Tlatelolco en la memoria
2009-10-03
Juan Cristóbal León Campos
Juan Cristóbal León Campos
Recuerdo, recordamos.
Esta es nuestra manera
de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo
sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado
tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente
entre nosotros.
Rosario Castellanos
Nuestra historia nacional está plagada de grandes acontecimientos, de nombres que hacen rebosar los almanaques históricos con natalicios y efemérides útiles a la demagogia del Poder. Esta historia oficial nos es enseñada en las aulas (de todos los niveles educativos) mediante los programas educativos del momento, y se difunde a través de los medios de comunicación masiva (sea televisión, prensa radio, internet, etc.) con el objetivo de formarnos un pensamiento homogéneo, igual, acorde a lo bien visto por el poder, y eliminar así toda diferencia para asegurar la continuación del control establecido por la clase gobernante.
Sin embargo y muy al contrario de lo que se nos enseña, existen también acontecimientos y nombres ocultos por los discursos oficiales, excluidos de los almanaques históricos y los libros de texto, arrojados al olvido de la desmemoria. Esta es la historia real de nuestra nación que tiene innumerables páginas arrancadas, borradas o jamás impresas.
Una de las más trascendentes fue escrita en el año de 1968, cuando miles de estudiantes de diversas universidades, preparatorias y hasta secundarias, junto con obreros y campesinos que los apoyaban, hicieron oír su voz al resto de la población del país y gran parte del mundo. Cuando exigieron respeto a la autonomía de las instituciones educativas, reformas sustanciales en los planes de estudio, mejoras a las instalaciones educativas, mayores recursos destinados por los gobiernos para la instrucción pública.
Esa voz que se escuchó por vez primera en la capital y se extendió por varias de las ciudades más importantes del país, se convirtió rápidamente en un grito popular por la democracia, por la libertad plena, por la igualdad entre hombres y mujeres, convirtiéndose así en un reclamo de todos y para el bienestar de todos.
El año de 1968 es uno de los más importantes en la historia contemporánea. La lucha popular que emerge de su seno comienza meses antes en Francia y Checoslovaquia cuando sintieron la trascendencia del 68 y de sus demandas universales. Estos países registraron movilizaciones que denunciaron, combatieron y pretendieron transformar sus respectivas realidades sociales desde las bases en que éstas se sustentaban. Los movimientos sociales surgidos combatieron la burocratización parasitaria, la demagogia, la desigualdad y la falta de democracia. Particularmente en el caso de Checoslovaquia el pueblo se enfrentó además a la falacia del “Bloque Socialista”, que en el discurso enarbolaba la consigna, pero en la práctica estaba muy lejos del verdadero socialismo, y por tanto no lo representaba, a pesar de que aún hoy las burguesías capitalistas afirmen que sí, con el claro fin de desprestigiar el proyecto emancipador.
En estos países se había vivido lo que México viviría desde el mes de julio, cuando la juventud comenzó a luchar por la construcción de un mejor país. Desde entonces conforme avanzaban las semanas más y más estudiantes se sumaban a la lucha, más y más trabajadores y campesinos caminaban al lado de los jóvenes, concientes de la necesidad de trasformar las raíces de nuestra patria. La conciencia fue extendiéndose entre cada una de las clases y los sectores que componen el México de abajo, la conciencia fue construyéndose paso a paso como una unidad indisoluble, indestructible; pues está basada en las necesidades populares, en las contradicciones del capitalismo, en la conciencia social de la transformación.
Ante esta unidad popular, ante esta dignidad extendida, tal y como lo demuestra la historia, el gobierno autoritario y déspota tuvo como respuesta el lenguaje de las balas, de las tanquetas, del gas lacrimógeno, de la represión y de la muerte.
La tarde del 2 de octubre de 1968 conforme a lo planeado por los integrantes del movimiento estudiantil-popular, se realizaba un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco con el objetivo de difundir información sobre los avances en la lucha política y democrática, daba la apariencia de ser un día más en la tan necesaria lucha. Sin embargo, el poder había decido marcar para siempre la Plaza de las Tres Culturas y las vidas de toda una generación; había decidido que la noche de Tlatelolco nunca se olvidara.
Eran alrededor de las seis y cuarto de la tarde, la plaza rebosaba de gente, los vecinos observaban el mitin por las ventanas de sus departamentos y casas, todos escuchaban con atención al orador (el único de los tres programados), cuando de pronto unas luces de bengala iluminaron el cielo; eran la señal, no pasaron más de diez segundos, la Plaza se vio invadida por miles de balas que se dirigían a los asistentes; policías y militares rabiosos golpeaban, arrestaban y asesinaban a su propio pueblo, mientras los hombres del guante blanco, esos del batallón Olimpia dirigían las acciones. Para cuando la noche cayó, la plaza estaba -como hasta hoy- completamente bañada en sangre, las cárceles repletas de presos políticos, los cuales eran cientos o miles, aún hoy no se sabe cuántos, muchos cuerpos fueron arrojados en zonas inhóspitas para jamás ser encontrados, muchos presos no fueron registrados para no llenar los cuadernos de la evidencia, muchos otros jamás llegaron a las cárceles. Todavía sus familias mantienen la esperanza de volver a verlos con vida, pues los desaparecieron, los borraron, los ocultaron en medio del silencio convertido en verdad oficial.
Al día siguiente no hubo grandes encabezados en la prensa, no hubo imágenes en la televisión, no hubo noticias en la radio, son en realidad muy pocos –pero muy honrosos- los ejemplos de medios de comunicación que mencionaron algo, aunque sea muy poco (la revista POR QUE? fue el único medio que apoyó desde el principio hasta el final). Parecía que no había pasado nada, al menos eso pretendían, eso aún pretenden. Era el silencio de lo que se dice correcto, de lo que se dice necesario, era una inyección letal de la desmemoria, de la exclusión de los almanaques y libros de historia pagados por los burgueses, por los asesinos explotadores.
Pero ante esa pretendida desmemoria, frente a esa exclusión oficial, está la conciencia popular que de voz en voz, de persona a persona transmite la verdad, recuerda a los caídos y mantiene con vigencia la exigencia de justicia. Esa misma exigencia que conduce año con año a los familiares que siguen esperando reunirse con sus desaparecidos, que conduce a los amigos que nunca podrán volver a reunirse, que conduce a las madres que perdieron a sus hijos, que guía todos los pasos que retumban en lo más profundo del corazón de nuestra patria cada 2 de octubre, cuando todas las calles de México reciben a los manifestantes que juntos gritan ¡DOS DE OCTUBRE NO SE OLVIDA!
El desenlace de Tlatelolco no fue “un hecho aislado” como se pretendió hacer creer a todos y como quedó demostrado cuando el 10 de junio de 1971 fueron golpeados y asesinados estudiantes universitarios en la Ciudad de México a manos de los Halcones (paramilitares y parapolicías) en conjunto de policías y militares al servicio del estado. Tal y como ha sucedido en Acteal, Aguas Blancas, Atenco y Oaxaca por mencionar sólo algunos ejemplos.
Esto demostró el común denominador de la reacción del poder ante cualquier tipo de conflicto social ocasionado por él mismo, justo como en nuestros días lo demuestra el uniforme verde olivo con que se pasea el residente principal de Los Pinos. El signo de la violencia gubernamental quedó grabado hasta en el más recóndito lugar de la Plaza de las Tres Culturas. La naturaleza del poder capitalista quedó en evidencia, dibujada con todos sus matices, inocultables para todo aquel que la quiera ver.
A pesar de todos los intentos por ocultar la verdad, por sepultarla en el olvido, por negar lo acontecido en la Matanza de Tlatelolco, la memoria histórica del pueblo mexicano persiste y se reproduce, para que las nuevas generaciones podamos conocer la verdad, para que aún hoy a más de cuarenta años mantengamos viva y comprendamos la necesidad de exigir justicia, de reconocer el valor de todo aquel que levanta la voz para exigir justicia e igualdad. Porque Tlatelolco no es una fecha, no es una efeméride para recordar chorreando demagogia y cinismo. Tlatelolco ha sido y es uno de los ejemplos más grandes de la lucha que debemos desarrollar, para recuperar la memoria y no perderla nunca más. Para realizar la tan urgente transformación de raíz que nuestro país necesita, y dejar para siempre la injusticia y la desigualdad que sustentan a la falsa democracia en que vivimos.
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