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El caso del pastor descarriado
Juan José Morales
Escrutinio
A medida que siguen aflorando los sórdidos detalles de la vida del cura Marcial Maciel, fundador de la congregación de los Legionarios de Cristo —polígamo, padre de media docena de hijos repartidos en México, España, Inglaterra y Suiza, seductor de damas acaudaladas a las que despojaba de su fortuna, drogadicto, pederasta, abusador sexual de sus propios hijos, culpable del delito de uso de documentos falsos, etc.— los legionarios intentan deslindarse de tan ilustre personaje, al que hasta no hace mucho casi deificaban y calificaban —al igual que lo hizo en su momento el Papa Juan Pablo II— de guía y ejemplo para la juventud.
En sus esfuerzos por marcar distancia de Maciel, los jerarcas de la Legión manejan dos líneas de argumentación: la primera es que no sabían nada de lo que su jefe máximo estuvo haciendo a lo largo de más de medio siglo.
La segunda, en concordancia con la primera, es que todo lo que Maciel hizo, fue asunto personal, sin que los legionarios tuvieran arte ni parte en el asunto. Fue, aducen, una especie de oveja descarriada. Aunque más bien habría que llamarlo pastor descarriado, puesto que él era la cabeza, el guía de ese gran rebaño religioso de 70 mil curas, seminaristas y laicos que conforman la Legión y su filial Regnum Christi.
A decir verdad, resulta extremadamente difícil, por no decir imposible, aceptar tales explicaciones. Los dirigentes de la Legión de Cristo distan mucho de ser unos muchachitos ingenuos a quienes Maciel hubiera podido engañar y ocultar tantos y tan graves hechos durante tanto tiempo.
Por lo contrario, son personajes muy astutos, hábiles, talentosos, con una gran capacidad de organización y, sobre todo, un fino olfato para los negocios.
No en balde se ganaron el mote de Millonarios de Cristo por referencia a su vasto imperio económico y financiero, valuado en 20 mil millones de euros (unos 344 mil millones de pesos) que comprende muchos y muy variados negocios —especialmente universidades y escuelas de nivel básico y medio— y se extiende por Canadá, Estados Unidos y casi docena y media de países de Europa y Asia.
Maciel, por lo demás, no era un simple párroco de algún remoto y aislado pueblecillo, sino un destacado personaje que no podía hacerse perdedizo a los demás dirigentes de la Legión e irse a pasar semanas o meses con sus varias esposas e hijos.
En particular, no podía perder el contacto con sus más cercanos colaboradores, Alvaro Corcuera, director general de la congregación, Luis Garza, vicario general, y Cristóforo Fernández, procurador general.
Necesariamente ellos sabían siempre dónde andaba y qué hacía. Tuvo entonces que contar con su tolerancia, encubrimiento y —sobre todo— complicidad. Especialmente porque desde hace casi tres lustros muchas de sus víctimas habían estado denunciando pública y sistemáticamente la pedofilia de Maciel y su adicción a la morfina.
Pero todo el tiempo la máxima jerarquía de la Legión lo defendió, calificando de mentiras y calumnias tales acusaciones. No pueden sus dirigentes, por tanto, alegar desconocimiento de los hechos.
Por lo contrario, en numerosos libros y reportajes se afirma que tenían pleno conocimiento de ello. El diario español El Mundo, por ejemplo, publicó hace tiempo que a una hija que tenía en España y a la madre de ésta, Maciel les compró dos casas con valor de dos millones de euros (36 millones de pesos) en una elegante zona residencial de Madrid y que la Legión les entregaba “un suculento subsidio mensual”.
Otras fuentes aseguran que cuando la hija mexicana de Maciel estuvo inscrita en la Universidad Anáhuac, los directivos de ésta conocían muy bien la identidad de su progenitor, y la Legión ha reconocido que Maciel dejó una gruesa suma de dinero en un fideicomiso, como herencia para sus hijos mexicanos.
Más aún: según el abogado José Bonilla, fundador y Secretario del Consejo Directivo de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual por Sacerdotes, el propio Papa Juan Pablo II sabía de la existencia de esta hija de Maciel, pues él mismo se la presentó en el Vaticano y existen fotografías de ese hecho.
En fin, hay buenas razones para sospechar que Maciel no fue simplemente una oveja descarriada ni una manzana podrida aislada.
Patricio Cerda, ex sacerdote legionario que tras 30 años en la orden renunció a ella decepcionado y asqueado por lo que veía y ahora dirige la Asociación de Víctimas de la Legión de Cristo, declaró hace tiempo que “una vez detectado el enorme cáncer de Maciel en el cuerpo de la Legión, tendrán que ver hasta dónde llegan sus ramificaciones y extirpar de cuajo todos los órganos afectados”, pues, en su opinión, “todo está podrido”, desde las finanzas hasta la espiritualidad.
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