 de Noviembre 2008
Jorge Lara Rivera
¿Accidente o atentado? ¿Sacrificio propiciatorio cometido por subalternos defectores desde el sistema de seguridad nacional o “error humano”? ¿Un hábil ardid publicitario, inescrupuloso y sangriento, que continúa la saga de asesinatos políticos irresolubles en nuestro país? ¿Crimen de Estado?
Pese a lo que Luisito Téllez, secretario de Comunicaciones y Transportes, dice y quiere, falta que el tiempo corra para oír la opinión de los expertos invitados a dictaminar en este trance.
Las hipótesis siguen abiertas, mientras el aparato oficial continúa administrando “datos” de modo tan críptico que parecen galimatías. –Extrañamente, no se oye al coro de legisladores y directivos del panismo local reconviniendo a esos funcionarios federales por su falta de transparencia e insuficiencia de información.
A no pocos curiosos todavía no quedó claro, ¿por qué pidió amparo la PGR, negándose a cumplir la solicitud del IFAI? ¿Qué buscaba ocultar a la sociedad Adrián Franco Zebada, Coordinador de Asuntos Internacionales y Agregadurías de la Subprocuraduría Jurídica de la PGR con esa maniobra?
Entre la confusión por el infausto suceso y las habladurías que despierta (desde si iba a bordo el ocupante de las oficinas de Bucareli, hasta la idealización del revanchismo del crimen organizado, pasando por el contingencismo en sus vertientes varias) se ha extraviado la demanda ciudadana al IFAI y de éste a la PGR para conocer las actuaciones de la justicia española que relacionan a los Mouriño con el blanqueo de dinero.
Lo que sí apareció nítido, con exactitud, fue que para el concepto de gobierno del panismo el simple ciudadano, el individuo sin atributos, la gente común, resulta prescindible, invisible, descartable.
Así quedó demostrado por la conducta del mandatario federal, cuya inequidad lo ha llevado al desbordamiento de sensibilidad en el caso del funcionario y acompañantes fallecidos pero, en cambio, a obliterar de su discurso, compungido por la pérdida del amigo, a las víctimas inocentes que también cuentan en las elecciones y a la hora de pagar impuestos, pero, al parecer, no a la de la muerte. El viernes, la esposa del mandatario salió al paso de las críticas que mereció ese comportamiento faccioso visitando a los heridos hospitalizados.
Pero el daño y sus efectos políticos ya forman parte del récord anecdótico de estos días. Y es que ese error de omisión, pasable en una persona ofuscada por el dolor, no es admisible en un estadista y menos en alguien que se empeñó tanto por ocupar el puesto presidencial que no dudó en llevar al pueblo hasta el punto de la sospecha social.
La magnitud del descuido, atribuible desde luego a los asesores y asistentes del funcionario, por su dimensión y alcance, empero, pinta de cuerpo entero a la clase gobernante, a su egoísmo y concepto patrimonialista del poder, desmintiendo cualquier discurso falsario sobre valores y humanitarismo con que gusta enmascararse.
Tal desdén a la sociedad y hacia sus integrantes no es, sin embargo, novedad en las oligarquías. Para el fascismo, cuyos modos parecen encandilar a Germán Martínez Cázares quien preside al conservadurismo panista a nivel nacional, siempre ha sido así. “También entre los muertos hay clases”, parece proclamar la desconsiderada conducta del Ejecutivo federal.
Sin precipitarse en el fácil elogio o a seguir el vertiginoso y convenenciero olvido que los medios inducen, más allá de las suspicacias endémicas en nuestra sociedad, ha de insistirse en un esclarecimiento pronto de todas las circunstancias en que ocurrió el percance y en el rigor que dé credibilidad a los resultados que alcancen los peritos.
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