No se publican nombres ni habrá procesos judiciales. Más de 35 mil menores fueron víctimas de abuso en instituciones católicas en Irlanda durante sesenta años: eso concluye una investigación con testimonios de dos mil víctimas que relatan cómo sufrieron golpizas, intimidaciones y abusos sexuales por parte de sacerdotes, hermanos y monjas en 55 instituciones educativas. El lugar de los hechos era variado: dormitorios, cocinas, alacenas, duchas, autos, áreas de recreo y campo abierto; las modalidades, imaginativas: de uno a tres violadores, con o sin golpes, con o sin penetración, con frecuencias diarias o semanales. Los testimonios espantan.
Según el informe, la Iglesia conocía del asunto. Sin embargo, su reacción ha sido la de siempre, decir sólo lo necesario y dentro del estricto rango de una acusación particular. “Lamento hondamente y estoy profundamente avergonzado de que los niños sufrieran de esa manera tan terrible en esas instituciones”, comentó esta vez el cardenal Sean Brady.
Lo mismo allá que aquí: donde me descubran pido perdón. Sin embargo, la indignación, la desconfianza y la decepción crecen. Las noticias de esta semana motivaron miles de comentarios en las páginas informativas de internet en todo el mundo (si ahora el Papa muestra interés por Facebook tendrá que tomar en serio la imagen de su Iglesia en la red). Unos se preguntan por lo que pasará en otras partes: “En la católica Irlanda han sido descubiertos los delitos denunciados: qué ocurriría en las no menos católicas España, Francia, Italia, Portugal y en el mundo latinoamericano?”; “¿Y acá en México, cuándo hay justicia para este lobo llamado Maciel… qué más sabe el arzobispado?” Otros denuncian que esto es una práctica institucional en la Iglesia: “… como siempre callando y encubriendo los peores abusos y después pretenden dar lecciones de moralidad”. Están también los que confirman su ateísmo, los que piden una reacción de la Iglesia, los que distinguen a la Iglesia de sus miembros (“¡No son todos!” ”Tampoco hay que generalizar”), los que piden acabar con el celibato, los que llaman a abandonar (“¿Hace falta más pruebas para dejar de creer en esta Iglesia corrupta?”) y los que convocan a denunciar y a tomar acciones.
Son muchos, realmente. Ni el mundo ni México va a aguantar mucho más de esto. Yo tengo curiosidad por el censo de 2010: ¿cuántos católicos habrá entonces en el país?
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