¡¡Exijamos lo Imposible!!
La justicia mexicana pone en libertad a una indígena a la que condenó a 21 años por secuestrar a seis policías de élite
PABLO ORDAZ
-¿Cómo se siente?
-Contenta.
Fue lo único que acertó a declarar doña Jacinta tras salir de prisión. "Contenta". Porque durante los últimos tres años, primero en otomí y luego en el español precario que aprendió en prisión, la palabra que más repitió sin que ni la policía, ni el fiscal ni el juez le hicieran caso fue: "Inocente". Sólo cuando una organización de Derechos Humanos, el centro Miguel Agustín Pro Juárez, decidió tomar su defensa y airear el caso en la prensa, la justicia mexicana empezó a moverse incómoda. Pero no por la suerte de la mujer indígena, que aún tuvo que pasar una buena temporada más en prisión, sino por la imposibilidad de mantener la acusación a la luz del día. Este periódico visitó a Doña Jacinta a finales del pasado mes de junio en la prisión de Querétaro. Y en medio del patio, a veces entre lágrimas, esto fue lo que contó.
Que todo empezó el 26 de marzo de 2006. Que aquel domingo, seis policías de la Agencia Federal de Investigación, sin uniformes ni placas que los acreditasen como tales, llegaron al mercado ambulante de la comunidad indígena de Santiago Mexquititlán y que arramblaron con diversa mercancía bajo el pretexto de que se trataba de piratería. Que los comerciantes se enfadaron, los rodearon y les pidieron la identificación. Que los policías se negaron. Que la tensión creció. Que la situación se iba poniendo cada vez más fea hasta que a uno de los jefes policiales se le ocurrió una solución: pagarían los destrozos causados y aquí paz y después gloria. Que a los comerciantes les pareció bien siempre que uno de los policías se quedara con ellos mientras el resto iba por el dinero.
También contó doña Jacinta que de aquello no se enteró hasta después de la misa de once. Se acercó a ver el alboroto y fue entonces cuando un fotógrafo de prensa la retrató, en tercera o cuarta fila, en actitud pacífica, mirando. Pero fue esa fotografía, sólo esa fotografía, la que utilizó la policía para detenerla, y el fiscal para acusarla de secuestro, y el juez para condenarla a 21 años sin siquiera escucharla. Ahora que por fin doña Jacinta está libre y "contenta", queda otra pregunta más difícil de responder que la que abre esta crónica: ¿cuántas Jacintas más, mujeres indígenas y pobres, dormirán esta noche injustamente en alguna prisión mexicana?
El secuestro imposible de doña Jacinta
La justicia mexicana pone en libertad a una indígena a la que condenó a 21 años por secuestrar a seis policías de élite
PABLO ORDAZ
México 16/09/2009
¿Pudo doña Jacinta, una mujer indígena de 1,50 de estatura y 80 kilos de peso, secuestrar sin armas a seis policías mexicanos de élite? Todo el mundo en su sano juicio respondería que no, menos un juez de Querétaro que la condenó sin escucharla a 21 años de prisión y la mantuvo entre rejas tres años y un mes. Hasta ahora. La Fiscalía General de la República, abrumada por la presión mediática, no tuvo más remedio que confesar que no tenía pruebas contra doña Jacinta Francisco Marcial, vendedora de nieves (helados) y aguas frescas.
¿Pudo doña Jacinta, una mujer indígena de 1,50 de estatura y 80 kilos de peso, secuestrar sin armas a seis policías mexicanos de élite? Todo el mundo en su sano juicio respondería que no, menos un juez de Querétaro que la condenó sin escucharla a 21 años de prisión y la mantuvo entre rejas tres años y un mes. Hasta ahora. La Fiscalía General de la República, abrumada por la presión mediática, no tuvo más remedio que confesar que no tenía pruebas contra doña Jacinta Francisco Marcial, vendedora de nieves (helados) y aguas frescas.
-¿Cómo se siente?
-Contenta.
Fue lo único que acertó a declarar doña Jacinta tras salir de prisión. "Contenta". Porque durante los últimos tres años, primero en otomí y luego en el español precario que aprendió en prisión, la palabra que más repitió sin que ni la policía, ni el fiscal ni el juez le hicieran caso fue: "Inocente". Sólo cuando una organización de Derechos Humanos, el centro Miguel Agustín Pro Juárez, decidió tomar su defensa y airear el caso en la prensa, la justicia mexicana empezó a moverse incómoda. Pero no por la suerte de la mujer indígena, que aún tuvo que pasar una buena temporada más en prisión, sino por la imposibilidad de mantener la acusación a la luz del día. Este periódico visitó a Doña Jacinta a finales del pasado mes de junio en la prisión de Querétaro. Y en medio del patio, a veces entre lágrimas, esto fue lo que contó.
Que todo empezó el 26 de marzo de 2006. Que aquel domingo, seis policías de la Agencia Federal de Investigación, sin uniformes ni placas que los acreditasen como tales, llegaron al mercado ambulante de la comunidad indígena de Santiago Mexquititlán y que arramblaron con diversa mercancía bajo el pretexto de que se trataba de piratería. Que los comerciantes se enfadaron, los rodearon y les pidieron la identificación. Que los policías se negaron. Que la tensión creció. Que la situación se iba poniendo cada vez más fea hasta que a uno de los jefes policiales se le ocurrió una solución: pagarían los destrozos causados y aquí paz y después gloria. Que a los comerciantes les pareció bien siempre que uno de los policías se quedara con ellos mientras el resto iba por el dinero.
También contó doña Jacinta que de aquello no se enteró hasta después de la misa de once. Se acercó a ver el alboroto y fue entonces cuando un fotógrafo de prensa la retrató, en tercera o cuarta fila, en actitud pacífica, mirando. Pero fue esa fotografía, sólo esa fotografía, la que utilizó la policía para detenerla, y el fiscal para acusarla de secuestro, y el juez para condenarla a 21 años sin siquiera escucharla. Ahora que por fin doña Jacinta está libre y "contenta", queda otra pregunta más difícil de responder que la que abre esta crónica: ¿cuántas Jacintas más, mujeres indígenas y pobres, dormirán esta noche injustamente en alguna prisión mexicana?
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