domingo, 12 de octubre de 2008

A LAS CINCO DE LA TARDE

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Siqueiros y Tlatelolco
Guillermo Fárber

David Alfaro Siqueiros (1896-1974) fue uno de los cuatro más famosos pintores de México del siglo XX, con Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, José Clemente Orozco y Rufino Arellano Tamayo (la fama de Magdalena del Carmen Frida Kahlo Calderón es muy posterior). Siguiendo el ejemplo de Pablo Ruiz
Picasso y del mismo Tamayo, el Coronelazo (así le decían por sus alardes bélico-machistas) usó solamente su apellido materno. Comunista militante de toda la vida, Siqueiros contaba la siguiente anécdota. Apremiado por algún familiar sobre un asunto de migración bastante complicado, Siqueiros pedía y pedía infructuosamente una cita con el secretario de Gobernación (Luis Echeverría). Se la negaban una y otra vez. Cierto día, le llamaron por fin y lo citaron en Gobernación para el 2 de octubre a las cinco de la tarde (es inevitable la evocación al telúrico poema "La cogida y la muerte", de Federico García Lorca, de 1935, el año anterior a su absurdo fusilamiento en Granada, cuando Siqueiros andaba justamente por España, peleando en el bando republicano). Justo ese día, a esa hora, Siqueiros tenía un compromiso muy importante ya concertado, de modo que explicó su predicamento y solicitó que le cambiaran la cita. No hubo manera; las órdenes que tenía la secretaria eran tajantes: tenía que ser exactamente ese día, a esa hora. Sequeiros insistió, argumentó y hasta rogó. Imposible. Así que ni modo, el voluntarioso Coronelazo tuvo que apechugar y fue recibido justo a la hora por Echeverría, quien lo invitó a sentarse. Cuando apenas comenzaban a tratar el asunto, sonó el teléfono de "La Red" y Echevería lo contestó. Escuchó mientras intercalaba comentarios como "¡Qué barbaridad!" "¿Cómo?" y demás expresiones de sorpresa. Colgó y le dijo a Siqueiros que le acaban de informar que algo terrible había pasado en Tlatelolco, que había sido un enfrentamiento a tiros o algo así, y que había gran confusión. En seguida giró órdenes a sus subordinados de que le arreglaran de inmediato el asunto al pariente de Siqueiros, y lo despidió cordialmente. Siqueiros salió de ahí muy desconcertado, y corrió a enterarse de la tragedia. Sólo al día siguiente tuvo cabeza para sumar dos más dos. Él, Siqueiros, era el gran santón de la izquierda mexicana. De su opinión dependería en buena parte el tamaño y la intensidad de la reacción de las filas más radicales del movimiento del '68. Tras su "exitosa" entrevista con Echeverría, Siqueiros había quedado todo lo "ablandado" que con él se podía lograr. Y las casualidades eran demasiadas casualidades. ¿Había sido todo un simple teatro, montado por quien parecía dispuesto a incendiar el mundo entero con tal de llegar a Los Pinos? ¿Era posible tanto maquiavelismo? ¿Era imaginable que a punta de derramar ríos de sangre joven, una ambición desbocada aprovechara la evidente veta paranoide del presidente Gustavo Díaz Ordaz, como luego De la Madrid aprovecharía la veta vanidosa y frívola de López Portillo (todos los humanos tenemos vetas de vulnerabilidad)? No, no era posible. No, no era imaginable. Pero el hecho no se podía negar: en esa coyuntura Echeverría se les adelantaba definitivamente a sus competidores por la sucesión presidencial para el sexenio 1970-1976, principalmente Alfonso Corona del Rosal y el gran amigo de Díaz Ordaz, Emilio Martínez Manautou (abuelo del Niño Verde Jorge Emilio González Martínez).

A LAS CINCO DE LA TARDE

No parece ocioso recordar los versos finales del poema lorquiano: "A las cinco de la tarde / cuando la plaza se cubrió de yodo / a las cinco de la tarde, / la muerte puso huevos en la herida / a las cinco de la tarde. / A las cinco de la tarde. / A las cinco en Punto de la tarde. / Las heridas quemaban como soles / a las cinco de la tarde, / y el gentío rompía las ventanas / a las cinco de la tarde. / A las cinco de la tarde. / ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! / ¡Eran las cinco en todos los relojes! / ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!"

Aplausos y chiflidos:

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