martes, 29 de diciembre de 2009

Con sus ahullidos Rivera está azuzando a matar

¡¡Exijamos lo Imposible!!
Asesinar gays
2009-12-29

Norberto Rivera y su llamado desde el púlpito

Por María Teresa Jardí

De las canalladas de Zedillo, la más imperdonable fue haber convertido la aspiración a la justicia en deseo de venganza. Lo justo no siempre satisface. Pero la venganza todo lo pervierte. La justicia hace mejores a los hombres. La venganza, en seres ruines los convierte. La justicia propicia la paz. La venganza corrompe el alma. La justicia sana. La venganza, en cáncer terminal se convierte. La justicia aplaca. La venganza no pone el punto final que permite encontrar nuevamente la tranquilidad…

Desde el púlpito de la Catedral para golpear al gobierno capitalino, para golpear a AMLO, a quien Rivera odia porque sí, por nada, porque en algún momento no hizo lo que el cardenal le ordenó hacer o porque le tiró un negocio o porque no le dio lo que pidió…, desde el púlpito de la Catedral clama venganza Norberto Rivera, sin aquilatar o, quizá sí, aquilatando lo que esto entraña

Venganza busca Norberto Rivera, con su doble moral protectora de pederastas y delincuentes que el dinero del narcotráfico lavan, cuando aguijonea a lo más atrasado de la grey católica.

Venganza contra un gobierno que, de rodillas ante la Iglesia católica, del todo, no se encuentra. Intolerable para alguien tan perverso como ha demostrado ser Rivera una y otra vez. Inaceptable para el amigo de los Fox, que las leyes, que a la realidad reglamentan, legalicen las elecciones de vida, distintas a las que la Iglesia católica, tan intolerante con los que no son los suyos, como únicas quiere a todos imponer. Con los suyos, si pagan, ya hemos visto cómo: “lo unido por Dios para siempre” por la curia se disuelve con la bendición del Papa.

Desde el púlpito de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México. La ciudad más grande del mundo. La ciudad quizá hoy que más problemas en el mundo enfrenta. Pero ciudad en la que, a ese oscuro personaje, el Papa, cabeza de la Iglesia católica, mantiene inconcebiblemente como Cardenal. A pesar de las muchas denuncias en su contra. O más bien acorde a lo que es hoy esa Iglesia.

Usando el púlpito de la Catedral Metropolitana, Norberto Rivera está azuzando, incitando, picando, instigando, alentando a que se asesine, como en el nazismo, a los que no esconden sus preferencias distintas a las heterosexuales.

Intolerable para el protector de pederastas, es que se atrevan a elegir libremente los que no se avergüenzan de ser, en público como en privado, lo que han elegido ser. A sabiendas lo hace, Rivera, de que muchos de los fascistas a los que levanta en contra de los homosexuales, en el closet esconden, lo que ellos también son, aunque finjan ser heterosexuales para tener una familia dentro de los cánones aceptados por la Iglesia católica con la destrucción de la mujer y de los hijos que significa esta doble moral y doble vida. Pero eso, para Rivera, es tan “decente” como el proteger a curas pederastas.

No aquilata Rivera el peligro que entraña su llamado. O, quizá sí, la perversión también es lo suyo. Rivera está llamando a que se asesine a los homosexuales.

Homosexuales que, por no esconder lo que son en el closet, no deben gozar, para los cánones de la atrasada Iglesia católica, de los mismos derechos que los que esconden lo que son deben tener.

El impresentable que la Secretaría de Gobernación usurpa tendría que mandar callar a Norberto Rivera, antes de que sea tarde. Antes de que, a los ríos de sangre que por decisión del panista Calderón ahogan a México, se sume la sangre de los gays.

También haría bien el Nuncio, del Papa, en mandar callar al impresentable Cardenal a modo de lo que es hoy la Iglesia católica. Incluso en aras de no hacer pasar a esa Iglesia, con tantos fieles a la baja, por las tardías búsquedas de perdones ante hechos que son siempre imperdonables.

Y, quizá, alguna buena alma católica tendría también que recordar a Norberto Rivera que el bien común, como el sentido común indica, pasa por los castigos implacables a los pederastas. Mientras que en bien común se convierte el reglamentar lo que la realidad demanda que sea reglamentado.

Rivera, el impresentable cardenal de la Iglesia católica de la ciudad más grande del mundo, con el peligro que esto entraña, hace un llamado a que se asesine a los homosexuales.

Luego ya se escudará diciendo, que esa no era su intención; debe pensar, el siniestro personaje, en estos días que antaño servían, dado el sacrificio que hiciera Cristo por los hombres, para reflexionar sobre la reconciliación.

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