sábado, 11 de octubre de 2008

COSAS DE LOS NARCO-AJUSTICIADOS

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Narcokarma

El martes 14 de noviembre de 2006, Francisco María Sagredo Villarreal cumplía 40 años de residir en Córdova de las Américas, un fraccionamiento de clase media ubicado a muy pocos metros del río Bravo, frente al campus principal de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. La madrugada de ese día alguien arrojó el cuerpo amortajado de un sujeto, a espaldas de su casa y la de sus vecinos. Era el noveno cadáver que les amanecía en nueve años, y eso colmó su paciencia. En una ciudad en la que no se investigan ajusticiamientos del crimen organizado, quejarse ante la autoridad de tener un cementerio privado en el patio trasero, simplemente es perder el tiempo. Sagrero fue directo a sus destinatarios: “Se prohíbe tirar cadáveres o basura. ¡Multa! La polesía” les escribió en un trozo de madera que clavó en el terreno.

La protesta se tomó como un chispazo de humor negro, aunque de esa fecha hasta febrero pasado otros cuatro cuerpos destrozados a balazos fueron tirados allí. El dato no perturbó a nadie sino hasta el viernes tres de octubre cuando Sagredo, de 69 años, fue acribillado por desconocidos a las puertas de su casa. Los asesinos le dispararon al pecho, poco antes del medio día, empleando balas calibre .223 y 9 milímetros. El día que colocó aquel anuncio -que forma ya parte del delirante anecdotario fronterizo-, Sagrero intuía algo que las autoridades debieron anticipar. “Sentimos molestia, incomodidad y temor de ser testigos de algo relacionado con esos crímenes, y que los responsables tomen represalias en nuestra contra, porque aquí vivimos y estamos expuestos”, dijo. “Creemos que es evidente la impunidad y la presencia del narcotráfico”.

Por desgracia no estuvo solo en esta ironía de los tiempos del crimen. Poco antes de la media noche del 26 de septiembre, el militar retirado Jorge Liborio Jarillo Gutiérrez estaba por cerrar su tienda de abarrotes cuando tres hombres armados penetraron violentamente para asaltarlo. Tenía un arma y la utilizó: mató a uno de ellos. Fue preso por unas horas y, tal cual sucedió con el letrero de Sagrero, la ciudadanía le festejó el atrevimiento pero la autoridad lo abandonó. La noche del jueves dos, volvieron para asesinarlo sin misericordia. Le dieron cuatro disparos de calibre .380 y 9 milímetros.

Sagredo y Jarillo señalaron con sus actos el abismo entre el discurso político y la realidad de la calle, y sus muertes no hacen sino enarbolar banderas oscuras, que imponen la ley del silencio y la subordinación.

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