¡¡Exijamos lo Imposible!!
Vargas Llosa: la tumba de la dignidad.
EL MESTIZO ACOMPLEJADO
Cortesia Agencia Bolivariana de Prensa
La dignidad humillada, la dignidad pisoteada, jamás hubiéramos imaginado tanta vileza.
Conocí al escritor peruano, hoy español, Mario Vargas Llosa en la Semana del Autor, realizada en el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid en el mes de mayo de 1984. En ese entonces con toda solemnidad fue presentado por el director del centro Luis Yañez Barnuevo, como uno de los más connotados escritores de la lengua hispana. Vargas Llosa iba vestido de punta en blanco, mancuernas de oro, corbata a la moda y zapatitos de cafiche italiano. El público desde tempranas horas abarrotaba el recinto ansioso por escuchar las palabras de uno de los profetas del boom latinoamericano.
Mario hablaba de manera pausada con ese acento de pituco limeño tan característico, un tonito de formalidad y seriedad que revelaba un carácter a prueba de balas. Con maestría fue diseccionando una a una sus novelas: la Tía Julia y el escribidor, la Casa Verde, los Cachorros, Conversaciones en la Catedral, la Guerra del Fin del Mundo, la Ciudad y los Perros, Pantaleón y las visitadoras, sin duda alguna libros brillantes en los que demuestra sus grandes dotes de narrador. Al acabar las conferencias su fanaticada se le lanzaba encima presa de un ataque de histeria. Las becarias, las primeras ¡Mario, Mario, queremos un hijo tuyo! y él con ínfulas de divo inflaba el pecho cual pavo real firmando autógrafos a diestra y siniestra. Mario el seductor, el donjuán al que las musas jamás abandonan.
El mismo día que se cerraba el ciclo de conferencias aconteció un hecho inaudito. Tras agradecer su presencia y pronunciar unas palabras de despedida el presidente del ICI abrió el turno de preguntas. De repente, como tocado por un rayo, se puso en pie un personaje tosco de pelos enmarañados quien señalándolo con el dedo índice le espetó: «eres un lameculos de los norteamericanos» ¡oh Dios mío qué insolencia! En el salón de actos se hizo un silencio sepulcral. Pero, ¿quién es este energúmeno que osa mancillar la reputación de un escritor tan laureado? A quemarropa el francotirador seguía disparando sus acusaciones, lo llamó, si la memoria no me falla, de «bastardo», «sátrapa» y «fariseo». La audiencia murmuraba indignada, incluso algunos quisieron silenciarlo, pero no hicieron más que enfurecer la fiera. Este tipo no era otro que el polemista y escritor chileno León Canales, quien más tarde se convertiría en uno de mis mejores amigos. Desde luego que hay que tener agallas para plantarle cara a un ser tan arrogante y pretencioso.
Sabotear un acto de tantos quilates no tenía precedentes. A Mario le dio el patatús. Un mequetrefe lo insultaba en público, lo retaba a duelo a él toda una eminencia extratosférica ¡qué humillación! con soberbia y altanería se alisó el pelo e intentó mantener el tipo pero ya no le dio tiempo a reaccionar. Mientras tanto don Luis Yáñez Barnuevo le hacía señas a los bedeles para que cortaran el micrófono. Se armó tal alboroto que tuvo que suspenderse el acto de clausura. Vargas Llosa arropado por su corte de aduladores se retiró por la puerta falsa, al tiempo que León Canales no paraba de fustigarlo escupiendo epítetos de grueso calibre.
Qué gran lección recibí ese día: ¿por qué quedarnos callados cual mansas ovejitas ante el ídolo intocable? Nuestro diosecillo cayó del pedestal y se hizo trizas contra el suelo. En todo caso los revolucionarios tenemos el deber y el derecho de reventar estos actos que no son más que meros escaparates de vanidad y egocentrismo. No hay que dejar títere con cabeza, no podemos tolerar que estos impostores se apoderen del espacio público y monopolicen los foros culturales. Que escarmienten y si quieren organizar sus mascaradas que lo hagan en clubes privados bajo la atenta vigilancia de policías y guardias de seguridad.
sigue la nota:
http://senderodefecal1.blogspot.com/2010/12/vargas-llosa-la-tumba-de-la-dignidad-el.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario