Dividir para perder
Pablo Gómez
La división de la izquierda –en particular del PRD—en el Estado de México está declarada si la dirección nacional de este partido pacta finalmente su pretendida alianza con el PAN. Eso es lo único claro del presente litigio.
La dirección perredista, sin acuerdo del Consejo Nacional –no cuenta con los dos tercios que marca el Estatuto—, sigue empeñada en la división, es decir, en la alianza a la que se ha comprometido con Felipe Calderón y su partido. Parece que la consigna es dividir para perder.
Como la dirección perredista carece de propuesta política –no dice nada y no escribe una sola línea sobre la situación del país—lo único que aparece en su horizonte es tomar parte de gobiernos de composición con el PAN. Ninguno de tales gobiernos aplicará algo semejante al programa del PRD pero algunos miembros de este partido han logrado cargos secundarios. Para este grupo lo importante no es el contenido de los acuerdos sino tomar parte de los mismos.
Este desastre ocurrido en el PRD no es tan nuevo como parece. Viene de un proceso de degeneración política en el que fue imponiéndose poco a poco una actitud logrera y oportunista, sin propuesta política propia, es decir, sin convocatoria y compromiso claros. Alguien me dijo con franqueza alguna vez: “hay que tener los menos principios posibles para no violarlos con tanta frecuencia”.
El Estado de México puede ser un parteaguas para el PRD si se actúa con la suficiente firmeza. Las direcciones perredista y panista carecen de candidato y de programa, aunque convocan juntos a una consulta fraudulenta para dar legitimidad a una alianza vacía: quienes la convocan, organizan y califican son los mismos partidarios de la alianza. Esa mascarada debe ser derrotada.
Lo que López Obrador está anunciando es que no acatará una decisión que ya ha sido tomada en forma ilegal e ilegítima. Por ello, solicita una licencia como miembro del partido, es decir, no quiere separarse para siempre sino sólo en el momento en que hay que derrotar la alianza PRD-PAN (acuerdo de líderes formales) en el plano de la ciudadanía. Este procedimiento de alejamiento de un partido en tanto éste toma otro camino y con el propósito justamente de lograrlo, no es algo raro en los partidos. En Europa ha ocurrido muchas veces, lo mismo que en Sudamérica. En todas partes ha habido reunificaciones partidistas e, incluso, readmisión de miembros expulsados, suspendidos o “alejados”.
La idea de que un partido es una franquicia donde su dirección decide lo que quiere en el momento en que lo desea y donde, además, todos sus miembros se tienen que disciplinar bajo pena de ser excluidos para siempre es exactamente el mismo sistema que hemos tenido en los sindicatos, en los cuales el secretario general es el titular del contrato colectivo y puede operar la cláusula de expulsión del trabajo. Dice Jesús Ortega que lo democrático es acatar lo que su grupo decide porque es mayoritario en el Consejo Nacional, pero ni siquiera cuenta con la mayoría calificada suficiente para tomar válidamente la decisión y, si la tuviera, las cosas estarían aproximadamente como ahora, pues los adversarios de la línea de alianza con el PAN tienen derecho de apelar al pueblo en las elecciones para tratar de demostrar su propia fuerza política y la validez de su criterio.
Lo que Ortega pretende es embargar la conciencia de todo aquel que está inscrito en el PRD, como si tal cosa fuera posible a la hora del voto secreto en las urnas. Así como muchos perredistas no votarían por un candidato de alianza PAN-PRD y tampoco en favor del PRI, así también muchos perredistas estarían en una situación de hacer campaña en favor de un tercer candidato sin tener que romper para siempre con su propio partido, el que han construido durante muchos años y que no debería ser propiedad privada de un grupo cualquiera.
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