EDITORIAL
Entre el zapatazo y la catedral de Milán.
El que Máximo Catania de 42 años, sin antecedentes penales y bajo tratamiento psiquiátrico, según se supo, haya perpetrado una agresión física al polémico Primer Ministro de Italia Silvio Berlusconi.
Según algunos lanzándole al rostro una reproducción en miniatura de la Catedral de Milán. Según otros, el objeto que le arrojó fue una estatuilla; y según algunos más, el agresor le propinó un fuerte puñetazo. Versiones tan diferentes una de otras que llevan a pensar que en ocasiones cada quién ve lo que quiere ver.
Lo cierto es que de alguna manera el Primer Ministro salió con el labio superior partido y sangrando, y al mismo tiempo con una pequeña cortada en el pómulo izquierdo. Y aunque el parte médico dice que hubo fractura del puente de la nariz, en ningún momento se vio que la sangre saliera de la nariz de don Silvio.
Pero independientemente de que el hecho dista mucho de lo sucedido en Irak a George W. Bush, cuando le aventaron un par de zapatazos que, aunque iban dirigidos con toda la intención de atizarle, de haberlo logrado, difícilmente lo hubieran lastimado; lo que no sucedió con Berlusconi.
No solo es de notar que los ciudadanos del mundo ya parecen estar hartos de sus gobernantes y sus desfases mentales al pasar de mandatarios a mandantes, tiranos en la mayor parte de los casos, que nada tienen que ver con la Democracia que pregonan.
También hace ver la fragilidad de cualquiera, que por más resguardado que esté, ciertamente que nunca estará completamente a salvo de todo tipo de agresiones; y menos con las modernas armas que, con dinero, en cualquier mercado se compran.
Lo malo del caso es que sucesos como el mencionado, en vez de servir para que los gobernantes reflexionen al ver la actitud del Pueblo, solo sirve para que se rodeen aún más de protecciones y protectores, y en consecuencia se alejen cada vez más de quienes los eligieron.
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